Las madres de Canevaro solo esperan una visita este domingo
Las madres de Canevaro solo esperan una visita este domingo
Oscar Paz Campuzano

Vine al asilo para dejar a mis hijos en paz, dice la señora Carmen Vásquez, una mujer de 76 años que hace tres duerme en una pequeña pero acogedora habitación del , en el Rímac. A los 15 años dio a luz a su primer niño.

“En ese momento tu vida cambia”, cuenta. Luego, con su segunda pareja, tuvo cuatro bebes más. Era una joven madre de 24 años que dedicaba todo su tiempo a criar a sus cinco pequeños y que soportó por años a su esposo: él la golpeaba bajo cualquier pretexto, incluso cuando gestaba. Ella huyó de casa y solo pudo llevarse a dos de los niños. Vivió años en casa de su abuela, en San Martín de Porres.

“Es lo que me persigue hasta ahora: haber dejado a mis hijos. Quiero pedirles disculpas. Sé que les hice falta”.  Y le digo que no fue su culpa, que si se quedaba podría haber terminado muerta a golpes. “Ya están hechas las cosas”, dice. En su pequeña habitación solo se la escucha llorar.

–La historia de Monina–

La vecina de cuarto de Carmen Vásquez es María Florinda Lazo Vince, de 73 años,  a quien desde niña la llaman Monina. Es una mujer morena que viste pantalones apretados, zapatillas y una pañoleta para sujetar su cabello teñido de castaño claro.

Debe ser la más jovial de las 20 madres de este asilo. A las 5:30 a.m. sale a trotar. Ella encabeza los desfiles, ha participado en una carrera de diez kilómetros tres años seguidos, y adora bailar y cantar. Pero está lejos de ser la mujer feliz que parece.

Su niñez y juventud en Barranco estuvieron marcadas por los arrebatos de su hermana que, producto de sus problemas mentales, mató a su madre a golpes.

El padre de su hija fue la otra persona que llevó violencia a su vida: la agredió desde que se conocieron, cuando ella tenía 30 años.  Resistió los golpes por su hija, pero hace cuatro años María se fue de casa y durante 20 días durmió en los pasillos del hospital Dos de Mayo. Fingía que tenía un pariente internado. Cuando los vigilantes la descubrieron, tuvo que irse. Así fue que se enteró del hogar Canevaro. Ahora lleva una vida alejada de sus peores pesadillas. Sufre básicamente porque su hija no la visita.

–Sola contra el mundo–

En la vida de Julia Tipacti (75) no hubo mucha violencia pero sí soledad. Quedó huérfana muy niña y fue internada en el puericultorio Pérez Araníbar. A los 13 años salió y se dedicó a lavar y planchar ropa. A los 20 tuvo  su único hijo, pero el padre la abandonó. Entonces, debió criarlo  sola, lidiando contra la pobreza.

“Trabajé duro por él y ahora tengo tres hernias. Hice de todo para que no se quede sin comer”, dice sentada en el comedor del asilo, al que llegó hace 19 años. “Vine aquí porque él es irresponsable”, confiesa. Aun así lo adora y quiere verlo este domingo. Es el deseo de estas tres madres que tuvieron que aprender a esperar por un amor que nació en sus vientres.

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