Era febrero, aquel día el patrullaje fue lento y pesado por el intenso calor. Todavía nadie hablaba del coronavirus en el Perú. El vehículo de la Dirección de Prevención de Investigación de Robos de Vehículos de la Policía Nacional (Diprove) lo conducía el suboficial técnico Raúl Calixtro, un experimentado policía que llevaba años persiguiendo a ladrones de autos y recuperando los que habían sido robados. A su lado iba el suboficial Yhomar Cerda, un joven y entusiasta agente que un mes antes, a inicios del año, había sido asignado a esta unidad. “Ahijadito”, lo llamada Calixtro, con esa mezcla de afecto y paternalismo muy común en los policías de distintas generaciones.
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Habían estado patrullando por Santa Anita. “Chequea, por aquí hay siempre hay”, le dijo Calixtro a Cerda. En sus años investigando robos de vehículos, un delito bastante común en Lima, donde el mercado negro de autopartes es una actividad ilegal muy rentable, él había aprendido las rutas que siguen los delincuentes: se llevan el auto, lo esconden unos días, luego lo ‘abollan’, que en argot policial significa que lo seccionan para vender sus autopartes. Cada día, según la Diprove, 25 autos son robados en Lima. Los policías de esta unidad se esfuerzan por encontrar los vehículos cuando aún no han sido ‘abollados’ para devolverlos a sus dueños.
“Mira esa cochera, ahijadito, al fondo. Anda ‘plaqueando’ y entramos”, dijo Calixtro. Cerda anotó de lejos la placa, cruzó los datos en el sistema y, efectivamente, aquella camioneta pick up que estaba sospechosamente estacionada en un garaje semivacío, había sido reportada como robada. Ingresaron al lugar, pero no encontraron a nadie. A las pocas horas, el propietario de la camioneta les daba las gracias por haberla recuperado.
Pocos días después, llegó la pandemia. La dupla Calixtro-Cerda ya no se encargaría de buscar autos robados, sino de patrullar las calles para vigilar y prevenir aglomeraciones e incumplimiento de las órdenes de aislamiento. La cuarentena comenzó el 16 de marzo, un lunes. Pocos días después, una mañana antes de subir al patrullero, el joven policía vio toser fuertemente a su compañero. “Mi técnico, tú estás mal”, le advirtió. “No, ahijado, anoche dormí con el ventilador prendido porque hacía calor y me he puesto así, no pasa nada”, respondió Calixtro.
Pero la tos y el malestar no paraban. Decidieron, por si acaso, someterse a pruebas rápidas. Fueron al hospital Augusto B. Leguía, en el Rímac, y los evaluaron: ambos dieron negativo. Allí, Cerda vio al suboficial técnico José Calixtro, hermano de Raúl, policía del Escuadrón de Emergencia Este 1, quien también había presentado algunos primeros síntomas.
Falta de aire, dolor corporal, fiebre. Hay otro síntoma: el miedo. Cerda estaba preocupado. Calixtro intentaba tranquilizarlo, pero también estaba asustado. La noche del 13 de abril, ambos subieron al patrullero y fueron al hospital Leguía. Los encargados separaron en filas a los que tenían muy mal estado de salud y a los que presentaban síntomas, pero no de gravedad. En la primera fila estuvo Calixtro, y Cerda en la segunda. El joven policía logró someterse a la prueba de hisopado, y le dijo a su compañero que lo esperaría dentro del patrullero. Eran las 4 de la mañana. Un par de horas después, Cerda ingresó otra vez para buscar a Calixtro, que había pasado toda la madrugada esperando turno. Le dijeron, finalmente, que se habían terminado las pruebas. Calixtro se fue a su casa, pidió permiso a sus superiores y guardó reposo.
Esa fue la última vez que se vieron. El 16 de abril, tres días después, Cerda recibió una llamada: positivo para coronavirus, reposo, aislamiento absoluto. “Cuídate, ahijadito”, había dicho Calixtro antes de separarse.
-SIN TIEMPO DE DECIR ADIÓS-
José era el mejor amigo de Raúl. Eran gemelos, los menores de siete hermanos. Ambos se hicieron policías y, aunque trabajaban en unidades distintas, se veían constantemente. Se buscaban. Flavia Calixtro, hija de Raúl, cuenta que en sus días de ‘franco’, José los visitaba y se quedaba varias horas con ellos.
Desde que su padre fue internado, Flavia anota en un cuaderno todo lo que va sucediendo a su alrededor: las fechas, los exámenes practicados, las medicinas compradas, los diagnósticos. Por eso recuerda con exactitud que el 19 de abril fue el último día que vio a su padre. Aquel domingo por la mañana, él no quiso desayunar. Se sentía muy mal. Además, había hablado con su hermano, José, que también había empeorado.
