(Foto: GEC)
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Angus Laurie

En el libro “La economía de las ciudades”, Jane Jacobs cambió el dogma para muchos historiadores sobre el origen de las ciudades. Antes, la teoría era que las ciudades evolucionaron de pequeños pueblos relacionados con la agricultura. Jacobs, en cambio, introdujo una segunda teoría: que las ciudades surgieron cuando la sociedad se basaba en un sistema de caza y recolección, antes de la aparición de la agricultura.

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Para probar su teoría, resaltó el ejemplo de Catal Huyuk, una ciudad de Anatolia que tuvo una población de entre 3.000 y 8.000 personas. Según Jacobs, la agricultura vino después del origen de Catal Huyuk.
Jacobs explicó su teoría utilizando una ciudad teórica neolítica. En este modelo, primero apareció un mercado para el intercambio de un recurso local, como la obsidiana, que servía a los cazadores. Las personas que tenían el control del recurso intercambiaron con los cazadores y recolectores. En los intercambios de bienes, recibieron animales vivos y semillas, y con el tiempo innovaron criando animales y cultivando verduras, frutas y granos. Estas innovaciones, a su vez, generaron nuevas formas de trabajo, como desarrollar objetos con el cuero o tintas con las plantas.

La teoría de Jacobs se basa en la idea de que la aglomeración de personas –cuando hay una mayor densidad poblacional dentro de un terreno reducido– genera nuevos tipos de empleo, innovación y una mayor productividad por persona. Esta idea es la base del concepto de las economías de aglomeración.

Aplicado al contexto actual, se puede entender que la densidad y diversidad de usos en un área determinada de la ciudad trae como resultado tener un mayor mercado laboral y mayor probabilidad de que haya una alineación entre un trabajo y las capacidades de los obreros potenciales que puedan hacer el trabajo. También genera un incremento en la innovación y productividad económica en la ciudad. Esta es justamente la conclusión de un nuevo estudio publicado en “Urban Studies”. El mismo estudio ha encontrado que el transporte público y tránsito vehicular tienen un valor económico inmenso ya que pueden incrementar los beneficios de las economías de aglomeración para una ciudad.

En el contexto de Lima, que tiene la tercera peor congestión vial a escala mundial, estamos perdiendo una enorme parte de los beneficios de la economía de aglomeración. Por otro lado, según el estudio, es justamente en las ciudades como Lima que tienen mayor congestión vial donde las inversiones en sistemas de transporte público masivo logran mayores beneficios. Específicamente, según ejemplos en los EE.UU., por cada cuatro asientos nuevos de transporte público masivo por 1.000 habitantes que agrega una ciudad, hay un incremento de 124 empleos por kilómetro cuadrado.

En este sentido, la reforma del sistema de transporte público en Lima debe ser considerada un proyecto prioritario no solamente para el desarrollo de Lima, sino un detonante que podría generar una mayor innovación y desarrollo económico para todo el país.

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