Es difícil entender cómo el mismo Congreso que permitió que Manuel Merino de Lama se ciñera la banda presidencial hace solo unos días, haya escogido a Francisco Sagasti como su reemplazo.
Luego de una de las semanas más críticas y dolorosas de nuestra historia reciente, lo que se vivió ayer en el Palacio Legislativo parecía salido de un universo paralelo: en el país donde ninguna autoridad acepta sus errores, un presidente usa su primer mensaje a la Nación para pedir perdón.
En el país donde reina la impunidad, un presidente se compromete a investigar la represión contra quienes marcharon por la democracia. En el país donde se desprecia a las víctimas; un presidente homenajea a quienes murieron a manos del salvaje ataque policial. En el país donde la necesidad alimenta el dispendio y la corrupción, un presidente se compromete a ser cuidadoso con las finanzas públicas. Y pide comprensión. En el país donde el conocimiento se desprecia, un presidente cierra su discurso con un poema de Vallejo.
¿Cómo puede cambiar tan dramáticamente un país que hace apenas unas horas estaba en llamas? No. No ha cambiado. Pero el discurso del presidente Sagasti ha sido un brillo de luz entre tanta oscuridad. ¿Hay esperanza para salir del hoyo? No depende solamente del nuevo Gobierno. Depende de todos.
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