Luis Silva Nole

Eleva la mirada y siente el golpe en la cara otra vez, como cada día desde hace 35 años. “En Lima no hay cielo. Aquí hay un toldo”. De pronto, la voz de Mercedes Álvarez Navarro pierde esa fuerza tan cubana y se hunde en un susurro, como si quisiera guardar en secreto su pena

Los mototaxis que pasan por la avenida Guardia Republicana –otrora arenal– no la sacan de su abstracción. Para Mercedes, la santera, como la conocen  sus vecinos de la urbanización Pachacámac, en Villa El Salvador, es inevitable comparar. “En el cielo siempre es azul. Además –dice–, cada invierno de Lima me entristece. No está en mi ADN, y reniego. Pero hay que seguir adelante, aunque todos los días sienta nostalgia por mi patria”.

A sus 54 años y sentada a pierna suelta en la vereda, frente a su casa, no puede evitar recordar, con la intensidad de quien dejó el alma en algún lado. Ella y otros 10.800 cubanos ingresaron en abril de 1980 a la embajada peruana en La Habana, buscando un futuro.

El primer día de aquel mes, un bus lleno de cubanos que querían asilarse hizo añicos el cerco de la sede diplomática, en un hecho que terminó en la muerte nunca aclarada de un policía. Tres días después, retiró el resguardo a la embajada ante la negativa del Perú de entregar a los cubanos. Entonces, miles vieron en la sede peruana la oportunidad de dejar atrás un régimen  con el que disentían, y un salvavidas para una vida que sentían privada de libertad. “El padre de mis tres hijos mayores me lo propuso. Debía tomar la decisión, y la tomé para estar con mis hijos”, evoca Mercedes.

DE CARPAS AL ARENAL
Unos 850 de los que estuvieron hacinados en la embajada llegaron a Lima durante ese año en calidad de refugiados. Primero fueron instalados en carpas en el otrora parque Túpac Amaru, donde hoy está la Videna, en San Luis. Al poco tiempo, Naciones Unidas gestionó módulos de vivienda en Villa El Salvador para unos 250 que decidieron quedarse, en lo que hoy se conoce como el barrio cubano. Allí llegó Mercedes en 1983.

Mercedes Álvarez añora Cuba y aún ríe: “Agradezco al Perú, pero llevo a mi patria en el corazón”. (Foto: Paúl Vallejos / El Comercio)

La mayoría partió rumbo a , como lo hizo, solo, su primer marido.
“Ahora en Villa solo quedamos 14 cubanos netos”, advierte Mercedes, quien tuvo en Lima otros cuatro hijos con otro cubano, del que ya se separó. Acá echó raíces: 13 nietos peruanos lo prueban. “Y soy espiritista, de las que hacen el bien. Aún no soy santera”, aclara.

Ella y sus vecinos compatriotas miran con desconfianza a los que no son del barrio. “No podemos borrar la mala fama de la zona. Sí hay droga y rateros, pero los cubanos malos son los menos. Somos decentes”, se lamenta Mercedes.

Luisa Toledano Quijano, también cubana, morena y de 54 años como Mercedes, se lamenta más: “Agradezco al Perú por acogerme, pero esto no es lo que soñé. Tengo un hijo en Lurigancho. Ahora me he refugiado ahora en Cristo”.  Ella vende jugos en la esquina de la Av. Guardia Republicana con la Av. Separadora Industrial.

En la urbanización Pachacámac de Villa El Salvador, la cubana Luisa Toledano vende jugo de manzana en la calle. Se refugió en el Perú de joven. Hoy, a sus 54 años, tiene una bisnieta peruana y sueños truncos.(Foto: Paúl Vallejos / El Comercio)

DOLOR INCURABLE

Fotos de su hija peruana María Victoria, actriz conocida com o se lucen en las paredes de su casa, en la urbanización Pachacámac de Villa El Salvador. El cubano Pablo Santana Montoya tenía 39 años cuando entró a la embajada en La Habana y hoy se gana la vida cantando como mariachi. “Por mis ideas, en Cuba dejé otras dos hijas. Ahora sé que dejar a la familia no tiene remedio, y duele”, afirma.

De vez en cuando el cubano Pablo Santana coge la guitarra y entona “La gloria eres tú”, de su compatriota José A. Méndez. (Foto: Paúl Vallejos / El Comercio)

En general, los cubanos de Villa El Salvador no quieren hablar del . “Los presidentes van de cumbre en cumbre y los pueblos, de abismo en abismo”, se anima a decir Raúl Montesinos, de 56  años, otro cubano y dueño de una factoría cercana a la casa de Mercedes.

Pese a la nostalgia, los hijos de la isla que domaron el arenal coinciden en que ya vivieron mucho en el Perú como para algún día retornar a Cuba de manera definitiva, a no ser que sea de visita. Las familias que construyeron los anclan en Lima.

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