"Guano de allá y guano de acá", por Gonzalo Torres del Pino
"Guano de allá y guano de acá", por Gonzalo Torres del Pino
Gonzalo Torres

Recientemente tuve la grata oportunidad de ir a una de las islas Chincha. Hacía tiempo quería visitar esas históricas islas guaneras y gracias al Sernanp pude ir para grabar un segmento del programa “A la vuelta de la esquina”. Siempre pienso que no hay nada mejor que estar en un lugar para entender a cabalidad el pedazo de historia del que ha sido escenario. Y eso me pasó con la isla. 

El guano, ese excremento fértil de las aves que anidan en las islas, ha marcado el destino del lugar desde que lo conocieron los chinchas (que fueron los eximios navegantes de la costa americana) en el Perú prehispánico, por lo que fue, luego, una de las joyas en la época del ‘boom’ guanero. Debido a su fama, España ocupó las islas en 1864, para intentar cobrarse las deudas que reclamaba del Perú desde tiempos de la emancipación con la explotación de ese recurso. 

Los colonos chinos también llegaron a trabajar a las islas bajo unos contratos que eran carta blanca para la esclavitud, pues en estas no había un control de las condiciones de trabajo y vivienda. Culí que llegaba, se le proporcionaba solo tres palos y unos sacos de yute para hacer sus carpas. Los pobres eran azotados y muchos no dudaban en lanzarse de los acantilados para terminar sus sufrimientos. 

Pero basta llegar para darse cuenta del escenario: es un lomo de lobo pelado, un pungente aroma a amoníaco lo invade todo, el sol inclemente quema la espalda y se refleja sobre el color blanco del guano que ciega y mata la vista. Si uno se queda parado mucho tiempo, las garrapatas que viven en el excremento se le pegan a uno; a los que allí dormían, se les pegaban cientos y sus piernas amanecían hinchadas. Un horror. 

El Perú no era un mendigo sentado sobre un banco de oro, como malamente se ha atribuido a Raimondi, sino sobre un banco de excremento. Salto y extrapolo tiempo y espacio y ese mismo excremento, aunque de humano, es el que aún sale por La Chira.

Una reveladora y reciente fotografía, tomada por Evelyn Merino Reyna desde los aires, muestra ese delta de deposiciones que baña nuestra Costa Verde. Se construyen más edificios, hay más gente con desagüe, Lima crece y se desarrolla, pero los servicios que el Estado debió prever al mismo ritmo de ese crecimiento quedaron de lado. 

La planta de tratamiento de aguas residuales de Taboada, al norte, ya se construyó; La Chira aún no está lista. Fue entregada en concesión a un consorcio español en el 2010 y su construcción ha demorado una eternidad. No es posible que, para obras urgentes que la ciudad exige, las licencias tomen meses o que los trámites se entrampen en marañas burocráticas. Entiendo las complicaciones de la naturaleza, pero lo otro no. El sector privado avanza y el Estado cojea. El proyecto debió haberse entregado a finales del 2014, hoy dicen que a finales de mayo de este año recién estará operativa la planta. Yo la veo bien marrón, la verdad. Nuestro sino es el guano, en cualquiera de sus presentaciones. 

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