En el avanzado crepúsculo de su vida, colmado de años, homenajes y de gloria literaria, escribió Ricardo Palma estas presagiosas palabras: “Cuando ya no exista, allá por el lejano año de 1933, si mi recuerdo como hombre de letras y bibliotecario perdurare, si libres de personales prejuicios y de pasioncillas pasajeras estimaren los peruanos que mi memoria es acreedora a homenaje nacional, allá ellos”. Aquí en estas páginas de El Comercio que siempre fueron suyas y lo acompañaron, literalmente, a lo largo de toda su existencia, le decimos a don Ricardo que ciertamente lo recordamos, y mucho, en 1933, al cumplirse el centenario de su nacimiento, y que ahora, en el 2019, sigue muy presente en nuestra memoria y en lo más hondo de nuestra admiración y afecto al conmemorarse la primera centuria de su partida hacia la eternidad.
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En enero de 1848, cuando Palma tenía 15 años, apareció en la sección Comunicados uno que daba cuenta sobre los exámenes que se habían rendido en el Colegio Preparatorio que dirigía Antonio Orengo. Entre los jóvenes premiados estaba “D. Manuel Ricardo Palma, en Matemáticas, Contabilidad y Nociones de Economía Política”. Esa fue la primera vez que su nombre apareció en el Diario decano. Meses más tarde, a postrero de agosto del año antes mencionado, vemos una emocionada poesía a la memoria de doña Petronila Romero que suscribe Manuel Ricardo Palma. El primero que dio noticia sobre estas dos octavas reales fue César Miró en su amena biografía de don Ricardo. Todavía en noviembre de ese inspirado 1848, Palma publicó otra poesía elegíaca, esta vez dedicada a la memoria del mariscal Agustín Gamarra, muerto en 1841 en la batalla de Ingavi y cuyos restos llegaban a Lima para darles definitiva y honrosa sepultura.
—El escritor romántico—
Palma, como recordaba en “La bohemia de mi tiempo”, abordó entusiasta el género teatral y de su pluma salieron piezas como “La hermana del verdugo”, “La muerte o la libertad” y “Rodil”, la más aplaudida y la única que se conserva gracias a su hallazgo por José Jiménez Borja en la biblioteca del Club Nacional. De todos estos éxitos y de los elogiosos comentarios que recibieron dio cumplida noticia El Comercio asociándose a ellos. En sus años maduros, don Ricardo escribió: “Hice un acto de fe con mis tonterías escénicas y… ‘c’est fini’, no volví a escribir dramas”.
El paso siguiente en la producción de Ricardo Palma –el Manuel estaba ya largamente olvidado– fueron sus petipiezas, obras festivas en un acto, como los viejos sainetes y entremeses. El primero de ellos, estrenado en el Teatro Principal de Lima el 6 de noviembre de 1855, tuvo por título “Los piquines de la niña”, al que seguirían “Criollos y afrancesados” y “Sanguijuela”. Sobre esta decía un comunicado publicado en El Comercio el 30 de enero de 1858: “Mañana domingo es el día destinado para que en su noche se estrene la comedia de costumbres limeñas en un acto, escrita en verso por el poeta nacional señor Palma. Desde ahora, sin conocer la pieza, juzgamos que estará escrita con gracia, por sernos bien conocidas las festivas producciones de este genio. Deseamos el día señalado para ir a reírnos con las ocurrencias de nuestro paisano Palma”.
—Las “Tradiciones peruanas”—
En una carta a su cordial amigo el escritor argentino Pastor Obligado, Palma describe la fórmula de su extraordinario éxito literario: “Me vino a mientes platear píldoras y dárselas a tragar al pueblo, sin andarme en escrúpulos de monja boba. Algo, y aún algos de mentira, y tal o cual dosis de verdad, por infinitesimal que sea, mucho de esmero y pulimento en el lenguaje, y cata la receta para escribir tradiciones”. A propósito de ellas, don Aurelio Miró Quesada Sosa señalaba que Palma había logrado cada vez más resonancia por su genial acierto de mezclar historia y fantasía, casticismo y lenguaje coloquial, gusto por el pasado y sonriente visión del presente, que caracterizaron sus “Tradiciones peruanas”.
