Los muros de concreto del hospital Víctor Larco Herrera (HVLH) miden poco más de tres metros de altura, cercando un terreno con una extensión aproximada de 22 hectáreas. Desde fuera, los estigmas en torno al nosocomio, sus huéspedes y usuarios han construido barreras más grandes, dividiendo a través de su historia a los “sanos” y a los “irrecuperables”.
Sacar del imaginario popular el concepto de manicomio y loquería sigue siendo el principal reto del personal que administra este instituto de salud y atiende a cientos de usuarios cada día. Para ello ha sido necesario cambiar el modelo de atención, priorizando el abordaje comunitario en lugar del viejo paradigma de encierro perpetuo. Pese a los esfuerzos, el hospital aún alberga a 357 pacientes en sus pabellones de hospitalización, un número importante de ellos en situación judicializada. Es decir, por haber cometido una acción imputable (faltas o delitos ante la ley).
Reducir la hospitalización es una de las directrices de la Ley Nacional de Salud Mental del 2019. El modelo prioriza la inclusión de los pacientes a la sociedad, incorporándolos a la vida en lugar de aislarlos como históricamente había ocurrido. Hoy el internamiento es la excepción, señala Carlos Eduardo Palacios Valdivieso, director general adjunto del hospital Víctor Larco Herrera. “Solo debe darse en casos de intervenciones complejas y debe durar un aproximado de 30 días. Pasado ese tiempo (si el encierro continúa) hay un deterioro de las capacidades de las personas”, advierte a El Comercio.
Hace algunos años, los pabellones del HVLH albergaban un promedio de 2.000 pacientes, en la misma estructura que asiste a las más de 350 personas que hoy permanecen hospitalizadas. La capacidad estaba rebasada y el hacinamiento evidenciaba las condiciones insalubres, peligrosas e indignas.
“El personal médico y asistencial no se daba abasto. No había manera de atender a tal cantidad de pacientes. Eso ocurría porque en la sociedad las personas seguían pensando que debían desaparecer a todo individuo que tenga algún problema de salud mental”, recuerda en entrevista a este medio, el doctor Luis Arturo Vílchez Salcedo, jefe de la Oficina de Epidemiología y Salud Ambiental del HVLH.
El rostro de la recuperación
El doctor Palacios dice con orgullo que son varios los pacientes que hoy han recuperado su vida, que comparten en casa con sus familias y que trabajan. “Son otras épocas: las intervenciones que se realizan son integrales y permiten que el paciente deje la hospitalización y sea dado de alta”, cuenta.
Ese rostro, el de la recuperación, es el que precisamente ahora muestra el Larco Herrera. No solo por la cantidad de pacientes que han sido dados de alta en los últimos años (más de 400 desde el 2019), sino también por las más de 400 de personas que cada día pasan consultas y reciben tratamientos ambulatorios en las distintas especialidades. “Normalizar la atención de salud mental, extender los servicios incluso en niños ya es un triunfo para el sistema y también para el hospital”, resalta Palacios.
“Todos los días se dan de alta pacientes de los pabellones de agudos y emergencia, pero el dato a resaltar es que, desde el 2019 en que se dio la Ley de Salud Mental 30947, se han desinstitucionalizado a más de 400 pacientes y, aunque la ley significa la aparición de hogares protegidos y han salido hacia ellos alrededor de 30 personas, la inmensa mayoría ha ido a sus casas”, apunta Palacios.
Asimismo, cada día se concretan más de 400 citas en las diversas especialidades, como psiquiatría, neurología, psicología, psicoterapia individual y grupal, terapia física, terapia de lenguaje, terapia de aprendizaje, terapia ocupacional, psicoterapia de pareja y familia.
Al ser un establecimiento de categoría III E, este hospital presta servicios de alta complejidad, incluyendo una serie de especializaciones en salud mental, con atención durante 24 horas todo el año. “Cuenta con el servicio de emergencia, para lo cual no se necesita tramitar una referencia, con equipos multidisciplinarios: psiquiatras, psicólogos, trabajadoras sociales, enfermeras, enfermeras especializadas. Además, la consulta externa está dividida en dos servicios: adultos, y niños y adolescentes, en ambientes separados, y cuyos pacientes presentan patologías diferentes. Finalmente, está el servicio de hospitalización, de rehabilitación, cuando no se puede solucionar de manera ambulatoria”, agrega Palacios.
El inhumano pasado
Sin embargo, la psiquiatría en el Perú tuvo momentos oscuros y el hospital Larco Herrera no fue ajeno a ello. En sus inicios, fundamentalmente cuando el nosocomio abrió sus puertas en 1918 bajo el nombre de Asilo Colonia de la Magdalena, “los tratos eran inhumanos y mostraban un absoluto desprecio a la dignidad de las personas internadas”, comenta Carlos Bromley, psiquiatra de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud (Minsa).
