Madres de Carapongo luchan por sus familias tras los huaicos
Madres de Carapongo luchan por sus familias tras los huaicos
Oscar Paz Campuzano

Entre las 188 personas refugiadas en las carpas de un empolvado campamento de Carapongo, hay una mujer de Apurímac que carga a una bebe de dos meses. Varios la llaman ‘Huaiquita’, porque su nacimiento coincidió con el desborde del río Rímac, el 16 de marzo. Esa madrugada, cuando el río estaba a punto de rebalsar, Reina Calderón Valenzuela sintió los primeros dolores que anunciaban la llegada de su tercer hijo.

Ella y su esposo partieron hacia un hospital en El Agustino, poco antes de que el agua inundara los dos cuartos prefabricados en los que se habían quedado durmiendo sus niños de 14 y 7 años. En el mismo instante en que daba a luz, sus hijos escapaban de la casa. Ambos terminaron en la vivienda de unos tíos, en un cerro cercano.

El verdadero nombre de su última hija es Cristell. Con ella, dos días después regresó a la casa que alquilaba en Carapongo, pero el desastre y la falta de dinero los empujaron hacia uno de los 10 campamentos habilitados tras la inundación. Ahora, mientras intenta calmar a su pequeña que llora bajo un inusual sol de otoño, Reina dice que por estar en el hospital su familia solo consiguió una carpa para dos personas.

Rosalyn no sabe hasta cuándo vivirá con sus hijos en esta carpa. Su casa prefabricada desapareció en el desborde. (Dante Piaggio / El Comercio)

Los últimos días han sido rutinarios: su esposo trabajando como cargador, sus hijos en la escuela y ella, junto a su niña de dos meses, en la pequeña carpa, esperando ayuda y que los cuartos que ocupa hace cinco años, a cambio de cuidar una cancha de césped, estén reparados pronto para volver a habitarlos. “Vivir aquí no es fácil. Los niños se enferman por la polvareda”, dice Reina con su bebe en brazos.

Este campamento que da refugio a Reina se llama Damnificados de la Asociación Santa María Línea del Tren, por su cercanía a los rieles. Aquí hay 45 familias, entre ellas cinco madres solteras. En total, hay 11 bebes y 30 niños en edad escolar.

Cada detalle está en el padrón hecho a mano que tiene la coordinadora, Yolanda Romero. Es ella la que también lleva el registro de las madres a cargo de cocinar para las 188 personas. Se van rotando todos los días. Cuando por razones ajenas a su voluntad alguna persona no puede preparar el almuerzo, debe ser reemplazada por un familiar. El arroz con pollo que el pasado jueves se sirvió entre carpas y nubes de polvo fue cocinado por cuatro mujeres y un hombre: el esposo de Mari Salazar, la única embarazada del campamento.

—Vivir en una carpa—
Cerca de este hay otro refugio que llaman Santa María Baja. Está asentado sobre un área concesionada a Rutas de Lima para construir la nueva Autopista Central. Aquí son 46 carpas. Rosalyn Santos Pitman y su numerosa familia viven en una de estas. Tienen básicamente una cama, algunas frazadas, botellas con agua y donaciones de ropa y juguetes. A sus 26 años, es madre de cinco niños: el mayor tiene 9 años; la menor, cuatro meses.

“Era de noche, yo estaba durmiendo. De pronto la gente comenzó a gritar porque el agua venía con piedras y animales. Lo primero que hice fue cargar a mi bebita y luego a mi hijo de 2 años. Los otros tres chiquitos tuvieron que correr. Perdí mis cosas, pero salvé lo más valioso: a mis niños”, relata Rosalyn desde su estrecho alojamiento de plástico.

En medio de la conversación, ella recuesta a su pequeña sobre la cama y le cambia el pañal. “Lo más bonito de ser madre es verlos despertar y reír. A veces me vuelvo niña con ellos y jugamos. Eso es lo más bonito. Pero esto no es vida. Me duele no tener cómo atenderlos, no tener un lugar cómodo para vivir. Es horrible”, dice Rosalyn, quien ahora camina hacia el terreno alquilado, en el que antes tenía una casa prefabricada y ahora solo hay barro seco.

—Incertidumbre—
Los días para los damnificados de Carapongo son cada vez más difíciles. Al menos en Santa María Baja hace quince días no llegan las cisternas con agua, según varios damnificados. Dicen que los serenos de la Municipalidad de Lima dejaron de vigilar la zona y que los baños portátiles fueron retirados a mitad de abril. Los médicos y las ambulancias del Hospital de la Solidaridad también desaparecieron.

“Están pidiendo que nos vayamos, porque la obra de la autopista ya va a empezar, pero muchos no tenemos a dónde ir. Una señorita de Participación Vecinal de la Municipalidad de Lima llamada Katty o Katia nos dijo hace dos semanas que si no salimos, se van a llevar las carpas y que veamos qué hacer con nuestras cosas”, dice Rosalyn Santos y otros damnificados lo reafirman.

La Municipalidad de Lima tiene una versión diferente. “Se lleva dos camionadas de agua diarias o interdiarias a los 10 albergues de Carapongo”, según Mario Casaretto, subgerente de Defensa Civil.

El temor a quedarse sin carpas mantiene inquietas a estas madres y, a la vez, con la incertidumbre de saber hasta cuándo seguirán durmiendo bajo un plástico. Por eso, hasta da remordimiento preguntarles qué harán en su día. Rosalyn Santos responde: “Pasarlo con mis hijos. Les prepararía un pollito frito, pero perdí mi cocina. Quizá con las vecinas hagamos algo. Unos globitos en el comedor y una colaboración de dos soles para una pachamanca de pollo. Nada más”. Ella dice que este segundo domingo de mayo será un día como cualquier otro. Le faltó decir: como cualquier otro… después de la inundación.

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