Estamos en una intersección de calles cualquiera, saturada y con el semáforo malogrado. O no hay semáforo. Se estima que en Lima faltan semaforizar más de 1.500 intersecciones.
Todos los vehículos intentan pasar primero, impidiendo con ello que pase el carro de atrás. El peatón y/o el ciclista son la última prioridad.
En una ciudad europea los conductores moverían sus vehículos de acuerdo a las manecillas del reloj permitiendo el paso de quien corresponda.
Una reciente encuesta de Arellano Marketing para Cencosud (publicada en “Correo” el 15 de mayo) pone en evidencia lo siguiente: el 57% de los peruanos no está dispuesto a ayudar a los demás; el 60% no pide disculpas cuando comete una imprudencia o infracción, el 64% no dice “por favor” ni “gracias” y un 70% se considera menos honesto que hace diez años. Terrible. De alguna manera nos retrata como emergentes, involucionados espiritualmente.
Es evidente que hay un origen en la educación recibida tanto en la familia como en el colegio o en la comunidad. Pero también tiene que ver con los parámetros y la permisividad de una sociedad urbana. La palabra alcalde viene de la palabra ‘al-qaid’ de origen árabe que quiere decir ‘el juez de la ciudad’. Es decir, el responsable de las formas de convivencia ciudadana.
El ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus iba al despacho municipal en bicicleta en los años 90 para desalentar el uso del auto y el ex alcalde de Lima Alberto Andrade se mudó al Centro Histórico para evidenciar la importancia asignada a su recuperación. Son gestos ejemplarizantes. Los alcaldes podrían hacer mucho en la construcción de valores y ciudadanía.
En esto los espacios públicos cumplen un rol crucial, pero también un alcalde puede estar atento a todas las señales que son una afrenta a la convivencia urbana. Paraderos que son una invitación a la muerte, veredas usadas como parqueaderos, combis asesinas, alarmas que torturan los oídos.
En fin, desde elementales decisiones de gobierno de respeto al vecino que no cuestan, hasta priorizar inversiones en espacios públicos que pueden constituir una matriz orientada a defender el bien común y crear sentido de pertenencia. Pero creo que debe ser un mix de estricto ejercicio de autoridad, con estímulos y reconocimientos. Cuando voy al Callao el taxista apenas ingresa al Cercado baja la velocidad a 45 km/h y me explica: “Señor, hay control de velocidad y multas”. Esta noción ya se incorporó al ADN de los choferes.
El liderazgo cumple un rol innegable en la difusión de valores y los medios de comunicación. Es valioso que una empresa privada difunda el eslogan “somos amables, seámoslo siempre”. Y es valioso el germen de una generación joven que está metida de cabeza en los barrios populares. ONG como Kantaya (Educamos con Amor), Un Techo para mi País, o aquellas que protegen animales abandonados como Caridad o Voz Animal, son la semilla de valores extraordinarios. Podrían ser parte de políticas municipales.