Coctel explosivo, por Gino Costa
Coctel explosivo, por Gino Costa
Gino Costa

Peligrosa la combinación de crimen y violencia galopante e impunidad descarada. Coctel explosivo de consecuencias impredecibles, sobre todo al inicio de un proceso electoral. La desesperación ciudadana es como caldo de cultivo para el populismo penal: respuesta demagógica que sustituye el fortalecimiento de las instituciones de la seguridad y la justicia por una retórica efectista que mezcla la oferta de leyes supuestamente más duras con militarización y, eventualmente, medidas extralegales para enfrentar la inseguridad.

El peligro es que, como todo populismo, el penal puede encumbrar al demagogo más avezado y terminar llevándose de encuentro el Estado de Derecho.

La mayoría de las propuestas que han circulado más profusamente los últimos meses han tenido como intención más efecto que sustancia, desde sacar a los militares a vigilar las calles, hasta armar a los serenos.

Como felizmente no tuvieron eco en el gobierno, hace quince días comenzó a agarrar cuerpo una iniciativa ciudadana a favor de la justicia por mano propia, bajo el lema de “chapa tu choro”.

Frente al hallazgo de granadas de guerra y explosivos utilizados por presuntos extorsionadores, la última semana el propio ministro del Interior –quien en el marco de las facultades delegadas preside un esfuerzo por mejorar el marco normativo en la lucha contra la criminalidad– abrió un innecesario debate sobre la conveniencia de aplicarles la legislación antiterrorista.

Ante cada nuevo hecho grave, cada vez más frecuente, surge una idea ‘brillante’, presentada como fórmula salvadora, como la bala de plata que estamos esperando, la varita mágica que resolverá todos los problemas. Pero ninguna viene acompañada de un mínimo estudio con las evidencias que la justifique y las posibles consecuencias que su implementación acarrearía.

A nadie le importa, pues de lo que se trata no es de resolver la inseguridad, sino de engancharse con la indignación popular, sobrevivir políticamente apareciendo como el más duro y el más comprometido contra el crimen, y si fuera el caso, lavarse elegantemente las manos y echarle la culpa a otros por lo que viene ocurriendo.

Alimenta el malestar ciudadano el lamentable espectáculo cotidiano de ver a los más importantes líderes políticos del país negando lo obvio y utilizando todo el poder a su alcance para torcerle la mano a la justicia. Mientras más fuerte es el reclamo ciudadano por ella, mayor es el esfuerzo de los políticos por destruirla.

Hay que reconocer, sin embargo, que por lo menos hasta ahora ni el gobierno ni los principales candidatos presidenciales han caído en la tentación populista, salvo Alejandro Toledo. Ojalá que no caigan en ella, y si lo hacen, que la prensa independiente y la sociedad civil los hagan recapacitar, porque lo que el país requiere es una discusión de propuestas serias sobre cómo encarar los desafíos de la seguridad antes de que sea demasiado tarde.

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