El Asilo Colonia de la Magdalena, más tarde llamado Asilo Colonia Víctor Larco Herrera (1921) y posteriormente hospital Víctor Larco Herrera (1930), nombre que hasta hoy perdura en honor a su mayor benefactor, heredó los 518 pacientes que estaban internados en el Hospital Civil de la Misericordia, conocido también como el “manicomio del Cercado”.
El solo hecho de llamarlo “manicomio” hoy ya es considerado un agravio, señala Bromley. Pero el Larco Herrera heredó, además de los pacientes, algunos de los cuestionables tratos de su antecesor que para la época eran métodos aceptados por la medicina: en muchos casos se usaban grilletes y otros artefactos para controlar a sus huéspedes.
“Eran métodos que tenían como finalidad inmovilizar a las personas, evitar que deambulen. Se les ponía en encierros de aislamiento largos, amarrados con grilletes, baños de agua fría. Había una especie de pequeñas piscinas con agua fría donde se les sumergía. Estas personas eran sometidas por hambre. Demostraba un absoluto desprecio por la condición humana”, relata Bromley a este Diario.
En entrevista con El Comercio, Santiago Stucchi Portocarrero, médico psiquiatra y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, apunta que, con la llegada de los primeros pacientes, también llegaron las Hermanas de la Caridad, quienes se encargaban del cuidado de los “enfermos”. Debido a su concepción religiosa, estas mujeres consideraban endemoniados y poseídos por el mal “a los agitados, e improvisaron calabozos donde no los había, y en esos lugares los encerraban”.
Estos episodios, cuenta Stucchi Portocarrero, marcaron un choque con la visión de buen trato que había dado pie a la fundación del Asilo Colonia de la Magdalena. Esto desencadenó en la salida de las hermanas del nuevo establecimiento.
Aunque en definitiva, la apertura del espacio determinó en la creación de la Escuela Peruana de Psiquiatría, “el primer centro de formación de los primeros psiquiatras y el lugar donde se realizaron las primeras investigaciones nacionales en la especialidad”. Stucchi, quien además ha dedicado buena parte de su actividad académica a estudiar la historia de los establecimientos psiquiátricos en el país, concluye que con el Larco Herrera “comenzó formalmente la psiquiatría en el Perú”.
Lugar de culto
El hospital tiene además un museo, cuya curaduría está a cargo de la museóloga Diana Bustamante. Se trata del primer museo de la historia de la medicina y, en este caso, como especialidad, la historia de la psiquiatría, guardando un importante legado. “El museo del hospital viene aproximadamente de 1919. Tiene casi la misma edad del hospital, el museo y la biblioteca. El museo fue creado por don Víctor Larco Herrera y los psiquiatras de la época, posiblemente con fines científicos y con una sección átomo patológica”, cuenta la especialista a El Comercio.
El espacio se divide en tres ejes: los instrumentos del siglo XIX, objetos importantes represivos que fueron creados por los médicos de la época en Europa y traídos al país. Por ejemplo, la jaula, los grilletes y la camisa de fuerza. “A través de estos se puede conocer cómo era el trato y rehabilitación de los pacientes en el hospital”, añade Bustamante.
El museo también guarda los registros de admisión de los pacientes, que es un legado importante puesto que nos cuentan la historia de la psiquiatría desde el siglo IXX hasta 1980. “Luego de ese año ya no se emiten más registros de admisión”, indica. Después está la pinacoteca, un espacio donde se ha guardado el material que producían los pacientes en sus talleres de arte o en sus talleres de tecnoterapia.
La biblioteca Enrique Encinas es otro de los valiosos espacios con los que cuenta el hospital. Tiene más de 27.000 títulos físicos, algunos ejemplares incluso de los años 1700. Además, guarda miles de archivos digitales, bases de datos de producción académica y revistas.
Este espacio está a cargo del historiador Jair Adolfo Miranda Tamayo, quien destacó que se trata de uno de los repositorios más valiosos para el estudio médico, social o histórico de la salud mental en el Perú.
Sus estantes cuentan con títulos originales de destacados psiquiatras y médicos peruanos del siglo XX, como Hermilio Valdizán, Honorio F. Delgado, Javier Mariátegui, Baltazar Caravedo, Enrique Encinas, Humberto Rotondo, Carlos Enrique Paz Soldán, Juan B. Lastres, entre otros.
Con más de un siglo de historia grabada en sus muros y en el testimonio de miles de vidas transformadas, el hospital Víctor Larco Herrera ha pasado de ser un símbolo de exclusión a un faro de esperanza y dignidad. En sus salas, donde antes resonaban los ecos de métodos inhumanos y segregación, hoy se erigen testimonios de recuperación y reinserción. Este recinto, que alguna vez albergó el estigma del “manicomio”, ahora se erige como un monumento vivo de la evolución en la salud mental peruana, donde la atención integral y la inclusión comunitaria son los pilares de un futuro más humano y equitativo para todos.