Redacción EC

Lima festeja hoy el aniversario número 479 de su fundación. La fecha, sin embargo, la alcanza en una situación bastante menos buena de la que merecería. El crecimiento anárquico al que la han venido condenando una serie de administraciones metropolitanas y nacionales sin auténtica visión de largo plazo ni coraje para las reformas estructurales la ha vuelto una ciudad altamente contaminada, difícilmente transitable, violentada en su patrimonio histórico, casi desprovista de áreas verdes, de estética nada armoniosa y esencialmente caótica.

Lima necesita una visión de ciudad y un plan ordenador desesperadamente. En ese sentido, la administración municipal de la señora Villarán ha tenido el innegable mérito de presentar el Plan Regional de Desarrollo Concertado de Lima 2012-2025 (PRDC), que contiene una visión integral para el desarrollo futuro de Lima.

Así, el PRDC plantea que el crecimiento poblacional se oriente hacia las ciudades de Huacho y Cañete, llamadas “ciudades compensatorias”, así como a nuevas ciudades “autosostenibles” en las pampas de Ancón y de San Bartolo y en Lurín, uniendo estos últimos lugares con las ciudades anteriormente mencionadas por medio de trenes de cercanías y de un sistema de cabotaje. El plan propone también una política de densificación urbana ordenada y de viviendas populares en los márgenes. Asimismo, plantea crear un cinturón ecológico, forestando y desarrollando como áreas agrícolas y turísticas las cuencas de Lurín, Chillón y Rímac, y trabajar el borde costero de Ancón a Pucusana como área de recreación. Finalmente, sugiere la creación de una zona industrial.

Sin embargo, en lo que respecta al central problema de la movilidad, el plan postula solo dos líneas de metro al 2025, cuando para esa fecha podrían estar operativas las cinco que integran la red que se ha diseñado. Y, aunque advierte la contradicción entre la meta de poner al Callao y a Lima como centro de servicios del Pacífico sur y los altos costos logísticos que ahora existen por las insuficiencias viales, el plan no aborda el serio problema de acceso al Callao ni propone extrapuertos o un sistema integral de vías regionales que faciliten  la salida de las exportaciones por nuestro puerto.

Por otro lado, el Plan Urbano de Lima Metropolitana, que resulta fundamental para aterrizar el plan anterior, aún está en elaboración. El plan urbano debería diseñar los instrumentos concretos como la zonificación, las áreas de expansión urbana e industrial y su administración, el manejo de suelos, los proyectos de transporte, la vialidad, la vivienda, los proyectos de recuperación patrimonial, los mecanismos operativos y de concertación con el sector privado, el presupuesto, etc. Nada de eso existe ahora y sin esto el PRDC permanece flotando en las nubes.

De hecho, los proyectos que hasta la fecha vienen ejecutando la propia municipalidad y los ministerios de Transportes y de Vivienda en Lima nacen de iniciativas poco vinculadas al PRDC (salvo, acaso, el proyecto de vivienda La Alameda de Ancón y el de las áreas reservadas para los polígonos industriales en Lurín).

Existe, pues, el riesgo de que el PRDC quede allí, olvidado hasta la caducidad, como le sucedió al plan urbano de largo plazo que ya antes había elaborado el Instituto Municipal de Planificación y que venció en el 2010.

Por otra parte, si el PRDC logra traducirse en un plan urbano bien pensado, concreto y viable, tendrá que enfrentar una valla estructural en su aplicación: la demagógica decisión que creó un gobierno regional para Lima y otro para el Callao y que dividió así en jurisdicciones independientes lo que estaba unido en la naturaleza.

Debido a ello, estos planes no pueden incluir al Callao y se ven, por tanto, anulados de partida en su intención de ser planes “integrales” para la ciudad. Es a causa de esto que los corredores complementarios que se acaban de adjudicar se detienen en el límite con el Callao. Y lo mismo pasa con el proyecto Vía Parque Rímac, por solo citar otro ejemplo.

Si quería de verdad ser viable, el PRDC debió partir de tomar en cuenta este problema: lo primero que tuvo que haber propuesto fue un solo gobierno regional para Lima y Callao.

Sea como fuese, la municipalidad aún está a tiempo de plantear esto y de aterrizar el PRDC en un buen plan urbano que sea consensuado con los ministerios que hacen obras en Lima, logrando así una suerte de “política de Estado” para la ciudad que trascienda alcaldes e instituciones.

Acaso, de hecho, ya que la eficiencia ejecutiva no parece ser su fuerte, este pueda ser el legado de la administración Villarán: el lograr, finalmente, un plan orgánico, completo y sostenible para encauzar el futuro de Lima y posibilitar para los hijos de sus actuales ciudadanos la calidad de ciudad que, gracias al caos que ha reinado en las últimas décadas en el desarrollo de nuestra capital, sus padres no han podido tener.

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