Historia del Perú es el curso favorito de Marco Antonio Gonzales Céspedes, de 58 años, quien jura por la Sarita que nunca más va a delinquir. Condenado a cuatro años de cárcel por tráfico ilícito de drogas, es uno de los alumnos más aplicados del Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA) Alfonso Ugarte, que funciona dentro del penal del Callao, en una región declarada en emergencia.
En uno de los dos salones de clases que hay en Sarita Colonia –así se le conoce al penal chalaco–, Marco se pone al día en sus estudios, que abandonó en primero de secundaria por circunstancias de la vida. “Estudiar te disipa, te saca los malos pensamientos”, dice este miloficios, que ya lleva dos años preso. “Estudio por mi esposa, por mis nietos. Ellos me esperan afuera”, sostiene.
Marco Antonio es uno de lo 253 reos que se han inscrito voluntariamente en los programas de alfabetización, primaria y secundaria del CEBA Alfonso Ugarte. En el penal del Callao hay más de 3.300 internos. Ahí también funciona el Centro de Educación Técnico-Productiva (Cetpro) Miguel Grau, donde 327 reclusos aprenden manufactura de calzado, computación, cerámica, manualidades, carpintería y repostería.
EL CEBA existe desde el 2002, pero su currículo flexible fue reforzado en el 2015 gracias a un convenio entre el Instituto Nacional Penitenciario (INPE) y el Ministerio de Educación (Minedu). “La educación es parte de la estrategia para lograr la reinserción social de los internos”, explica Julio Magán, jefe del INPE.
Igual que en el resto de cárceles del país, el martes de la semana pasada fue inaugurado el año escolar 2016 en el penal del Callao. Con el aval del Minedu, hay 4.500 presos en todo el país en clases de alfabetización, primaria y secundaria, y otros 14.000 en talleres productivos. “En las clases también nos enseñan a respetar a los demás”, explica Yoe Llerena Gordillo, de 26 años, preso por robo agravado en Sarita Colonia, su escuela nueva.