Esperanza, no triunfalismo. A esa frase se resume la posición oficial del Gobierno frente a la evolución del COVID-19 en el Perú, que en las últimas semanas ha mostrado un sostenido descenso en las cifras diarias de contagios y fallecidos. Aunque el mensaje inicial no fue claro: el presidente Martín Vizcarra dijo en agosto que nos encontrábamos en la “etapa final de la pandemia”, y luego la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, tuvo que corregir con un cauteloso “las cifras han empezado a caer”.
Lo que sí se advirtió desde Ejecutivo es que, si se relajan las medidas de prevención, no se puede descartar la llegada de una segunda ola de la pandemia. Un escenario que ya se ha presentado en países que superaron el primer impacto, pero tras la flexibilización de restricciones tienen hoy un aumento considerable en sus estadísticas.
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–El segundo impacto–
Aún no se sabe a ciencia cierta cuál es la dinámica de la denominada “segunda ola” durante esta pandemia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) intentó definirla en junio de este año: “El término se refiere [solo] a los nuevos brotes que se han producido después de un descenso inicial. Lo mismo aplica para una tercera ola”, explicó un vocero al medio alemán Deustche Welle.
Pero la OMS empezó a advertir sobre este escenario al menos desde abril, cuando varias naciones en Europa –entre ellas, España, Italia y Alemania– empezaron a abrir sus comercios tras haber aplanado su curva de contagios y muertes. Por ello, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunció que la clave para evitar rebrotes era “ver el levantamiento de las cuarentenas y restricciones como el comienzo de la siguiente fase, no como el final de la pandemia” (la declaración se tradujo del inglés al español).
“Es vital que en esta próxima fase [la denominada ‘segunda ola’] los países eduquen, involucren y empoderen a su gente para prevenir y responder rápidamente ante cualquier rebrote. Es esencial que tengan la capacidad de detectar, realizar pruebas, aislar y atender cada caso, así como rastrear cada contacto y asegurar que sus sistemas de salud tengan la capacidad de absorber cualquier aumento de casos”, dijo Tedros Adhanom. Precisamente, en esos aspectos el Perú ha mostrado deficiencias también sostenidas.
–El caso peruano–
La curva de contagios diarios en el Perú ha mostrado una dinámica variable desde que se registró el primer caso de COVID-19, el 6 de marzo. Ha tenido dos alzas significativas directamente relacionadas con el número de pruebas realizadas, según expertos consultados por este Diario, pero con un pico claramente identificado el 16 de agosto: 10.413 contagios. Desde esa fecha, el descenso ha sido sostenido hasta llegar a un promedio de 5.876 casos diarios al 13 de setiembre.
También hubo una primera alza y un posterior descenso en la curva de casos entre mayo y junio. En julio, el Colegio Médico del Perú (CMP) explicó que no se podía hablar todavía de una segunda ola de contagios porque no se había llegado a la prevalencia cero, es decir, que no se registren nuevos infectados como en algunas zonas de Europa y el sudeste asiático. “Nunca salimos de la primera ola, técnicamente hay rebrotes, un recrudecimiento de la enfermedad. Esto es algo diferente a una segunda ola”, dijo entonces el decano Miguel Palacios.
A la fecha, en el Perú se ha reducido el número de contagios, pero ninguna cifra es remotamente cercana a cero: la curva aún está en niveles similares a los registrados en julio. Asimismo, la media actual de muertos por cualquier causa registrada en el Sistema Informático Nacional de Defunciones (Sinadef) del Ministerio de Salud (Minsa) se asemeja a la de fines de mayo. En la primera semana de este mes, se reportó un promedio diario de 147 fallecidos, una cifra 28% menor a la contabilizada en el mismo periodo de agosto (205 muertos).
El dilema de las pruebas
Daniel Neyra, experto en salud pública y miembro del comité científico del CMP, explicó a El Comercio: “El último contagiado registrado por el Minsa representa a quienes se contagiaron hace 15 días. Cualquier inercia en el descenso de cifras de letalidad tendrá que verse a fines de octubre. Hasta entonces, no podemos bajar la guardia”.
Agregó que no se puede perder de vista que los números del Perú aún son bastante altos: “Tampoco podemos hablar de tendencia. Eso nos hace pensar que las cosas van a continuar hacia abajo hasta llegar a cero, pero la curva puede estancarse y volver a subir. Y hay un problema clave: el Minsa sigue incluyendo a quienes son diagnosticados con pruebas rápidas”.
De acuerdo con datos de la OMS, el Perú es uno de los pocos países de Latinoamérica y el Caribe que consideran a los pacientes diagnosticados con pruebas rápidas o serológicas en su registro oficial de casos confirmados del COVID-19, junto a Ecuador y Puerto Rico. En la región, Argentina, Chile, Colombia, México y Uruguay solo incluyen a quienes tienen un diagnóstico positivo con pruebas moleculares.
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Para el científico computacional Ragi Burhum, autor del artículo “El Martillazo y el Huayno”, el uso de pruebas rápidas no permite un correcto análisis, por lo que no es posible medir con exactitud la aparición de una posible segunda ola. Esta deficiencia, precisó, también se aplica al registro oficial de fallecidos, ya que actualmente los expertos han optado por calcular la tendencia de esa curva con base a lo reportado en el Sinadef y no en la sala situacional del Minsa.
“No hacemos los test apropiados. En España, Italia y Alemania tienen certeza de sus casos positivos. Aquí casi todas las regiones habrían alcanzado su pico de contagios. No podemos decir cuándo habrá una nueva ola en Loreto, por ejemplo. Se requieren estudios de seroprevalencia localizados, mirar los números desde una perspectiva nacional. La pandemia tiene diferentes dinámicas según la localidad: Lima no está igual que Puno, cuya curva está completamente al alza”, concluyó.
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