Redacción EC

JUANA AVELLANEDA

De repente una melodía oriental empieza a sonar en la cuadra 8 del Jirón Junín, en el Cercado de Lima. La música viene de la Asociación China Kuo Min Tang, una vieja casona donde cientos de chicos de diversos barrios se reúnen para aprender a bailar la mística danza del dragón y el león. Un grupo de vecinos no puede más con la curiosidad y decide ingresar al local para ver qué está ocurriendo. Dentro está el sifu (maestro) Jorge Cáceres Valencia (51). Lo primero que salta a la vista de este hombre de voz grave es que no tiene ni un pelo de chino. Todo lo contrario. Sin embargo, viste un polo blanco que dice en el pecho Grupo Dragón Chung Shan, un buzo azul y zapatillas negras de artes marciales. Está de rodillas frente a Kuan Kung, un guerrero inmortal chino cuya imagen se encuentra en el patio de la academia. “Yay Kon Ko, Yi Kon Ko, San Ko”, repite en voz alta este economista que abandonó su carrera para convertirse en profesor de Kung Fu. Enseguida prende un incienso y, con ambas manos juntas a la altura del pecho, le pide permiso para iniciar la danza del dragón. Sus alumnos se mantienen en total silencio en señal de respeto. Incluyendo Gonzalo Zhou Wu, de 6 años, que imita hasta las reverencias que hace su maestro. Finalmente, el Sifu se pone de pie y anuncia el momento que todos estaban esperando: es hora de dar vida al dragón y al león.

Chicos y grandes ingresan corriendo al salón de vestuario para ser los primeros en elegir los trajes menos pesados. Nadie quiere cargar las cabezas rojas (llegan a pesar cerca de 10 kilos), mientras que otros se pelean por ser el dragón azul, que hace unos días llegó desde China. “¡A la cuenta de tres los quiero a todos formados!”, ordena Cáceres. Entonces los muchachos corren de regreso al patio y al unísono golpe del gong, instrumento de percusión chino, el dragón y el león empiezan a cobrar vida. Mientras bailan, Sifu se pasea por el patio para corregir su postura. Faltan pocos días para la llegada del y, como todo maestro, busca la perfección.

Eso lo sabe muy bien Álex León Yee (21), un muchacho de ojos chinitos, pómulos marcados y tez canela. Está danzando debajo de una enorme cabeza de león color naranja neón. Este piloto comercial es uno de los 200 bailarines que anónimamente danza al ritmo de gongs y tambores. Lo más entretenido de su trabajo, dice, es ver cómo los negociantes se las ingenian para colocar el Choy Cheng (la lechuga) en lo más alto de la puerta. De esa manera, asegura, los obligan a hacer pirámides humanas hasta lograr que el león coma y desmenuce la hortaliza para hallar el Hong Bao (sobre rojo). “Pero también tenemos que cuidarnos de los supersticiosos, que creen que quedándose con un pedazo de león van a tener suerte. Sin mentirte, en cada desfile de Año Nuevo nos quedamos sin 3 a 4 leones. Y eso representa pérdidas de 1.500 dólares por cada uno. Pero qué le vamos a hacer, pues. El pueblo es el pueblo”, cuenta encogiendo los hombros alguien que tuvo que entrenar durante tres años seguidos para llegar a estar al frente del batallón.

 

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