Jueves 5 de agosto, 11 de la mañana. “Invoco a la unidad de todos los peruanos, incluyendo a todos los hombres y mujeres de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas y policiales”, dice el presidente Pedro Castillo en el patio exterior de Palacio de Gobierno, minutos después de recibir los honores del general EP Manuel Gómez de la Torre, recién nombrado jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Hay sol en Lima, resuena la salva de 21 cañonazos, y todo se ve por televisión porque la Plaza Mayor ha sido cerrada, incluso para la prensa.
Al mismo tiempo, a 800 metros de allí, en la plaza San Martín, Víctor Vallejos, presidente de la Confederación Nacional de Rondas Campesinas (Conarc), azota un chicote contra el piso de granito, lo muestra ante las cámaras, detalla los insumos con los que se confecciona esta tradicional herramienta y después ensaya él también un discurso.
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“Lima es el epicentro de la inseguridad. Nosotros estaríamos en zonas identificadas; aquí en la plaza, por ejemplo. Serían operativos combinados con ronderos, serenazgo, policías. Pero la gente sabe que el rondero no perdona: media docena de ‘pencazos’ para los fumones, y no van a regresar”, dice.
Tres días antes, durante un evento realizado en San Miguel con ronderos de otras regiones del país, Vallejos explicó la propuesta que quiere llevarle a Castillo. En una primera etapa, plantea establecer en la capital un ejército de 5 mil ronderos; habría 20 mil en una segunda etapa y, según sus cálculos en unos cuatro años, un total de 40 mil “para custodiar las calles principales de Lima”, dijo sobre un estrado, látigo y mascarilla en mano.
Castillo fue, por cierto, quien puso este tema sobre la mesa desde sus primeros minutos en el cargo. “Debemos expandir el sistema de las rondas (...) donde no existan estas“, dijo en su mensaje ante el Congreso. Habló incluso de asignar un presupuesto para darles “la logística necesaria”. (Después mencionó, en el terreno de la seguridad ciudadana, otras iniciativas igual de inaplicables, como restablecer el servicio militar obligatorio o dar un plazo de 72 horas para que los delincuentes extranjeros abandonen el país, pero esa es otra historia).
Esto, por supuesto, encendió todas las alarmas políticas, legales y sociales. El presidente de la Conarc, en cambio, lo vio como una oportunidad.
Niegan y descartan
“Absolutamente ineficiente”. Así cree el ex ministro del Interior, Carlos Basombrío, que sería el resultado de tener rondas en un contexto urbano donde ya existe un sistema de seguridad ciudadana, imperfecto en muchos sentidos, pero normado y regulado. “Lo que funciona son las juntas vecinales; no siempre están actividad, pero funcionan. No capturan delincuentes, pero alertan a la policía, están en constante vigilancia”, dice.
¿Podrían las rondas ser usadas con fines políticos, como una fuerza de choque? Basombrío asegura que sí, y usa incluso la palabra “fuerza paramilitar” para referirse a casos potencialmente comparativos en países de gobiernos abiertamente dictatoriales, como el de Venezuela y su temida Milicia Bolivariana.
Coincide con él José Luis Pérez Guadalupe, quien también ha sido ministro del Interior pero, además, es especialista en criminología. “El peligro es si estamos frente a las nuevas milicias del gobierno. Si esta ‘fuerza ronderil’ apunta a esto, sería un grave error y un grave riesgo para el país”, dijo el miércoles a este Diario.
Incluso desde el Gobierno ha habido posturas contrarias a la idea de establecer rondas en la capital, y esa es la gran contradicción.
Primero fue el general en retiro Carlos León, viceministro de Orden Interno, quien el miércoles dijo que no hay ninguna coordinación para establecer en Lima un sistema como el que Vallejos plantea. Ayer, el propio ministro Juan Carrasco lo recalcó. “No existe disposición de mi despacho para implementar rondas en Lima. Lo niego y lo descarto”, dijo.
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La base de la Conarc en Lima es una estrecha oficina en una galería ubicada en el jirón Huallaga, justo frente a Palacio de Gobierno, donde despacha un presidente que también es profesor y, además, rondero.
En ese reducido espacio, desde que Castillo ganó las elecciones, decenas de hombres y mujeres de varias regiones del país llegan a diario para que Vallejos les entregue una ‘resolución’ que los certifica como jefes de rondas en las zonas de donde provienen. “Acabo de nombrar a 93 coordinadores en todo el país”, dijo aquella mañana Vallejos en la plaza San Martín.
Su propuesta no ha sido planteada aún al presidente de manera formal, y este tampoco ha dicho una palabra más al respecto. Lo que sí ha intentado Vallejos, al menos dos veces esta semana, es reunirse con Vladimir Cerrón, secretario de Perú Libre y, por lo visto en los últimos días, una presencia influyente en el entorno palaciego.
Las rondas contra Sendero
La primera ronda fue creada en 1976 en Cuyumalca, Chota (Cajamarca), la misma provincia de donde proviene Pedro Castillo. La función de estos grupos se centra en el campo, donde la seguridad ‘oficial’ (policías, fiscales) es remota, y funciona como una autoridad paralela y autónoma que resguarda, corrige y, de acuerdo a las costumbres, sanciona. Desde el 2017, existe la Dirección de Rondas Campesinas del Ministerio del Interior. Se les ha brindado capacitaciones en más de 178 talleres.
Las rondas campesinas de Cajamarca y luego otras regiones del norte aparecieron para frenar a los abigeos, y luego expandieron sus funciones. En las ciudades, incluso en algunas zonas de Lima, hay rondas urbanas, que trabajan con algún nivel de coordinación con el serenazgo, las municipalidades y la Policía Nacional.
Existen también, desde los años 80 y 90, en el apogeo criminal de Sendero Luminoso en la sierra y selva (de Ayacucho, principalmente), los Comités de Autodefensa, los famosos y respetados CAD.
En “La derrota de Sendero Luminoso”, Carlos Iván Degregori explicó que los CAD surgieron como respuesta al abuso indiscriminado de las huestes de Abimael Guzmán. “La frase ‘castiga pero no mates’ marca el límite de la aceptación campesina”, explicó el antropólogo.
Los ronderos de los CAD eran entrenados por el Ejército, e incluso recibían del Estado armas, casi siempre en pésimo estado.
Hubo hombres célebres en los CAD, como Antonio Cárdenas, en Pichiwillca, o Pompero Rivera, ‘comandante Huayhuaco’, jefe de ronderos del río Apurímac, donde ahora es el Vraem. Otro de ellos, un de los más veteranos, fue Enrique Segovia, alias ‘Sombra’. En el 2013, cuando fue entrevistado por El Comercio, estaba tuerto, con esquirlas en el cuerpo y listo para alejar a los ‘terrucos’.
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