Las enfermedades mentales desde adentro
Las enfermedades mentales desde adentro
Betty Soto

Mucho se dice acerca de las , pero poco se sabe realmente. Tres protagonistas relatan cómo es convivir con una enfermedad mental en una sociedad que, a pesar de reconocer estas patologías, aún las estigmatiza.

Elizabeth, 19 años (trastornos alimenticios)

"Unos se cortan las venas, se disparan o se lanzan del techo, yo opté por dejar de comer."

¿Cómo explico lo que tengo? No lo explico. Sé que nadie me va a entender. La gente piensa que sufrir de anorexia y bulimia es pura vanidad, que yo quiero lograr un cuerpo 60 - 90 - 60. Pero, ¿por qué, entonces, me alejo de todos? Yo sé que no estoy bien. He tomado conciencia de mi enfermedad y lo único que deseo es seguir mi tratamiento actual para superar la bulimia, tomar mi medicación y salir algún día de esto.

Comencé a los 13 años, llegué a pesar 36 kilos a causa de la anorexia. Yo vivía en Moyobamba y allí nadie conocía la enfermedad. El médico que me atendió le dijo a mi madre que seguro estaba delgada por consumir drogas o quizás había abortado. Le dijo que me enviara a Lima. Llegué aquí y dieron pronto con el diagnóstico. Mis padres, como cualquier persona que no comprende los trastornos alimenticios, pensaron que con recuperar mi peso todo estaba solucionado. Pero no. Los trastornos alimenticios no tienen nada que ver con el peso. Creo que es una muerte lenta. Unos se cortan las venas, se disparan o se lanzan del techo, yo opté por dejar de comer.

Una vez intenté matarme. Tomé veneno pero no me morí. Mis padres estaban aterrados pero también cansados. Mi madre dice todo el tiempo que estoy loca, que soy inmadura. Ninguno de ellos jamás me pregunta por mi tratamiento, como si quisieran no pensar en eso. Solo me hablan de la universidad y me presionan para que estudie. Por ahora, vivo en el tambaleo de la enfermedad. Ya no espero que nadie me entienda. Quiero curarme y sé que debo hacerlo sola.

Giulia, 21 años (Trastorno Borderline)

"El dolor físico no es nada comparado a lo que siento"

Siempre supe que algo estaba mal pero no sabía qué. Desde muy chica había sido inestable, tenía esos picos de amor y odio con las personas, problemas con la comida y era muy insegura. Vivía en Chiclayo con mi familia y nuestras peleas eran constantes.

Cuando vine a estudiar a Lima con mi hermana todo estalló. No podía estudiar, no dormía o dormía demasiado, no comía tres días o en un solo día devoraba todo; andaba siempre a la defensiva y tenía miedo de que me dejaran sola. No entendía cómo es que una pelea insignificante me producía una rabia extrema; gritaba, explotaba y me cortaba los brazos para no sentir ese dolor que no comprendía. Total, el dolor físico no es nada en comparación a lo que siento.

Ahora sé que tengo trastorno borderline. Tomo medicamentos y sigo un tratamiento de día en esta clínica. Me siento mejor, es cierto, ya puedo expresar mis sentimientos sin necesidad de gritar. Pero no voy a mentir: todavía me da rabia el miedo al desequilibrio. Tener que tomar pastillas por miedo a recaer. No dudo en la ciencia, creo en los cerebros, en que existen las enfermedades mentales. Si alguien que sufre del corazón debe tomar pastillas, ¿por qué yo no?

Nora, (mamá de un hijo con esquizofrenia)

"Solo quisiera que la sociedad no le cierre las puertas a mi hijo"

Mi hijo tiene 19 años y hace tres que le diagnosticaron esquizofrenia. Todavía no le hemos dicho sobre su enfermedad. Él tiene retardo mental leve y, además, continúa en etapa de recuperación.

Su problema se desencadenó cuando estaba en el último año de colegio. Unos chicos lo golpearon a la salida y lo amenazaron con hacerle daño a su hermana si él decía algo. Dos meses después le dio su primera crisis: no reconocía a nadie, no dormía, no comía, daba vueltas por la casa, con miedo, y preguntando por el chico que lo había maltratado.

En Ica nadie pudo diagnosticarlo, solo me dijeron que había perdido la razón y que lo interne en algún hospital psiquiatra. Yo preferí traerlo hasta Lima; aquí le sobrevinieron otras crisis, cada vez  más fuertes. Gasté en doctores particulares, medicamentos, alimentos, traslado y hasta en curanderas. Por fin me dijeron que tenía esquizofrenia y yo pensé que el mundo se me venía abajo.

Había escuchado tantas cosas malas sobre esa enfermedad: que son agresivos, malos, que no pueden hacer nada, etc. Pero todo es mentira. Mi hijo lleva tres años de tratamiento con pastillas, venimos a Lima cada tres meses para su cita con el doctor, y lo veo mejor cada día

Supongo que cuando su recuperación sea mejor le podré contar lo que sucede; sé que él tiene la voluntad de sentirse bien. Es un chico que mira películas, le gusta la computación y quiere mucho a su familia. Solo me gustaría que la sociedad no le cierre las puertas. Me gustaría que trabaje y que tenga novia. Quizás es por eso que no le hablo ni a él sobre su enfermedad. Me da miedo el estigma, que nadie conozca la realidad de esta enfermedad.

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