La primera serie de estas se publicó en 1872 con general aplauso que guardaría El Comercio como tantas otras cosas más de Palma. Luego siguieron las de 1874, 1875, 1877 y otras más, hasta la décima y última aparecida en 1910. El sábado 3 de junio de 1876, El Comercio anunciaba que el “conocido y justamente aplaudido escritor Ricardo Palma principia desde hoy a favorecernos con los delicados productos de su ingenio. ‘Quizá quiero, quizá no quiero’ es el título del precioso artículo con que el literato Palma inicia su colaboración en la parte literaria de El Comercio”. A partir de esa fecha, Palma, siempre los sábados, publicó 18 tradiciones con fabuloso éxito. En una nota aparecida en estas páginas en setiembre de ese año se llamaba a Palma “eximio tradicionista”.
No podemos olvidar que don Ricardo, en 1908, dedicó una tradición a El Comercio titulada “La historia del Perú por el padre Urías”, religioso agustino que fue contertulio de Manuel Amunátegui en los primeros años de la década de los cuarenta del siglo XIX. El original de la tradición me lo mostró don Aurelio Miró Quesada y lo leí con muy comprensible emoción e interés.
—Amigo de siempre—
El Comercio aplaudió entusiasta la elección de Palma como académico correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua. Hasta en dos oportunidades, con entusiasmo y laboriosidad ilimitados, don Ricardo, con el decidido apoyo de El Comercio, logró el resurgimiento pleno de esa docta corporación. El Comercio también respaldó a Palma en su nobilísima e infatigable labor de reconstructor de la Biblioteca Nacional, que dirigió entre 1883 y 1912. En 1892 se conmemoró el IV centenario del descubrimiento de América, y con este motivo el Gobierno de España organizó un nutrido programa de congresos y festejos. El Perú nombró a Palma su delegado oficial en dichas celebraciones, y El Comercio le entregaría, honrado y gustoso, credenciales de corresponsal. Sus estupendas crónicas, enviadas desde diversos puntos del reino hispano, tuvieron como destinatario a don José Antonio Miró Quesada, director de esta casa editora. Esas crónicas de Palma las reuní en un libro publicado en 1991 con un enjundioso y cálido prólogo de don Aurelio Miró Quesada.
Cuando en 1912 Palma, anciano y famoso, fue obligado a renunciar a la dirección de la Biblioteca Nacional durante el primer gobierno de Leguía, El Comercio rompió lanzas en respaldo del glorioso tradicionista con justicieros y entonados editoriales.
Los primeros días de octubre de 1919, Lima estaba conmocionada por numerosas huelgas, incluso de tipógrafos, lo cual impidió la publicación de los diarios capitalinos. Por eso no se pudo dar inmediata y extensa noticia del fallecimiento de don Ricardo ocurrido el día 6 en su casa de Miraflores. Recién el domingo 19, restablecida la normalidad, El Comercio rindió el deseado homenaje a la memoria del ilustre tradicionista y leal amigo; a quien hizo conocido el nombre de nuestro país y su capital en el mundo entero; al limeño que no necesitó de abolengo ni títulos universitarios para alcanzar apoteósico encumbramiento y llenar con su nombre más de un capítulo no solo de la literatura nacional, sino de toda la América española desde mediados del siglo XIX hasta inicios del XX.
En esa hora triste del postrer adiós, escribió “Racso” estas sentidas palabras: “Yo, a quien dispensaste cariñoso el honor de tu amistad, uno mi voz al coro de todas las voces que cantan el himno de tu gloria y en nombre de El Comercio, que ostentó en sus columnas muchas veces, tu colaboración eminente, rindo homenaje a tu memoria, de escritor insigne y grande”.