Ricardo no quería cerrar los ojos, luchaba contra el sueño, pensaba que si dormía no volvería a despertar. Como si un parpadeo fuera el límite entre la vida y la muerte.
“Lo que me daba mucho miedo era que yo estaba acá y a mi costado moría uno y, luego, moría otro. Eso es lo que me daba miedo. Me daba ansiedad de quedarme dormido porque me iba a morir”, cuenta.
Antes de contagiarse del COVID-19, Ricardo Monteagudo trabajaba en un taller de ropa y vivía junto a su mamá, quien sufre de una discapacidad. A inicios de enero, empezó a sentir que le faltaba el aire, pero solo tomó paracetamol. Una semana después, tuvo que ser llevado de emergencia al Hospital Dos de Mayo para recibir oxígeno y de ahí no salió hasta 25 días después. Su paso por la Unidad de Cuidados Intensivos es lo que menos recuerda pero es lo que más quiere olvidar. Dice que, de a pocos, lo está logrando.
El coronavirus le ha dejado a Ricardo un pie desviado, debido al tiempo en hospitalización, así como algunos problemas emocionales y cognitivos.
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Hoy es uno de los 85 pacientes que han pasado por las salas post COVID-19 del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR). Desde el pasado 6 de agosto, el INR habilitó esta área para los pacientes que han tenido la enfermedad en estadio moderado o severo, y han pasado por UCI o han tenido una estadía prolongada en hospitalización.
La semana pasada, Ricardo recibió su cumpleaños 49 en ese mismo espacio. Pudo conectarse por unos minutos por videollamada con su mamá. Entusiasmado, dice que las diferentes terapias que lleva están logrando que se sienta recuperado.
“Acá me siento muy bien. Ya no temo dormir”, reafirma.
Volver a nacer
Agapito Sarmiento Benítez ha tenido que volver a aprender a caminar a los 62 años. Antes de contagiarse del nuevo coronavirus, trabajaba como pintor. Hoy las manos le tiemblan, siente que su voz es más baja, su memoria más lenta y aún se agita cuando se ejercita mucho.
“Acá llegué sin poder caminar, en camilla me trajeron (...)pero acá ya con los ejercicios, con todo, pude caminar poco a poco”, cuenta Agapito, quien estuvo entubado por una semana por el COVID-19 y ahora se recupera en el INR.
El terapeuta físico Percy Jara le da las indicaciones y Agapito obedece. Marcha sobre una caminadora, sube y baja las escaleras, lanza y tira una pelota colocándose de rodillas. El trabajo se detiene y el terapeuta coloca el pulsioxímetro en su dedo índice para comprobar que la saturación de oxígeno no ha disminuido.
“Ellos han estado hospitalizados un mes, dos meses; muchos vienen de UCI y todo ese tiempo que han estado inmovilizados pierden estabilidad, fuerza, equilibrio y coordinación. Y poco a poco se tienen que restablecer”, explica Jara.
Un camino largo
En el Perú, 1′218.409 pacientes diagnosticados con COVID-19 fueron dados de alta, según el Minsa.
¿Cómo es la vida después de esta enfermedad? La médica rehabilitadora Claudia Mejía Rojas asegura que, pese a que el coronavirus deja huellas, los pacientes pueden llegar a recuperarse y reintegrarse a la vida que tenían antes aunque, advierte, no todo será igual.
“Los pacientes llegan en sillas de ruedas, con falta de aire, necesitan ayuda para ir al baño, requieren suplemento de oxígeno y una vez que pasan por el proceso de rehabilitación, los pacientes se van caminando y sin oxígeno, y poco a poco se reinsertan a la parte familiar, a lo que es la parte laboral y a su actividad de vida diaria”, asegura.
Una secuela común entre los pacientes post COVID-19 es la afectación a la salud mental. Ese pánico generado por estar tan cerca de la muerte es frecuente. Por ello, la doctora Mejía precisa que, además de las terapias físicas, de lenguaje y cognitivas, el apoyo psicológico es vital para la recuperación.
“El 99% de los pacientes vienen con ansiedad, depresión, insomnio. Según reporta la literatura, los pacientes sufren a la larga un trastorno de estrés postraumático y acá nosotros lo hemos visto”, precisa.
Pese a estar protegida por un traje especial, la doctora Mejía recuerda diariamente el riesgo que corren de ser contagiados por el COVID-19. Dice que la satisfacción de ver a los pacientes reunirse con sus familias cuando salen de alta lo recompensa. “Al menos ya nos han vacunado con la primera dosis”, dice esperanzada.
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