Una fila de 10 personas formada en el ingreso al Centro de Estudios Clínicos fue la antesala de la larga jornada que nos esperaba el último lunes. Los voluntarios, con una distancia vigilada –aunque no faltó quien acató la separación a regañadientes– esperamos en el cerco perimétrico para finalmente entrar a los ensayos de la candidata a vacuna contra el Covid-19.
Aunque la cita fue a la 1:30 de la tarde, debido a la afluencia recién se pudo entrar en grupos pequeños una hora después. Antes de pasar, cada voluntario recibe un folder que contiene el consentimiento informado, el número de turno, un poco de alcohol en las manos y se realiza la toma de temperatura. El protocolo al que ya estamos habituados.
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Tras pasar por el registro en el mostrador de recibo, lo siguiente fue ingresar a un espacio abierto: el patio central, donde aguardaban también personas que habían generado su cita incluso antes. A mi lado derecho, un hombre que había llegado a las 11:30 de la mañana seguía ahí, esperando su turno.
Mientras, cruzaban por esta zona investigadores, personal con vestimenta sanitaria, y personas que amablemente ofrecían refrigerios para que la espera sea menos tediosa. Por momentos, una de las trabajadoras del estudio iba llamando a un grupo de personas al centro del patio para ser conducidas al inicio de los análisis.
Cuando todo esto ocurría había algo que no escapaba de nuestra percepción: el sentido de comunidad. Había madres junto a sus hijos adolescentes, adultos mayores, jóvenes de unos 20 años; todos poniendo el hombro y su tiempo en la búsqueda de una solución a la pandemia del COVID-19.
Finalmente, a las 3:42 de la tarde subimos al tercer piso para el inicio de los exámenes, detallados y enlistados en una hoja de ruta. La primera parada fue la verificación de identidad, lectura y firma del formato de consentimiento, toma de presión, temperatura, peso y saturación. Todos los signos correctos.
Del otro lado del escritorio una profesional de la salud responde cada una de las dudas que puedas tener. “¿Tú también eres voluntaria?”, le pregunté en una confianza ganada en minutos. “Sí, todos aquí”, me contestó. Ya había pasado la segunda dosis y la única molestia que tuvo –según su testimonio– fue el hincón para la administración del fármaco.
La historia clínica se basa en particularidades y es por ello que los especialistas toman en cuenta cada detalle para evaluar los riesgos. Eso ocurrió conmigo. Luego de descartar la gestación, uno pasa a una sala cerrada y ligeramente más agitada que las precedentes. Casi a las 5 de la tarde, volvimos a subir con otra voluntaria a los consultorios médicos. Se trata del filtro previo al hisopado –o prueba molecular – y toma de sangre.
Una vez ahí, la médico repasa cada uno de los antecedentes: operaciones, alergias, asma. Cuando la historia parecía no tener ningún impedimento, llegamos a la información adicional. Un abultamiento en la parte derecha de mi cuello alertó a la médico, quien me indicó que antes de retornar al estudio debía ser revisada para descartar la presencia de algo maligno. Resuelto esto, y dependiendo del resultado, podría retomar las pruebas y vacuna. Hasta el momento, seguiré siendo la voluntaria 2.565 del estudio.
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