La capital estuvo de fiesta como los 18 de enero de todos los años, manteniendo a los 480 lo que su compleja historia reciente no apuntaba a pronosticar: que sus habitantes nos sintamos en gran medida orgullosos y gustosos de vivir en ella.
Tanto la encuesta de El Comercio-Ipsos, dada a conocer ayer, como la de la organización Lima Cómo Vamos hecha pública el viernes pasado ponen en evidencia la extensa identificación que tenemos con la ciudad y el alto aprecio que le guardamos.
Según El Comercio-Ipsos, más de 7 de cada 10 limeños se sienten orgullosos de la ciudad que los acoge, mientras que para Lima Cómo Vamos la cifra es menor, pero igualmente significativa: casi 5 de cada 10.
Por si quedan dudas de la consistencia de este sentimiento, vale revisar las cifras de Lima Cómo Vamos de los últimos cinco años. Con ellas se verifica que, en efecto, la intensa relación afectiva que tiene la gente con su ciudad se mantiene a tope pese al atávico pesimismo poético del viejo Salazar Bondy –el de “Lima la horrible”, que nos marcó por décadas– y a los más pedestres problemas que afrontamos hoy en día.
En esa línea, ¿cómo explicar que aun cuando el índice de satisfacción de vida en Lima es uno de los más bajos de América Latina, según Lima Cómo Vamos (estamos al final de una tabla después de Quito, Cali, Bogotá y Sao Paulo); por otro lado, para El Comercio-Ipsos casi 8 de cada 10 se declaran gustosos de vivir en la ciudad? ¿Y qué decir sobre el 65% que se quedaría a vivir en ella si le dan a escoger?
Es la economía, estimado lector. Si bien los servicios básicos son largamente criticados y la inseguridad, el caos en el transporte y la contaminación ambiental nos agobian alarmantemente, el informe de Lima Cómo Vamos revela que la percepción de los limeños sobre sus finanzas domésticas viene siendo crecientemente positiva en los últimos cinco años.
Si bien los que creen que su situación sigue igual son mayoría, del 2010 al 2014 los optimistas que creen que están mejor o mucho mejor, aumentaron del 32% al 36%. Más fuerte aun, los que creen que su situación mejorará a futuro crecieron de 47,7% a 60,7%.
Frente al orgullo y el optimismo, sin embargo, la innegable tensión en la convivencia diaria y la marcada suspicacia hacia el otro que no conocemos nos hacen pisar tierra. Solo uno de cada 10 ciudadanos (12,8%, exactamente) cree que el limeño es confiable, demostrando así la profunda debilidad de las instituciones llamadas a arbitrar en las diferencias cotidianas.
Los limeños tememos pues a problemas tangibles como el vecino que no paga las cuentas comunes, los ruidos molestos o el aprovechamiento ilegal de los espacios públicos, pues su impunidad está garantizada.
La gente está muy orgullosa de Lima, pero no de los limeños, sugiere el antropólogo Rafael Vega Centeno. Pese a ello, y a todos los obstáculos, esta ciudad es cada vez un mejor lugar para vivir. Celebremos por eso.