Dos mil cuatrocientos veinte cajones peruanos rompen la tranquilidad habitual de la Plaza de Armas de Lima. Su resonancia remece la tierra, las penas, las rodillas. Se han reunido para inaugurar el VIII Festival Internacional del Cajón Peruano, una fiesta ideada por Rafael Santa Cruz. En paralelo, músicos de todo el mundo y reclusos del penal de Lurigancho también se unen a la celebración.
“Rafo tenía mucha energía y transmitía mucho tan solo con su presencia. Así como uno escucha un cajón y voltea, así era él”, recuerda Jair, el hijo mayor del desaparecido artista.
Ni el sol del mediodía puede detener la jarana armada en el escenario y en los alrededores de la plaza. Junto a la agrupación Perú Negro, familiares y amigos lo recuerdan con temas como “El alcatraz” y “Don Antonio Mina”, este último de los favoritos de Santa Cruz. Julie Guillerot, su viuda, habla de lo difícil que ha sido realizar esta edición sin él. “Ha sido un reto enorme, muy doloroso pero sanador a la vez”, señala.
Santa Cruz no solo llevó el cajón peruano a todos los escenarios del mundo, sino también concretó el anhelo de sus tíos Nicomedes y Victoria: hacer del cajón un patrimonio nacional, un orgullo y un objeto de estudio.
Su legado trasciende el criollismo. Carlos Chávez, vocalista de la banda de reggae La Renken, así lo certifica: “Le enseñé a Rafael un cover que hicimos de su tía Victoria y él nos sugirió hacerlo con cajón afroperuano. Desde allí no paramos de usarlo”.
Como estaba repleto de proyectos, 53 años de vida le quedaron cortos a Rafael Santa Cruz. Romper el récord Guinness del mayor ensamble de cajón era uno de sus sueños pendientes. Ayer se materializó.