Los hermanos Calixtro fueron llevados por sus familiares al hospital Leguía; una vez que los atendieron, los derivaron a áreas distintas (antes habían preguntado en clínicas privadas, pero los montos que les pedían eran impagables). De pronto, Raúl se desvaneció. Su salud empeoraba. Lo llevaron al tópico, le administraron oxígeno. En el cuaderno de Flavia dice que pocas horas después fue llevado en ambulancia al Hospital General de la Policía. Todavía estaba consciente, incluso le pudo dar a Judith, su esposa, un DNI antiguo. “Para que hagas los trámites”, alcanzó a decirle.
En un reportaje que este Diario publicó por aquellos días, el periodista Rodrigo Cruz escribió: “José, quien también estaba recibiendo oxígeno, se quedó esperando afuera de Emergencia a que le sacaran unas placas y a que una cama estuviera disponible para ser internado. Así estuvo hasta pasadas las 4 p.m. La última vez que se vieron fue la noche de ese domingo. Los dos estaban en el Hospital Central porque el Leguía ya había colapsado. El siguiente problema fue que, en ese momento, solo había un ventilador mecánico disponible. Médicos consultados para esta nota cuentan que Raúl cedió el turno a su hermano”.
José murió la madrugada del lunes 20. Flavia y Edith, quienes habían estado en esas horas cruciales comprando medicinas para que comenzara el tratamiento de Raúl, suplicaron a los médicos que no le dieran todavía la mala noticia. Ellos prometieron no decírselo. También les advirtieron que había que prepararse para los peores escenarios.
Las siguientes semanas fueron especialmente duras para la familia Calixtro: Judith contrajo el virus, y tuvo que cuidarse a sí misma y a sus dos hijos mientras, a la distancia, seguía la evolución de su esposo. “Perdí el gusto, el olfato, estuve como un mes así”, cuenta ella.
En el cuaderno de Flavia dice que su padre estuvo hospitalizado 39 días y que murió el miércoles 27 de mayo a las 3:10 de la tarde. Allí se lee también que el día siguiente se tramitó el retiro del cuerpo, que el viernes 29 fue enterrado en Huachipa y que, el sábado 30 por la mañana, los compañeros de la Diprove fueron a su casa para rendir un breve y emotivo homenaje. El suboficial Cerda, el “ahijadito”, quien ya ha vuelto al servicio, entregó a la hija de su compañero la bandera del Perú.
-EN EL DOLOR, HERMANOS-
Los Calixtro son siete hermanos. Varios de ellos viven en San Juan de Lurigancho, y solían verse con frecuencia. Los dos menores son José y Raúl. El hermano mayor, Carlos, no pudo despedirse de ellos porque desde que se inició la cuarentena él permanece en Lurín, donde había ido para supervisar unos negocios. “Soy hipertenso, para mí es muy riesgoso, yo no puedo contagiarme”, cuenta por teléfono. También por teléfono tuvo sus últimas conversaciones con los gemelos.
Pero aquí no termina la tragedia de esta familia golpeada. El 12 de mayo, dos semanas antes que Raúl, murió Víctor Manuel, otro de sus hermanos, que se había contagiado poco antes. Tampoco de él se pudo despedir Carlos. Ahora él solo espera que termine la pesadilla para juntarse otra vez con los suyos.
Por lo pronto, los Calixtro han acordado no decirle nada a su madre, Santos, una mujer muy mayor y muy enferma. Cuando pregunta por Raúl y José, le dicen que los han mandado a trabajar a provincias. Cuando pregunta por Víctor Manuel, la llama Carlos, finge la voz, se hace pasar por su hermano. Han decidido que es mejor que no se entere de la interminable tragedia que la rodea.
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¿Quiénes son las personas que corren más riesgo por el coronavirus?
Debido a que el COVID-19 es un nuevo coronavirus, de acuerdo con los reportes que se tienen a nivel mundial, las personas mayores y quienes padecen afecciones médicas preexistentes como hipertensión arterial, enfermedades cardiacas o diabetes son las que desarrollan casos graves de la enfermedad con más frecuencia que otras.
¿Debo usar mascarilla para protegerme del coronavirus?
Si no tiene síntomas respiratorios característicos del covid-19 (tos) ni debe cuidar de alguien que esté infectado, no es necesario llevar una mascarilla. La OMS recomienda evitar su uso, debido a que en esta pandemia, estos implementos puede escasear. Ahora, recuerde que si usa uno, este es desechable; es decir, solo se puede utilizar una vez.
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