Rosa Navarrete nunca se casó ni tuvo hijos, el amor no fue su prioridad. Al menos no el amor de pareja. Para ella el arte y la música era lo único que importaba. Se graduó con honores de la Escuela Nacional de Música y hoy, a sus 75 años, libra una lucha contra la indiferencia de su público en el jirón Ica del Centro de Lima, donde toca largos repertorios musicales en su teclado a pilas, a pocos metros del Teatro Municipal. Paradójicamente la artista veterana no pisa un escenario desde su juventud.
Rosa es experta tocando el piano. Desde muy pequeña estuvo involucrada con instrumentos por influencia de su familia paterna y fue así que al terminar el colegio se preparó para estudiar música. Fue profesora de colegios nacionales durante más de 25 años. Actualmente está retirada de las aulas. No descarta la posibilidad de subir a un gran escenario.
De lunes a viernes, ella se prepara para dar conciertos. A veces tiene público, otras no. “Lima es un infierno”, dijo. Está cansada de los perros que se ponen a pelear frente a su pequeño podio de presentación a un lado de la iglesia San Agustín. Ella vive en el segundo piso de un edificio antiguo frente a la Asociación de Artistas Aficionados del jirón Ica. Alguna vez tocó en la Orquesta Sinfónica del Perú, recuerda emocionada.
Su rutina es corta, pero necesaria. Se levanta temprano, prepara el desayuno con mucha cautela porque debe cuidar sus manos, atiende a su hermano mayor enfermo y alista su repertorio musical para la noche. Al medio día, sale con su único ‘hijo perruno’ a almorzar. Come afuera porque nunca le gustó entrar a la cocina. Cuenta que cuando su padre vivía, él no le permitía poner en peligro sus manos de artista, por eso, ni hirvió un huevo en su vida. Luego de recibir su contundente menú, regresa a casa y espera que sean las 4:30 pm para salir.
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Media hora después, baja las escaleras de su edificio, que le parece una eternidad, y se dirige a su espacio. Una de las ventanas laterales de la iglesia San Agustín es su lugar desde hace más de 6 años, quizá son más. No recuerda con exactitud desde hace cuánto deleita en ese punto a todos los peatones con su música.
Le toma tiempo prepararse. Primero debe recoger de una bodega cercana su triciclo de mercado, donde está su piano a pilas. Lo deja encargado ahí porque le es imposible subirlo y bajarlo todos los días de su casa. Una vez que ya está en su poder, le despoja de su protección: dos bolsas negras atadas con pasadores y un costal antiguo de arroz. Rosa comenta que no tiene un estuche aún porque está caro. También cuenta que tenía un parlante con el que podía llegar a más personas con su música, pero una noche un joven se lo robó con engaños. Le prometió que la ayudaría y se lo llevó.
Desde esa trágica noche, Rosa siente que todo ha ido en decadencia. Los días ya no son tan buenos, la gente la escucha menos porque otros músicos tienen parlantes potentes a unas cuadras de su sitio. Ella admite que es una especie de gitana, nunca ha estado en un solo lugar. Nació y creció en Bellavista, Callao. Luego se mudó a San Miguel, a Chaclacayo, y por una decisión acelerada, volvió a Lima, a vivir a pocos metros del Teatro Municipal, lugar donde le gustaría tocar algún día el piano en un concierto popular. Por ahora se alegra con la respuesta de los peatones a su música. Algunos la escuchan atentos porque deciden quedarse a mirarla. Otros solo la observan de lejos y se animan a dejar una moneda en el envase de plástico que pone sobre su teclado. Muchos solo pasan y la miran sorprendidos. Sí, es ella quien toca más de 10 canciones de memoria todos los días.
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Más artistas en la ciudad
Navarrete es reconocida como la profesora Rosa por la mayoría de músicos que tienen de escenario los jirones del Centro Histórico de Lima. Al menos así la recuerda Luis Villa Caballero, un joven de 27 años que decidió estudiar música guiado por sus convicciones, y hoy, por cuestiones del destino, toca tres veces a la semana su acordeón en el Centro de Lima. Los demás días es un nómada musical entre las estaciones del Metropolitano, plazas de otros distritos y eventos.
Toma un carro desde Villa El Salvador para llegar en su horario exacto al centro. Comenta que la gerencia de Cultura de la Municipalidad Metropolitana de Lima le ha dado facilidades para tocar sin que lo retiren. Cumple un horario en un espacio determinado. Cuando termina su turno, se debe retirar porque llegan otros artistas y así no genera desorden.
Antes de que Luis pisara las calles con su instrumento, él era estudiante de Psicología. Siempre le llamó la atención la música y se animó a estudiar profesionalmente ello. En la pandemia, la empresa donde trabajaba quebró y sintió que fue el momento perfecto para relacionarse más con lo que realmente ama hacer: música. Estuvo en las calles con su acordeón cuando nadie más quería salir por temor al virus. Tuvo que enfrentarse a ser expulsado muchas veces de los espacios públicos.
Con casi 10 años de experiencia tocando su instrumento de viento, a él le alegra inmensamente la respuesta de las personas. A diferencia de los escenarios grandes, donde varias rejas y niveles sobre el suelo separan al público del artista, el espacio de Luis es perfecto para que pueda escuchar los comentarios de los peatones del lugar.
Una historia similar es la de Jean Jiménez, de 26 años, un guitarrista con más de 13 años de experiencia que también decidió estudiar música profesionalmente. Conoció a Luis en su centro de estudios, y se encontró con él nuevamente cuando se enteró que el municipio limeño daba facilidades para que los artistas se desarrollen en los jirones del centro histórico.
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Estudió dos años en la universidad y dos más en una escuela. Siempre fue un apasionado del rock de los 80 y 80 desde su infancia. Como Luis, para Jean la pandemia también fue un momento decisivo para analizar qué quería hacer, y finalmente apostó por la música. Ahora, él también es uno de los 37 músicos instrumentistas que la gerencia de Cultura de la Municipalidad Metropolitana de Lima gestiona desde su subgerencia de Promoción Cultural y Ciudadanía.
En las calles Jean ha construido su personaje artístico. Hasta ha cambiado su nombre, ahora se le reconoce como el músico Bolder. Viste ropa negra y lleva una rosa negra atada en su guitarra. Para él, ese último artículo representa el lado oscuro que todas las personas cargan. El guitarrista lleva un año y medio llevando su música a diversos puntos de la ciudad. Actualmente brinda clases, toca en eventos privados y una banda de rock.