No es la basura, la inseguridad, las combis ni el semáforo recién colocado que ya no funciona. Si quiere un ejemplo del desmadre que vive Lima, levante la mirada y observe a su alrededor. Ahora póngase una mano en el pecho, respire hondo y pregúntese: ¿En qué ciudad que pretende ser ordenada existen tantos paneles publicitarios en bermas, edificios y veredas? Sí, no se equivoca. Ese es también un signo de nuestra tres veces coronada villa. Y, por supuesto, de la marca Perú.
¿Cuántos paneles publicitarios existen en las avenidas más transitadas de Lima? Un informe de “La República” señala que son unos 5.000. ¿Sabe cuántos han sido autorizados por la comuna metropolitana en los últimos siete años? Apenas 194. ¿Y los cuatro mil y pico restantes?
No hay limeño que no se haya topado alguna vez con una calle cerrada. Y mientras maldecía a los supuestos causantes –una marcha, un camión descargando material, una procesión–, se dio con la sorpresa de que el culpable era un gigantesco brazo mecánico en plena instalación de un armatoste de hierro, del cual luego colgaría el afiche de la gaseosa de moda, el banco de confianza o la crema que cuida su piel.
Cuando colocan esos letreros en los techos de los edificios, la calle también se paraliza, su instalación nunca pasa desapercibida. Bueno, para usted y para mí. Para los fiscalizadores municipales, los letreros aparecen por generación espontánea, como si una mano divina bajara del cielo y los colocara mágicamente.
La modalidad que utilizan las empresas es simple. Según el informe, eligen el lugar, llegan a un acuerdo con el propietario del edificio donde colocarán el letrero y listo. Si es una berma, el proceso se acorta, ya que no hay con quién conversar. Pocos se dan el trabajo de pedir la autorización correspondiente. ¿Para qué hacerse problemas si la fiscalización es nula?
Pero la instalación indebida no es el único maltrato que se hace a la norma. En ese extenso y colorido escaparate en que se convierte la Panamericana Sur por estos meses, abundan más ejemplos de pisoteo: los letreros sin cumplir la distancia requerida, la invasión del espacio aéreo de las pistas y el derecho de vía, entre otros etcéteras más.
Cada verano, nunca por iniciativa propia, siempre tras una denuncia periodística, la municipalidad metropolitana anuncia multas o el retiro de los paneles. Por ahí saca algunos, fustiga a los infractores, promete velar por el cumplimiento de sus ordenanzas, señala que lo hará cueste lo que cueste, que no le temblará la mano... Y cada verano, la historia se repite.
La publicidad aérea, los grandes paneles, no son dañinos per se. Los hay bonitos, bien puestos, que no afean el paisaje, como el letrero de Coca-Cola que adornó por años el desaparecido edificio Limatambo. No es que todo lo viejo sea bueno; lo que no debemos permitir es que la ciudad siga en manos de estos depredadores de su paisaje. Y que nadie haga algo por detenerlos.