La identidad de una ciudad puede ser definida de múltiples formas: por su espíritu, por su personalidad, por lo que expresa su gente, por su concepto de democracia, pero también por su patrimonio inmueble visible que es el producto de su historia. La identidad no es algo que se construya adrede, es la sumatoria de ese pasado, de sus manifestaciones culturales tangibles o intangibles, el estado actual de su legado y el ethos de sus ciudadanos.
Desde ahí se puede construir una imagen y un posicionamiento no solo para los propios habitantes, sino para los posibles visitantes. Eso sucede con ciudades de cualquier tamaño, por ejemplo, una ciudad pequeña del Viejo Continente generalmente tendrá un centro medieval, con fortuna amurallado, y ese será el elemento predominante de su identidad, a pesar de que pueda tener un patrimonio histórico perteneciente a otras épocas. Atenas muestra su pasado de cuando fue el centro del mundo; Roma, su periodo imperial, pero también renacentista, en una especie de continuidad. Hay ciudades que se estructuran a través de distintos centros: el modernismo y el gótico en Barcelona. Ciudades cuya oferta es moderna como Tokio o Nueva York.
Una ciudad puede haber sido relevante culturalmente o próspera por unos cuantos años, y es ese período de su esplendor que marcará su imagen, tenga lo que contenga. Una ciudad, entonces, se convierte en un ente homogéneo en la cabeza de alguien.
El caso de Lima me da vueltas en la cabeza, ¿por qué es difícil articular una imagen para nuestra ciudad? Antes de que los españoles escogieran este valle para fundar la Ciudad de los Reyes, Lima ya había sido escogida como lugar por otras culturas que dejaron un legado que, aunque disminuido, aún se puede ver en la ciudad. Este gran periodo expansivo de tiempo en el que se han desarrollado dos culturas completamente distintas ha dejado dos frentes que en el proceso urbano han sido enemigos.
Lima no es una ciudad de tradición cultural homogénea, no ha tenido un breve período de tiempo de desarrollo, nunca amalgamó estas fuentes. Se podría argumentar que el Cusco tuvo también una situación espacial y temporal similar, pero allí, mal que bien, una ciudad se asentó sobre otra, se hizo mestiza desde su origen y hoy tiende más a ser una ciudad de carácter homogéneo con sus contradicciones y todo.
Lima como capital de virreinato se desarrolló como tal, con el boato del poder central, con sus iglesias, sus balcones moriscos, de los cuales descienden los de la época republicana, pero dándole la espalda a su pasado milenario. ¿Cómo explicar Lima? ¿Virreinal, ciudad de huacas (si estuvieran puestas en valor)? Esta heterogeneidad es su bendición porque le da mayor oferta, pero también es una dificultad. Por eso, la identidad de Lima se ha gestado a través de otro legado cultural: la gastronomía, que, por su aparente homogeneidad, es fácil de tragar y de que otros se la traguen.