Silvia junto a los niños del INEN. Pronto su libro se llevará a un formato audiovisual en español y quechua.  (Juan Ponce / El Comercio)
Silvia junto a los niños del INEN. Pronto su libro se llevará a un formato audiovisual en español y quechua. (Juan Ponce / El Comercio)
Renzo Giner Vásquez

La bomba de cobalto dejó de ser solo una máquina empleada en las sesiones de radioterapia y se convirtió en el seudónimo que Silvia Miró Quesada usó en las columnas donde contaba su experiencia con el cáncer.

Una enfermedad a la que derrotó en dos ocasiones con una fortaleza que asegura haber heredado de su madre, Isabel Ferrey-ros de Miró Quesada, fundadora de la Liga Peruana de Lucha contra el Cáncer.
“Ella siempre nos enseñó que hay que darle vuelta a la vida”, cuenta poco después de presentar su último libro “Unos días con Bobby” a los niños internados en el INEN.

—Usted dice que la palabra ‘cáncer’ siempre estuvo cerca. ¿Le ha perdido el miedo?
Mi madre trabajó por 40 años en la Liga, ella incluso hizo el círculo completo: trabajó en la prevención, padeció de la enfermedad y murió a causa de ella. Entonces, cercanía sí. Cada vez que había colectas íbamos a la plaza San Martín y la Plaza de Armas con nuestras latas. Pensaba que el cáncer no me daba miedo hasta la primera vez que me lo detectaron, ahí sí me asustó. Para ser precisa, tres frases me asustaron: “Tienes cáncer”, “debemos operar” y “recibirás quimioterapia”. Me retumbaron en la cabeza.

—¿Cuándo cambió eso?
Cuando vi a mis hijos chicos, supe que a eso debía darle vuelta. No hay tiempo ni paciencia en esto, debía enfrentarlo frontalmente. Tengo un esposo, además, con quien formé mi proyecto de vida hace 34 años y que siempre me ha apoyado mucho, ha sido muy firme y cariñoso. En esos momentos de la enfermedad necesitas gente firme, que no te deje caer. ¿Sabes? He vuelto a pensar en lo del miedo…

—¿Qué pensó?
En esta segunda vez, hace más de un año, noté que cuando terminas el proceso sientes un miedito de nuevo. Observas tu cuerpo con mayor detenimiento y sientes una espada de Damocles suspendida encima tuyo.

—Volvamos al primer diagnóstico, ahí creó la historia de Bobby. ¿Puede contárnosla?
Sí. Estaba en el hospital y un sobrino muy querido entró para saludarme, se detuvo, me miró y me dijo: “¡Y eso!”, señalando al portasuero que había a mi lado. Se quedó sin habla. Le dije que era un perrito, que se llamaba Bobby, que me cuidaba y acompañaba mientras él iba al colegio. A cambio, debía pasear a Bobby por los pasillos de la clínica cada vez que me visitara. Con el tiempo entró en confianza, se reía, me preguntaba cómo se había portado Bobby [risas]. Esto tiene que ver mucho con el juego, yo siempre he pensado que en la sociedad occidental ocurre algo muy extraño.

Portada del reciente libro de Silvia M. Q., un cuento ilustrado.
Portada del reciente libro de Silvia M. Q., un cuento ilustrado.

—¿Qué ocurre?
Hasta determinada edad la sociedad te permite jugar. Luego de eso, si sigues jugando, eres inmaduro, infantil, pero no ven el juego como un mecanismo extraordinario para vencer el miedo. Yo jugué con la figura de Bobby, convertí un objeto común en uno extraordinario, uno que unía a la familia. Por eso mi libro está dirigido para cualquier persona que quiera encontrar algo extraordinario en un objeto ordinario.

—En una de sus columnas en Viù! escribió que utilizaba la imaginación para combatir el cáncer...
Sí. Cuando la gente me pregunta qué estoy haciendo, me encanta responder: “Estoy jugando”. La gente te mira, la descuadras totalmente [risas]. Yo tomé un curso hace años que era sobre juegos, eran dos horas, una vez por semana y jugábamos. No sabes el placer tan grande que uno siente de jugar.

—En otra columna habló sobre si contar o no en las redes que tenía cáncer.
Pensé si lo debía publicar en Facebook. Lo conversé con mi hija y decidí que no. Me sentía un poco desprotegida, que iba a perder el horizonte y el radar que tenía. Me tendría que preocupar por cosas que no eran importantes. Preferí manejar el cáncer como un emprendimiento social, personal y con entrega. Por eso utilicé el seudónimo de Bomba de Cobalto hasta que Univisión me pidió el testimonio y no podía seguir siendo anónimo. Yo creo que el cáncer es una ventana de oportunidad. Uno debe volverse más creativo, más productivo y organizarse mejor.

—Hace un momento mencionó que debíamos observar nuestro cuerpo. ¿Cuán importante es?
Parte de la prevención es escucharse a uno mismo. Yo no voy al médico todo el tiempo, pero sé cómo funciona mi cuerpo. La segunda vez [que le detectaron cáncer] me levanté y le dije a mi esposo que iría a la clínica porque en la noche había sentido que una avispa me había picado debajo de la axila. El médico me dijo: “¿Ha tenido cáncer alguna vez?”. Me mandó donde el oncólogo y menos mal que fui porque lo detectaron en la etapa inicial.

—¿A veces ignoramos esas señales por temor?
Sí o porque no queremos dejar de hacer las cosas que venimos haciendo. Sentimos que vamos a perder tiempo. Tenemos un viaje o un proyecto y preferimos terminarlo antes de atacar al cáncer, el problema es que muchas veces no terminas ninguno porque el cáncer te comió.

¿Ese tipo de consejos son los que brinda al grupo que creó con otras personas con cáncer?
A mí me ayudó mucho tener gente que me acompañara en este proceso. Muchas veces una se siente incómoda, no sabe qué preguntarle al médico o averiguar lo del seguro. Como Mafe y su mamá, las conocí en la sala de espera y la señora se dio cuenta de que yo ya había tenido cáncer porque “quienes tienen cáncer por segunda vez ya van solos a sus chequeos”, me dijo. Conversamos, se puso a llorar porque era la primera vez que lo tenía y la dejé hacerlo. Le di mi correo, le dije que ante cualquier duda o pregunta me contactara. A los diez días lo hizo y comencé a acompañarla. Así acompañé a otras personas que terminaron muy bien el juego y a otros que no. A veces los sábados trato de llamarlas para preguntarles cómo se sienten o les hago bromas.

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