En Lima, la curiosidad por la vida ajena es proverbial, no así por la ciudad. Preocupados por chismes políticos y faranduleros, que hoy son casi lo mismo, la mayoría va por calles, alamedas e instituciones que llevan el nombre de personajes, flora, fauna o lugares y son pocos los interesados en responder: ¿Por qué una calle se llama así y no asá?
Empecemos por una de las más largas avenidas capitalinas: la Javier Prado. Esta atraviesa ocho distritos y fue bautizada en memoria de Max Javier Prado Ugarteche (1871-1921), destacado intelectual, historiador, filósofo, abogado, político y catedrático. Javier Prado fue rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1915 - 1920) y fundó sus museos de Antropología y Arqueología, así como el de Historia Natural.
Más de la mitad de las doce mil obras del Museo de Arte de Lima (MALI) provienen de su colección. En 1961, buena parte de esta fue donada (en nombre de las familias Prado y de la Peña Prado) al entonces novísimo museo. Para el MALI, la visión abarcadora de esa colección marcó decisivamente la orientación del museo y su actual política de colecciones.
Vayamos ahora a un lugar constantemente presente en las noticias: el Casimiro Ulloa, donde recala buena parte de heridos en accidentes y asaltos de Lima. ¿Por qué un lugar de atención de urgencias se llama así? José Casimiro Ulloa Bucello (1829-1891) fue un político, escritor y paladín de la medicina peruana.
Se graduó de la San Marcos como médico cirujano en 1851 y su maestro, Cayetano Heredia, lo envió a París para especializarse. Ulloa fue el primer peruano en ahondar en la psiquiatría y en 1857 se encargó de la loquería (que es como llamaban a los manicomios) de mujeres Santa Ana. Denunció su precaria situación y la de otros centros similares. En 1880, el presidente Nicolás de Piérola lo nombró cirujano en jefe del Ejército, en tiempos de guerra. El padre de Ulloa era un humilde artesano y por ello –según anota Oswaldo Salaverry– a su hijo cirujano se le consideraba “un pardo, es decir, que su semblante denotaba ancestros mestizos o mulatos”. Condición que, quizá, signó su inconformismo y por el que fue “motivo de injustas y vilipendiosas críticas”.
Enrique Delhorme es el nombre de una calle miraflorina y de un colegio en el Callao. Este fue un niño de 7 años ligado al combate del Dos de Mayo, en 1866 durante la guerra con España. El historiador Jorge Basadre relata que Delhorme se lanzó sobre una bomba enemiga, arrancándole la espoleta para que no estallara, mientras gritaba “¡Viva el Perú!”. Ese pequeño llegó a capitán del Ejército y luchó contra los invasores chilenos en la Batalla de San Juan (1881), donde murió a los 22 años.
Asimismo, la urbanización Santa Rosa, entre San Isidro y Magdalena, tiene una calle de nombre Clemente X, Papa que canonizó a la religiosa, y una llamada Bilbao, por Francisco Bilbao, uno de los mayores investigadores de la santa.
Detrás del nombre de nuestras calles hay historias de sabios, héroes y mártires, no de mamarrachentos como los que hoy nos (des)gobiernan.
En San Borja y Surquillo
Un homenaje a la anatomía
— Andrés Vesalio (nombre latinizado) es una calle en el límite de San Borja y Surquillo en memoria del belga Andries van Wesel (1514-1564) autor de uno de los libros más importantes de anatomía: “De humani corporis fabrica” (Sobre la estructura del cuerpo humano).
Néstor Gambetta
Un chalaco con historia
—La avenida Gambetta lleva el nombre del chalaco Néstor Gambetta Bonatti (1894-1968) político, militar y gran promotor cultural. Sirvió en los ejércitos de España y Francia y luchó en el Putumayo contra Colombia. Publicó sus crónicas en El Comercio.