Pamela Loli

Un niño que tenía el mismo nombre que su padre: Adolfo Camilloni, lo despedía junto a decenas de limeños en la Plaza de Armas. Era el 21 de abril de 1940 y el pequeño Adolfo veía partir a su padre, presidente y fundador del Moto Club Peruano, hacia el que se convertiría en el recorrido más largo de la historia realizado en moto.

Aquella vez, eran cinco los motociclistas que dieron dos vueltas al cuadrilátero limeño. Camilloni, empleado del Banco de Londres; Isaac Perea, mecánico de motocicletas; Enrique Carrera Naranjo, funcionario chalaco; Humberto Salinas, de la Policía Montada y Arquímedes Ojeda, un sargento del ejército, estaban unidos por el mismo amor a las motocicletas.

Sobre dos ruedas abrieron los –hasta entonces inexistentes caminos. Así, sin carreteras, sin brújulas y con lo necesario para vivir llegaron a Buenos Aires la noche del 23 de mayo de 1940. Al día siguiente, mientras recibían la cordialidad de colegas argentinos, escucharon las noticias del .

En Chile

Cada cinco kilómetros tenían que hacer una parada obligatoria, pues los motores se ponían al rojo vivo. El camino a Antofagasta acabó con la moto Indian de Ojeda, quien tuvo que regresar a Lima en barco.

Con uno menos en el equipo, enfrentaron la naturaleza sureña. Al cruzar el río Camarones, en Chile, un nubarrón de mosquitos los perseguía. Encendieron un poco de fuego para espantarlos y el fuego corrió por 40 kilómetros en los cañaverales hasta que se encontró con el mar.

Adolfo Camilloni llevaba un control de rutas que hoy muestra con orgullo su hijo. En la libreta carabineros, cónsules y amigos firmaban el paso de los cuatro motociclistas. Aunque el recorrido original incluía pasar por Chile, llegar a Argentina y volver por Uruguay y Bolivia, el terremoto hizo que cambiaran de opinión. Sin embargo, ya habían hecho lo que muchos consideraban irrealizable.

Señales desde el aire

“Fue algo extraordinario, por primera vez en la historia se hacía un viaje así en moto”, dice Jorge Perea, hijo de Isaac Perea, quien hoy radica en Canadá y se ha dedicado a recopilar los recortes del raid en el que participó su padre.

Al cruzar por la Cordillera de los Andes, los raidistas no encontraron mejor fórmula para mantener el calor que con los correazos de Isaac Perea, el más corpulento del grupo, quien era el encargado de dar el castigo para evitar el congelamiento.

“Yendo por el desierto de Atacama estuvieron perdidos como tres o cuatro días. Ahí dormían en el suelo, sin qué comer. Ellos estaban auspiciados por el gobierno del presidente Prado, entonces envió aviones para que los busquen. Los encontraron y la avioneta comenzó a hacerles señales, los dirigió desde el cielo hasta Santiago”, cuenta Perea.

Jorge Perea, hijo de Isaac Perea, recorre Canadá en motocicleta. [Foto: Archivo particular]

La hazaña

Camilloni, Perea, Carrera Naranjo, Salinas y también Ojeda lograron algo que para la época era impensado. Los miembros del Moto Club Peruano eran recibidos en el Perú, Chile y Argentina. El Comercio seguía los pasos de los motociclistas mientras periodistas y curiosos los saludaban en cada parada y los clubes hermanos prometían devolver el saludo cordial con una visita a nuestro país.

En el viaje no sólo se puso a prueba la resistencia física, también la voluntad de continuar. Los cuatro peruanos llegaron a Lima el 1 de julio de 1940, 70 días después de la partida. El recibimiento fue humilde, pues la ciudad se recuperaba del terremoto. La promesa que les había hecho el presidente Prado de darles los laureles deportivos se había quedado en el tintero.

“Y créame que si de algo me siento satisfecho, a más de haber cumplido con lo ofrecido, es de quienes fueron mis compañeros de viaje, qxue en todo momento me brindaron su más amplia confianza y seguridad en las indicaciones que dictaba. Fueron excelentes camaradas y a su espíritu de sacrificio y a su abnegación se debe que el raid se haya podido cumplir con tan buen éxito para bien del deporte peruano”. [Entrevista a Adolfo Camilloni publicada en El Comercio el 2 de julio de 1940]

Recorte de El Comercio, 2 de julio de 1940

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