Los actos de violencia ocurrieron en los alrededores del estadio de Matute. (Foto: Canal N)
Los actos de violencia ocurrieron en los alrededores del estadio de Matute. (Foto: Canal N)
Pedro Ortiz Bisso

E l eufemismo resiste al paso del tiempo. “Delincuentes disfrazados de hinchas”. Así solemos calificar los periodistas a los autores de hechos delictivos en los estadios de fútbol y sus alrededores. Ocurrió el domingo tras la y volverá a suceder. No lo duden.

Acaso por miedo o porque los creemos dueños de una extraña inmunidad, olvidamos que entre los hinchas también puede haber quienes obren en contra de la ley. Que la violencia no es solo obra de infiltrados que se sirven de los colores de un equipo para cometer sus fechorías.Pasado el espejismo del Mundial de Rusia, la realidad ha vuelto a exponer nuestras debilidades. El fútbol de entrecasa es un desastre. Pero detrás de este descalabro institucional y deportivo no solo hay dirigencias corruptas y jugadores gobernados por la medianía, como tanto se grita desde las tribunas.

No son todos, pero existen también hinchas, muchos hinchas, que han contribuido a esta situación calamitosa. Lo han hecho sembrando el terror dentro y fuera de las canchas, golpeando o amenazando a jugadores y directivos (hace poco, Diego Rebagliati confesó en RPP que tuvo que movilizarse con seguridad personal por algún tiempo cuando fue dirigente de Sporting Cristal). Han ayudado a que el fútbol se convierta en un deporte de tribunas peladas. Frente a esta realidad, las barras organizadas han hecho poco por deslindar de los indeseables y ejercer un mínimo de autocrítica. Por el contrario, han recurrido al facilismo de la victimización.

Según la , la ocupación de las tribunas durante el campeonato de Primera División alcanza, en promedio, el 14%. Una minucia frente a la fiesta que se vive en otras realidades (la Bundesliga, en la temporada 2016/2017, tuvo el 91% de sus graderías llenas, unas 40 mil personas por partido). Bajo esa perspectiva, las 25 mil almas reunidas el domingo en Matute constituían un marco excepcional y alentador. Demostraba que, pese a todo, existe un público ávido de volver a las canchas.

¿Cuántos de ellos desearán hacerlo tras la balacera? ¿A cuántos niños que, luego de , empezaban a fijarse en los futbolistas locales se les marchitó la ilusión? La respuesta de las autoridades tampoco ha sido de ayuda. Cerrar las tribunas populares, como dispuso la comisión antiviolencia en los espectáculos deportivos, no resuelve el fondo del problema. Más bien, alienta las dudas respecto a si la comisión cuenta con una estrategia que vaya más allá de lo meramente punitivo.

La gran pregunta, sin embargo, es la misma desde hace varios años: ¿Existe interés en devolver la paz a los estadios? ¿Realmente eso quieren los clubes, la federación, los hinchas y el Ministerio del Interior? 

Lea también...

Contenido sugerido

Contenido GEC