(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Alonso Villarán

¿Hacia dónde se dirige el Perú? Próximos a cumplir doscientos años de independencia, se nos dice que nadie sabe adónde, cuando la respuesta es obvia: a ningún lado (a menos que la nada sea un destino). Sin duda la pregunta implícita es otra: ¿hacia dónde debemos dirigirnos?

Toda época tiene un sabio o, al menos, un filósofo, es decir, alguien que ama la sabiduría. Es a ellos a los que la nación le resulta prudente recurrir cuando se ha perdido el sentido, como es nuestro caso. (1918-2019) fue uno de ellos y, a pesar de que desde el martes no está con nosotros, podemos seguir consultándole gracias a su vasta obra.

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La imagen de Miró Quesada como guía moral cobra mayor fuerza cuando caemos en la cuenta de que uno de sus mayores aportes ha sido su pensamiento sobre la ética (y, por extensión, sobre el derecho y la política). En efecto, Miró Quesada es autor de una teoría moral poderosa que, por su originalidad, es justo que llamemos miroquesadiana.

Decía que la obra de Miró Quesada es amplia. Un conteo al paso de la bibliografía recogida por David Sobrevilla (1938-2014) da como resultado alrededor de 37 libros y 154 artículos académicos. De estos, son al menos seis los trabajos en los que plasma una filosofía moral que evoluciona hasta alcanzar su objetivo: “El intelectual, occidente y la política” (1965), “Sobre el derecho justo” (1976), “Ser humano, naturaleza, historia” (1987), “Objetivismo y subjetivismo en la filosofía de los valores” (1994a), “El derecho justo” (1994b) y –su obra ética cumbre– “Ensayo de una fundamentación racional de la ética” (2003).

Pienso (aunque no puedo demostrarlo acá) que el objetivo filosófico mayor de Miró Quesada era encontrar el principio supremo de la ética, conocido coloquialmente como la ley moral. La ley moral no es otra cosa que la fuente de todos nuestros deberes, desde “no matarás” hasta “ayuda al necesitado”. Y no solo de nuestros deberes, sino que también es fuente de nuestra dignidad y derechos, pues ¿qué nos coloca por encima de todo precio si no nuestra naturaleza moral?

La ley moral es un concepto fundamental que, en el pensamiento occidental, cobra pleno protagonismo por lo menos desde Tomás de Aquino (Italia, 1225-1274). El problema, según Miró Quesada, es que, aunque ya varios la habían pensado, nadie habría logrado fundamentar y captar lo que la ley moral ordena de manera exacta. El que más cerca llegó fue su principal influencia, Kant (Alemania, 1724-1804), pero hasta en él Miró Quesada encontraba limitaciones que ameritaban una nueva búsqueda, la que, como hemos visto, lo ocupó medio siglo.

No es el momento de presentar ni la crítica de Miró Quesada a las éticas que le precedieron ni su propia teoría moral. Quisiera, en cambio, resaltar dos rasgos de su teoría que pueden no solo mostrarnos grosso modo de qué trata sino, además, servirnos de base para un par de enseñanzas.

El primer rasgo de su teoría moral es su objetivismo. En contra de las corrientes dominantes del siglo XX (y de hoy), en sus trabajos Miró Quesada defiende que la ética no es un invento, sino una realidad. Esto no lo convierte, vale aclarar, en un pensador conservador, aunque sí compartía con los conservadores la idea de que hay verdades morales. Ni posmoderno ni conservador, Miró Quesada fue un autor entusiasta de la modernidad inaugurada por René Descartes (Francia, 1596-1650) y llevada a su cumbre por Immanuel Kant. Una modernidad que confiaba en la razón como guía para distinguir lo correcto de lo incorrecto.

El segundo rasgo es su principismo. Sobre esto ya algo se adelantó al hacerse referencia a su objetivo mayor: encontrar el principio supremo de la ética. Digamos que, entre las verdades morales propias de su objetivismo, la ley moral tiene un lugar central. En otras palabras, Miró Quesada defiende la existencia de la ley moral. ¿Y qué ordena la ley moral? En este detalle se encuentra uno de sus principales aportes. La ley moral no ordenaría ni “Hacer el bien y evitar el mal” (Aquino) ni “Promover la mayor cantidad de felicidad entre la mayor cantidad de gente” (Jeremy Bentham, Reino Unido, 1748-1832). Ni siquiera ordenaría “Actuar según máximas (principios) que apoyaríamos se conviertan en ley universal” (Kant). No, la ley moral ordenaría, según Miró Quesada, actuar simétrica y no arbitrariamente (es decir, promoviendo relaciones recíprocas y acciones consensuadas). Siendo el principio supremo de la ética, la ley moral también sería el fundamento del derecho y la política.

Hay un tercer rasgo que es quizá más propio de Miró Quesada como persona que de su obra: su ambición (en el mejor sentido de la palabra). Miró Quesada no tiene reparo en cuestionar a gigantes del pensamiento y, como si no fuera suficiente, proponer algo original. Él pudo haberse contentado con interpretar a alguno de estos pensadores o hacer historia de la filosofía (tareas, por cierto, muy valiosas y necesarias con las que nos hubiéramos tenido que dar por bien servidos). Pero a Miró Quesada no le bastaba sentarse en el hombro de gigantes: aspiraba (y, esto es lo curioso, sin arrogancia alguna) a ser un gigante. O debería decir, parafraseando a Aristóteles (Antigua Grecia, 384 a.C.-322 a.C.), que aspiraba a la verdad, más que a ser amigo de Platón (Antigua Grecia, 427 a.C.-347 a.C.). El tiempo ha demostrado que su ambición valió la pena: la filosofía de Miró Quesada es hoy objeto de estudio.

Convirtiendo estos rasgos en enseñanzas, Miró Quesada, a través de su obra, nos dice tres cosas: que afirmemos la ética, que honremos la ley moral y que aspiremos a grandes cosas.

Volviendo a la pregunta inicial: ¿Hacia dónde debemos dirigirnos? Miró Quesada nos diría que el destino es un país ético, es decir, más simétrico y menos arbitrario. El destino, así, coincide con el camino y no necesita de doscientos años más: puede empezar a hacerse realidad en cada uno de nosotros hoy. 

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* Alonso Villarán. Profesor de Ética, Universidad del Pacífico

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