LUIS SILVA NOLE @Lucho_Silva
Redactor de Sociedad
Su antigua camioneta es parte del paisaje de La Pampilla, como el acantilado, la rompiente y el puesto de raspadillas. Detenida en el tiempo, la Chevrolet de 1946 mira siempre al mar de Miraflores. Por las tablas largas de una quilla que lleva atadas en la parrilla superior, parece salida de la película “The Endless Summer”, que Dayal vio una y otra vez en los años 60.
A pesar de que Dayal Gayoso y su onda retro llegan a diario y parquean siempre en el mismo sitio, él toca las pequeñas piedras de la playa como si abrazara a viejas amigas que no ve por años.
En el cuello lleva un collar de conchitas marinas de 1970 hecho en Hawái y que compró por Internet a un coleccionista. En la oreja izquierda, un arete que brilla cada vez que es besado por el sol. En el pecho, flores naranjas saltan de su camisa, también hawaiana. En el rostro, anteojos oscuros y una gran sonrisa.
En la playa, Gayoso, a sus 61 años, es completamente feliz.
“¿Cuál es nuestro horario de oficina?”, le pregunta a Paul Salem, otro veterano vigente del surf, mientras ambos enceran sus tablones, de 9 pies de largo. Son tan grandes que de vez en cuando dan algunos pasos en ellos mientras están en el agua. “Aquí estamos todos los días, de 9 de la mañana a 2 de la tarde”, dice su compañero de olas, tan solo un año menor.
La Pampilla es su oficina, su mundo. Dayal y Paul son dos de los ‘Pampi Boys’, como se los conoce desde Miraflores hasta Cerro Azul. No pasan un día sin surf. “Formamos el Club de Playa La Pampilla, inscrito en Registros Públicos, para hacer frente la afectación de las rompientes. De los 150 integrantes, ocho o nueve somos de 60 para arriba”, comenta Gayoso, seis veces campeón del ya clásico torneo anual Longboard Day, de San Bartolo.
“La tabla es más que deporte. Te da energía, salud. Te limpia de los problemas. Es vida; el estilo es opcional”, dice Dayal.
Ya en el agua, el estilo de los ‘Pampi Boys’ se distingue nítidamente de los surfistas veinteañeros de tablas chicas. No hay ‘rollers’ ni ‘aéreos’. Los muchachones cogen la ola y se deslizan sobre ella con elegancia y suaves movimientos de cintura, firmes como capitanes de barcos que miran el horizonte desde la cubierta.
“Está volviendo la moda de los 60: tabla larga de una quilla, caminar en ella sin tanto quiebre. Tablón clásico”, manifiesta Dayal ya en la orilla, empapado de entusiasmo. “Cómo estaría si no surfeara. Correré hasta que Dios diga”, acota Paul.
LA VIGENCIA DEL WAIKIKI
Unos 200 metros más al sur, en el legendario club Waikiki, Francisco Aramburú, de 68 años, ex campeón peruano y leyenda viva del surf nacional, siente que fue ayer cuando en mayo del año pasado corrió, como lo hacía en los 60, Pico Alto, una de las olas más difíciles de nuestro país. “Corro desde 1959”, remarca Aramburú.
Al frente, en playa Makaha, Alejandro Rey de Castro, otro socio de 62 años, profesor de Historia de la Católica, alista su tabla. “Las mejores ideas se me vienen cuando estoy en ola. Ahí me siento en paz con la naturaleza. Yo no caliento en la orilla, lo hago remando, como la escuela antigua”, confiesa el historiador antes de entrar al mar.