En el año del teletrabajo, la educación a distancia y los trámites online, culpar “al sistema” ha sido un recurso recurrente para presentar explicaciones o evadir responsabilidades. Sin embargo, nadie imaginó que el Partido Aprista lo utilizaría para justificar un error imperdonable que ha puesto en la cuerda floja su existencia política: no haber podido completar la inscripción de sus candidaturas al Congreso.
La excusa resulta muy extraña porque la mayoría de sus competidores consiguieron registrar sus postulaciones a tiempo. En el caso de Lima, solo Perú Nación y Vamos Perú, dos agrupaciones de menor calado, quedaron en la misma situación.
El partido ha anunciado que presentará un escrito solicitando se dé por válida su inscripción que, afirman, sí se produjo. Para ello, necesitan probar que un problema informático les jugó una mala pasada. No obstante, a juzgar por el tono de las declaraciones de sus voceros, el origen del error estaría en la impericia de uno de sus ‘compañeros’.
Sea lo que fuere, es un papelón colosal que debería llevarlos a un serio y sincero proceso de autocrítica interna, cuya consecuencia sea una renovación real y profunda, y no un simple lavado de rostros. El estrepitoso fracaso de las elecciones del 2016 puso en blanco y negro las kilométricas distancias entre sus ofrecimientos y las expectativas ciudadanas, así como el enorme daño que la poderosa figura de Alan García le hizo al partido. La esencia del aprismo se dejó fagocitar por el alanismo, que reinó en Alfonso Ugarte por casi 35 años sin establecer una estructura partidaria fuerte, que le permitiera sobrevivir a la figura del dos veces presidente de la República.
Si ya la candidatura de Nidia Vílchez resultaba poco atractiva para el votante, con apenas tres listas congresales oficialmente inscritas (Arequipa, Junín y peruanos en el extranjero) su participación en los comicios de abril resulta inviable. Antes de afrontar un nuevo fracaso en las ánforas, la opción del retiro asoma más digna y menos dolorosa.
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