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“Derrotar el cáncer es volver a nacer” [CRÓNICA] - 2
Lourdes Fernández Calvo

El segundo cumpleaños de María Angélica es el 18 de junio. Ella volvió a nacer aquel día del año pasado en Miami, cuando después de quince sesiones de quimioterapia (diarias), ocho de radioterapia (día y noche) y cuatro horas de transfusión de sangre, le trasplantaron la médula ósea de una joven de la que solo conoce su edad.

“Desperté y escuché a los enfermeros cantando, vi la torta, regalos y me puse a llorar”, cuenta María Angélica Aranda Tinoco, de 19 años. Los doctores le explicaron que cada trasplante es celebrado como un nuevo nacimiento.

Ella acaba de volver de Estados Unidos, adonde viajó hace un año para el trasplante. Sus ojos muestran cansancio y sus párpados están hinchados, como si contuvieran lágrimas que aún no pueden salir.

—La ‘roja’—
A los 9 años, María Angélica dejó de ser niña. Aprendió a estar aislada, a no correr, caminar ni jugar. Tuvo que abandonar el colegio cuando cursaba el tercer grado de primaria. Su vida en Huancayo, junto a su mamá Delia y sus cuatro hermanos, desapareció el día en que le diagnosticaron leucemia.

En esa ciudad, los doctores le dijeron a su mamá que el sangrado de la nariz, la fiebre alta y el dolor de las articulaciones eran consecuencia de un “cuadro psicológico”. Su mamá, felizmente, dudó. “No podía ni sentarme, no lo estaba inventando”, recuerda María Angélica.

Luego de asistir durante seis meses a un reumatólogo que solo les dejó deudas, ambas viajaron a Lima y llegaron al Hospital del Niño, en Breña. Los médicos le extrajeron líquido cefalorraquídeo de la columna vertebral y detectaron el cáncer. La orden de internarla en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN) fue inmediata. Sin ningún familiar en Lima, madre e hija fueron acogidas en el albergue Aldimi/Casamor.

A María Angélica el miedo no la alcanzó ni cuando le dijeron que el tratamiento duraría tres años y que el cabello se le caería; el pavor le llegó directamente a la sangre cuando en su primera quimioterapia le inyectaron ‘la roja’. Así le llaman los pacientes a la adriamicina, medicamento de color rojo utilizado en el tratamiento contra el cáncer. Sus efectos más comunes (y temidos) son el vómito y las arritmias.

Siete meses después de permanecer internada en el INEN y de recibir quimioterapia constante, María Angélica fue dada de alta pero con una condición: debía llevar un corsé para poder volver a sentarse y hacer terapia de rehabilitación para caminar. “Era como un bebe, me ponían unos fierros calientes en las piernas para que mis huesos se soltaran”, detalla.

Cuando volvió al albergue, intentó caminar como una niña normal. Ya tenía 10 años. Su ansiedad le complicó aun más la agonía: se cayó y se fracturó la cadera. Sus piernas quedaron encerradas en una férula, un dispositivo médico que inmoviliza las extremidades. “Volví a Huancayo como una niña robot”, relata.

Luego de dos años de tratamientos mensuales, ya con el cabello largo y  con 12 años cumplidos, María Angélica recibió la noticia que esperaba: el cáncer había desaparecido. Su mamá volvió a tejer mantas para venderlas en el mercado de artesanías y su vida en Huancayo parecía haber vuelto a la normalidad. María Angélica no podía correr, pero con jugar yaxes y tutti frutti le bastaba.

—Desde cero —
Lo único que María Angélica recuerda de sus 15 años es que los dolores en la cadera volvieron. Viajó a Lima, le hicieron pruebas y el médico la volvió a sentenciar: las células cancerígenas habían reaparecido y de forma agresiva. “Hay que empezar todo desde cero”, le dijeron, y ella sintió que volvía a tener 9 años. Entonces, todo se repitió, pero ahora era más difícil. Cada vez que un mechón de cabello se le caía, lloraba.

Tras siete meses de quimioterapia, los médicos le dieron una esperanza al hablarle del trasplante de médula. Le hicieron una prueba de compatibilidad a su hermana menor, pero resultó negativa. La inscribieron en un banco mundial de donantes de médulas y la espera comenzó. “Me dijeron que podía tardar años encontrar a un donante, así que no me ilusioné”, cuenta María Angélica. En la última cita de su tratamiento, cuando ya había convivido con el cáncer durante nueve años, los doctores le dijeron que había una donante y que tenía que volar a Estados Unidos.

Y así lo hizo. María Angélica y su mamá nuevamente lo apostaron todo, aún sabiendo que había solo un 50% de posibilidades de obtener un resultado positivo. Pese a que el tratamiento se complicó por un virus que cogió en el Jackson Memorial Hospital de Miami, los resultados fueron los esperados.

Ahora, recuperada, dice que quiere ser doctora, quiere curar a los enfermos. Detrás de su mascarilla, se la oye tímida pero no triste. “Se fue, ahora sí el cáncer se fue”, susurra y las lágrimas al fin caen.

LA CARIDAD TAMBIÉN CURA
El albergue para enfermos de cáncer Aldimi/Casamor fue fundado hace diez años para cobijar a los pacientes con cáncer (junto a sus familiares) que llegan a Lima desde el interior del país.

“Los auxiliamos en la sala de emergencias, donde muchas veces se quedan a dormir”, cuenta la presidenta de la organización, Isabel Therese.

Actualmente, el albergue hospeda a 50 personas, entre pacientes y familiares. Su sede se ubica a dos cuadras del INEN.

LOS CASOS NUEVOS DE CÁNCER AUMENTARON EN 23% EN ÚLTIMA DÉCADA

Según estadísticas del Ministerio de Salud (Minsa), el 20% de los casos de muerte por enfermedad (unos 96.000 al año) se debe al cáncer. Le siguen la influenza y la neumonía que, sumadas, constituyen el 14% de los casos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) precisa que cada año se registran 43.000 nuevos casos de cáncer en el país. Los tipos más frecuentes son el de cuello uterino, próstata, mama y estómago, que en conjunto representan el 40% de casos diagnosticados cada año. De estos, los de próstata y estómago son los que cobran más vidas. En el primero, el ratio de mortalidad asciende a 14,9 por cada 100.000 casos, mientras que en el segundo es de 13,1 por cada 100.000 casos.

Ha habido un incremento de casos nuevos de cáncer  por año: en el 2005 fueron 35.000, y 43.000 en el 2015.

Esta enfermedad es percibida como previsible por casi el 90% de los peruanos de 15 a 59 años, principalmente entre la población urbana, según  el Instituto Nacional de Estadística e Informática.

Si bien este  factor es clave para acercar a la población hacia programas de detección y tratamiento oportunos, el principal problema para su manejo sigue siendo económico. Se estima que el costo promedio del tratamiento fluctúa entre US$50.000 y US$100.00 anuales.  

- 20% de casos de muerte por enfermedad se debe al cáncer. El más común es el de cuello uterino.

- 43 mil casos nuevos de cáncer fueron diagnosticados en el 2015 en el Perú.

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