A menos de un mes de haber varado en una playa de Barranco, Mark luce recuperado. Él es un lobo marino de un año y come los pescados que Carlos Yaipén y Emily McParland le lanzan a la piscina que habita, donde vuelve a acostumbrarse a comer en el agua.
Mark vive temporalmente en el patio trasero de la casa que tiene la ONG Orca en San Bartolo, un centro de rehabilitación a donde van a parar lobos marinos heridos y rescatados en el litoral de Lima. Allí, con cierto olor a mar y bajo el cielo abierto de enero, hay una segunda oportunidad para estos animales.
Yaipén es el fundador de Orca y Emily, una de las voluntarias. Ellos saben que Mark pronto volverá al mar, como lo hicieron ya otros lobos que salvaron. Desde agosto del año pasado, Orca ha rescatado 105 lobos entre Ancón y Cerro Azul. De estos, 35 fueron hallados muertos o moribundos. El resto se recuperó justo como Mark.
Las costas de Lima albergan colonias que pueden representar una población total de hasta 3.000 lobos marinos en época de apareamiento y partos, en verano. Sin embargo, la cifra es menor a las registradas en años anteriores, cuando se podía contar hasta 8.000 lobos. Por poner un ejemplo, en las Islas Palomino, en el Callao, ahora pueden encontrarse 1.500 especímenes; en el 2010, la cifra podía llegar hasta 5.000.
El motivo de la disminución es la presencia del hombre en el hábitat de la especie. En eso Yaipén es categórico y se apoya en la evidencia recogida. La mayoría de los lobos que encuentran, cachorros –a veces aún no han sido destetados– o adultos, tienen golpes causados por pescadores que los ven como una amenaza para su oficio. Otras veces tienen cortes o han sido envenenados. Orca presume que los pescadores alimentan a los lobos con bolsas llenas de pescado mezclado con raticida. La práctica es nueva y de un resultado atroz.
Por otro lado, el varamiento de lobos vivos, según el Instituto del Mar del Perú (Imarpe), también puede deberse a una distribución anómala en el mar de peces como la anchoveta.
“Los lobos marinos, al igual que los delfines, regulan la pesca enferma y con ella sus parásitos, para mantener el ecosistema en equilibrio. Además, nos permiten conocer el efecto acumulativo que tenemos los humanos en mar”, explica Carlos Yaipén.
Junto con Mark está Minem, una loba que también tiene un año y se recupera satisfactoriamente: ya pesa 21 kilos, seis más que cuando fue hallada el 21 de diciembre. Aún aislada y sin poder comer en la piscina está Manduka, una loba un poco menor encontrada en las inmediaciones del Club Regatas el 6 de enero, con una herida abierta sobre su lado izquierdo. Presumiblemente, el corte fue hecho con un gancho para jalar las redes de pescar.
Ana Gabriela Suárez y María Gracia Ventolini, las nuevas voluntarias, ayudan a curar y alimentar a Manduka. Ambas están por comenzar el tercer ciclo de veterinaria en la Universidad Cayetano Heredia.
Alex Alcalde es otro de los voluntarios. Tiene 17 años viviendo en Los Ángeles (California, Estados Unidos), llegó a Lima de visita y a Orca por recomendación de un primo.
“He aprendido que [los humanos] podemos hacer pésimas cosas. Pero también veo lo que pasa acá y que podemos hacer grandes cosas”, reflexiona. Difícil oírlo y no pensar en el recuperado Mark.