Deza y un partido que la mujer siempre pierde, por Raúl Castro
Deza y un partido que la mujer siempre pierde, por Raúl Castro
Redacción EC

Con la resaca de lo vivido en San Valentín, Jean Deza, de 21 años, delantero de y la selección nacional, fue acusado de hacer su peor jugada: –ahora embarazada– por tercera vez.

El brillo de esta ex joven promesa futbolística, quien vuelve al Perú tras pasearse infructuosamente por canchas francesas –de donde lo enviaron de regreso por actos de indisciplina–, se apaga poco a poco, así, de la peor forma.

En Alianza no hace una. En su casa de Maranga, por el contrario, presuntamente embriagado, apoyado por un hato de incondicionales, habría pateado primero y luego intentado ahorcar a la madre de su hijo porque esta le pidió dinero de manutención.

Kleydi Rossi Medina indicó que es la tercera denuncia que interpone contra el jugador por agresión física. Ha presentado fotos con heridas y marcas de violencia como pruebas.

Las denuncias de Kleydi son parte de las 33.217 denuncias por violencia familiar que la policía registró entre julio y setiembre del año pasado. Muy pocas o ninguna han tenido la ‘suerte’ de hacerse públicas como esta.

Un alarmante 37% de mujeres en el Perú han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de su esposo o pareja alguna vez, estableció el INEI en el 2012. Una cifra bastante por encima del promedio global, que es del 30%, según la Organización Mundial de la Salud.

Las estadísticas son profundamente preocupantes en todos lados, pues, para la OMS, la violencia contra la mujer ha cobrado “proporciones epidémicas” en todo el planeta. Por ello, en países como Estados Unidos se afronta el problema cuestionando el fermento social que le da estructura: las culturas masculinas para las cuales someter a la pareja es normal y destacable.

Durante el último Super Bowl, la final del campeonato de la Liga Nacional de Fútbol Americano de Estados Unidos, diversas organizaciones de dicho país programaron un apabullante comercial de 30 segundos que evidenció las devastadoras características de la violencia ejercida en casa, contra la pareja.

Aprovechando la enorme audiencia del evento, en el comercial se escucha la voz de una aterrada mujer quien pide una pizza a la central de emergencias 911. Las imágenes solo muestran el interior de la casa en ruinas, destruida con furia. El policía al teléfono, tras un inicio desconcertado, entiende que la llamada es una desesperada denuncia en clave y procede a enviarle ayuda.

Con una de cuatro mujeres víctimas de violencia doméstica entre ellos, los estadounidenses entendieron que lo más oportuno era emitir un comercial así en el cogollo de una multitud de aficionados marcados por la cultura de machos y triste historial de violencia doméstica.

En nuestro país, junto a campañas de este tipo, es necesario corregir por complemento el sistema que hace tan difícil denunciar el maltrato: el del registro de la agresión. En muchas comisarías los agentes policiales desestiman a las denunciantes por no considerar el hecho como cosa grave. El final suele ser doblemente malo para ellas.

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