Gladys Tejeda y Christian Pacheco ganadores de medallas de oros para Perú en los Juegos Panamericanos Lima 2019 en la maraton de 42 kilometros
Gladys Tejeda y Christian Pacheco ganadores de medallas de oros para Perú en los Juegos Panamericanos Lima 2019 en la maraton de 42 kilometros
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > GIANCARLO AVILA
Pedro Ortiz Bisso

Cuando la selección clasificó a Rusia 2018, rogábamos por que Gareca dirigiera nuestras vidas y Cueva aún no era el enemigo número 1 de la hinchada, en un arrebato de optimismo escribí que nuestra vuelta a la élite luego de 36 años de fracasos debía ser aprovechada para generar un cambio mayor.

Los resultados deportivos que pudieran obtenerse en Ekaterimburgo, Saransk y Sochi eran irrelevantes frente al verdadero objetivo por perseguir: ejecutar los cambios estructurales que requería nuestro fútbol. Las clasificaciones a los mundiales no debían ser más “hazañas”, sino resultados naturales de una organización fortalecida y predecible, integrada por clubes convertidos en verdaderas instituciones, ligas formalizadas y dirigentes que actuasen con transparencia y profesionalismo. La ola del entusiasmo no debía hacernos perder el norte. Era el momento ideal para empezar a trabajar.

Un año y cuatro meses después del gol de Paolo Guerrero a Australia, el presidente de la federación está preso acusado de integrar una banda criminal, su sucesor es investigado por revender entradas, la federación padece un déficit económico espantoso, el trabajo con menores está paralizado, los clubes de la Liga 1 se caen a pedazos y la asamblea de bases acaba de aprobar sus estatutos entre acusaciones y normas dirigidas para consagrar el continuismo dirigencial.

Un episodio similar acaba de ocurrir tras los Juegos Panamericanos, la competencia deportiva más importante que el país haya organizado alguna vez, y que, en contra de lo que muchos suponían, se llevó a cabo con un profesionalismo y brillantez admirables.

Al igual que antes del Mundial, volví a ser preso de la ingenuidad y escribí que los Panamericanos eran el pretexto necesario para ejecutar un cambio profundo en la organización deportiva del país. Después de años de abandono, el deportista peruano tendría a disposición infraestructura de primer nivel para prepararse adecuadamente y competir en mejores condiciones. A pesar de que los recursos no eran generosos, no había mejor momento para fortalecer el sistema deportivo nacional.

¿Qué acaba de ocurrir? Sin mediar una explicación contundente, el Instituto Peruano del Deporte (IPD) le retiró el apoyo económico a 147 deportistas pertenecientes al Programa de Apoyo al Deportista, sustento fundamental para que puedan desarrollar sus carreras.

Aunque al momento de escribir estas líneas el instituto ha anunciado que rectificará, la crisis desatada ya cobró la cabeza de un directivo

–Víctor Aspíllaga, quien ha dicho que el presidente del IPD, Sebastián Suito, “no ama ni conoce el deporte”– y los deportistas han anunciado que formarán una asociación para defenderse porque no confían más en sus directivos.

El tren de la historia se nos va otra vez. Digamos que hemos vuelto a la normalidad.

Contenido sugerido

Contenido GEC