Hace unos días, un amigo invitó a cenar a unos conocidos a un restaurante de parrillas en Miraflores. Al llegar, encontró las puertas cerradas, lo cual lo sorprendió porque no era muy tarde y el local no suele descansar ese día. En medio del desconcierto, aguzó la vista y vio que en el interior había varios comensales. En ese instante, un mozo advirtió su presencia y le permitió el ingreso.
Mi amigo no tuvo que preguntar por qué ese lugar tan popular debía atender a sus clientes casi a escondidas. La razón era una sola: el miedo.
Luego de lo ocurrido con Caffe di Gianfranco, El 10, Corralito y otros locales víctimas de los ‘raqueteros’, los empresarios han tenido que tomar sus precauciones, aun a costa de ver mermados sus ingresos. El gremio que los agrupa, la Asociación de Hoteles, Restaurantes y Afines (Ahora), no solo ha recomendado atender a puertas cerradas, sino colocar cámaras de seguridad, alarmas, contratar más vigilantes y ser más rigurosos en los procesos de selección de personal, a fin de que no vaya a colárseles el enemigo en casa.
Cualesquiera de estas medidas son apenas paliativos. Su objetivo es hacer a los maleantes más difícil la concreción de sus fechorías. Aunque convertir sus negocios en búnkeres probablemente lo único que consiga es alejar a la clientela y aumentar las ventas por delivery.
Existe otro elemento que ha incrementado la dimensión del temor: la actitud sanguinaria de estos delincuentes. Su falta de escrúpulos para golpear a mujeres con el fin de arrebatarles sus pertenencias se exacerba cuando deben usar sus armas de fuego. Al comandante PNP Pedro Guerrero Gilberti le costó la vida haber querido impedir el asalto a la pollería Corralito. No tuvieron piedad de él.
Este panorama de terror se agrava con la noticia de que el 95% de los detenidos por la policía en los dos primeros meses del año ha vuelto a las calles. Y no lo ha hecho aprovechando que nuestras cárceles y comisarías son unas coladeras, sino amparados en decisiones judiciales, pese a que muchos fueron capturados en flagrancia.
La situación es demasiado compleja para resolverse en el corto plazo. Urge mejorar las tareas de investigación policial, a fin de prevenir los delitos, pero también que el Poder Judicial y el Ministerio Público se pongan a hacer su trabajo.
Aunque dista de tener los índices de aprobación estratosféricos de su predecesor, José Pérez Guadalupe parece tener claro su objetivo. Entiende que el ministro del Interior no es el protagonista de un ‘reality show’ ni es el llamado a ofrecer policías como si se tratasen de dulces. Mucho menos a perder el tiempo convirtiendo el Twitter en su trinchera.
Por lo pronto, ha dejado en claro que liderazgo no es sinónimo de figuretismo. Y al anuncio de mejoras en la preparación del grupo Terna ha añadido un fundamental acercamiento con varios alcaldes y dejado en claro que se necesita acabar con el pernicioso sistema 24 x 24.
Todo esto marca una auspiciosa diferencia. Y, de paso, deja una terrible constatación: hemos perdido un tiempo valiosísimo. Y lo hemos pagado con sangre.