Cinco años antes de Seúl, otro deporte nos hizo madrugar.
En el verano de 1983, descubrimos un héroe súbito en el horizonte. Uno de los nuestros podía ser campeón mundial. Se llamaba Luis Ibáñez, tenía 25 años y tras desarrollar una carrera semiclandestina en los encordados de Costa Rica, iba a enfrentar el 24 de febrero al japonés Jiro Watanabe, por el cetro de los supermoscas de la AMB.
En medio de atentados terroristas, una inflación galopante y un feroz fenómeno de El Niño, los peruanos teníamos la oportunidad de olvidarnos de tantas desgracias y disfrutar de esta estrella caída del cielo. Panamericana había anunciado la transmisión del combate, programado a las 6 a.m. por la diferencia horaria.
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El día acordado, una enorme legión de incautos estuvimos con los ojos bien abiertos muy temprano aguardando la bendita pelea. Y digo incautos porque a la hora convenida las imágenes nunca aparecieron y solo se escuchó la voz de Bruno Espósito, quien superando mil estrecheces, había logrado trasladarse a Japón para transmitir la pelea por las ondas de la legendaria Radio Callao.
Ese día, la radio noqueó a la televisión. También a Ibáñez, quien en el octavo round conoció la consistencia del entarimado del gimnasio de Tsu, tras un potente zurdazo de Watanabe.
En Seúl fue distinto. Había coincidencia en que el grupo que había reunido Man Bok Park era uno de los mejores de la historia de nuestro vóleibol y que tras el cuarto puesto en los Juegos de Los Ángeles, en 1984, era la ocasión para alcanzar la presea que tantas veces se nos había escabullido de las manos.
Era setiembre de 1988. El noviazgo entre el primer alanismo y los empresarios había terminado un año atrás con el intento de estatización de la banca. A inicios de mes, el ministro de Economía Abel Salinas había anunciado un ‘paquetazo’ nuclear y la hiperinflación enflaquecía sin piedad nuestros bolsillos. El terrorismo, en tanto, continuaba con su cosecha de sangre y miedo.
Pero ahí estábamos, otra vez de madrugada y con los ojos bien abiertos, viendo cómo Gaby, Natalia, Rosa, Gina, Denisse y Cecilia aplanaban a las brasileñas, volteaban el partido a las chinas y levantaban un encuentro imposible con las estadounidenses. Escuchábamos a Lucho Yzusqui relatar, “a lo largo y ancho del territorio nacional”, cómo vencíamos a las japonesas por dos puntos en el quinto set y, por primera vez, asegurábamos una medalla olímpica.
De cómo perdimos con la Unión Soviética se ha dicho tanto que no vale la pena insistir. Lo mismo de los gritos de Karpol, del llanto de Cenaida o el error de Gina.
Hoy prefiero recordar esas madrugadas felices, cuando nos abrazábamos sonámbulos y empiyamados después de cada mate de Cecilia. De cómo lloramos y de lo tanto que reímos. Por eso y por tantísimo más, gracias ‘Míster Park’. En donde esté. Gracias por habernos hecho tan felices.