La ventana de la habitación de Alfredo da hacia el estacionamiento del Instituto Nacional de Salud del Niño de San Borja , donde lleva hospitalizado 118 días. Allí le gusta pasar las tardes, ansiando el día en que pueda volver a pisar la calle.
A sus 13 años ha sido sometido a 13 cirugías para curar sus brazos, sus piernas y su espalda de una terrible quemadura. Eso sin contar los ingresos a sala cada 2 o 3 días para sus curaciones con anestesia.
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El pasado 31 de mayo, cuando su madre preparaba el desayuno, el balón de gas explotó y destruyó todo lo que tenían. El menor quedó con el 66% del cuerpo afectado.
Alfredo nació en el estado Portuguesa, en Venezuela, y vivía allá con su padre, Alfredo Torres, hasta inicios de este año. Su madre, Yusleimy Salazar, migró en el 2018 y se estableció en Trujillo, donde el costo de vida era más barato y encontró trabajo en un local de comida rápida. Como el adolescente la extrañaba, sus padres acordaron que también vendría al Perú. Así que lo enviaron con su abuela materna poco antes del inicio del año escolar. El padre se quedó allá.
Unas primas de él se enteraron del accidente por Facebook y le avisaron. De inmediato, Alfredo organizó su viaje al Perú, pero tuvo que hacer varias paradas. Llegó a Trujillo dos días después solo para enterarse de que, por la gravedad de las heridas, su hijo, su ex esposa y su ex suegra habían sido trasladados a distintos hospitales de Lima en un avión militar.
La madre fue al Arzobispo Loayza y la abuela al Hospital de Emergencias de Villa El Salvador. Ambas tenían más de 80% del cuerpo quemado. Resistieron pocos días.
El pronóstico del niño tampoco era esperanzador. “Todo el tórax posterior, la cara y los miembros superiores e inferiores estaban afectados. La mortalidad es alta con ese porcentaje de quemadura", explica la cirujana plástica María del Pilar Huby Vidaurre, jefa de la Subunidad de Atención al Paciente Quemado. "No había suficientes zonas de donde tomar piel para los injertos y el tratamiento demoraba”, cuenta
Así que Huby pidió ayuda al hospital Shriners, de Estados Unidos, que se especializa en atención a niños quemados o con necesidades ortopédicas. El centro le donó al menor 8.000 centímetros cuadrados de piel humana.
“Esta ha sido la primera vez que se ha donado piel humana en toda América. Normalmente nos llevamos a los niños para operarlos en Estados Unidos, pero dada la experiencia de la doctora Huby hicimos una excepción”, dice Fernando Hurtado, representante de Shriners Perú Club.
El traslado del tejido se realizó bajo una cadena de frío en un vuelo especial. Según Hurtado, Shriners Perú ha gastado hasta el momento US$150.000 para la recuperación de Alfredo. El resto lo ha asumido el Seguro Integral de Salud y el propio INSN, que cubrió el alojamiento del papá.
La ONG Unión Venezolana en el Perú ayudó a la familia del paciente a activar el seguro. “De no ser por la ONG, solo por tres días habría tenido que pagar una cuenta de S/24 mil, que en Venezuela serían 140 millones de bolívares. No hubiera podido pagar todo esto”, dice el padre.
—La recuperación—
Tras más de tres meses en cama, las piernas de Alfredo se han debilitado. Caminar le causa mucho dolor. Su padre le insiste para que dé pequeños pasos. A veces, el menor se molesta. Luego se abraza a su papá y le echa más ganas. “Cuando vivía en Venezuela practicaba karate. Era cinta marrón”, dice Alfredo.
Estas últimas semanas los terapistas lo han ayudado a ejercitar las piernas con bicicletas estacionarias y máquinas elípticas.
La doctora Huby entra a la habitación y le da una sorpresa. “Vas a pasear por los jardines”, le dice. Una enfermera lo abriga y ayuda a sentarse en una silla de ruedas. El equipo médico se junta para verlo salir.
Los jardines del hospital colindan con el Polideportivo Rosa Toro. En ese momento se está jugando un partido de fútbol. ¡Qué importa quién juegue! Alfredo se aferra a la malla de metal que lo separa de la losa y ve cómo la pelota ingresa a un arco. “Gol”, murmura.
—La Unidad de Quemados—
La Unidad de Quemados del INSN-San Borja tiene 6 años de antigüedad. Desde su creación ha atendido a 2.500 pacientes y practicado 4.500 operaciones.
El 70% de los niños que llegan han sufrido accidentes con líquido caliente. La mayoría son menores de 4 años. “Todos los días llega acá un bebé que cayó en una olla”, cuenta Huby.
Todos los pacientes son atendidos por un equipo multidisciplinario. El que atiende a Alfredo está compuesto cirujanos plásticos, pediatras intensivistas, pediatras, médicos rehabilitadores, anestesiólogos y anestesiólogos especialistas en manejo del dolor, psiquiatras y psicólogos.
También lo ven terapistas físicos y ocupacionales, nutricionistas, asistentas sociales y un grupo de costureros que le fabrica prendas elásticas especiales. Estas contribuyen a acelerar la curación de la piel y a evitar la formación de queloides.
“Pero el principal factor en la recuperación de Alfredo es que su padre ha estado todo el tiempo dedicado a él. Desde que llegó no se movía de la puerta de UCI”, dice Huby. Ahora que Alfredo ya está en hospitalización, el padre duerme a su costado.
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