Con 90 años, Don Carlos Biondi Delgado es uno de los residentes de mayor edad del hogar San Lucas. Perdió la vista hace 10 años, pero no la lucidez ni el buen ánimo. Es el vivo ejemplo de quien pone el pecho a la vida y la trata como a una vieja amiga, pese a los duros momentos que le ha tocado vivir. Hijo único, creció y vivió en La Victoria. Confiesa no ser de Alianza, sino hincha acérrimo de Municipal, con algunas pinceladas cremas.
LEER TAMBIÉN: Gobierno observa ley que permitía a colectiveros evadir fiscalización de ATU usando apps de taxi: estos son los vacíos detectados
En su adolescencia, tiempos en que gobernaba Manuel Prado Ugarteche, Don Carlos fue reclutado por el Ejército para hacer el servicio militar. Luego de dos años, salió y comenzó a trabajar en una fábrica para ayudar a su mamá con los diversos gastos en el hogar. Mientras pasaba los días enfrascado en el rubro textil, le llegaban noticias de que sus amigos hacían carrera en la Escuela Militar de Chorrillos.
“Tenía dos amigos en la escuela de Chorrillos que me decían que volviera y me presente. Una vez luego de varios años encontré a uno de ellos. Ya había alcanzado un alto grado. Me llevó a almorzar a Jesús María y me dijo que yo también hubiera podido lograr lo que él había logrado. Pero yo no podía, tenía que ayudar a mamá”, contó Don Carlos.
A los 27 años, falleció su mamá. Debido a la pena, su padre murió al año. Don Carlos se quedó entonces solo. Sin embargo, luego de esta tragedia, la felicidad volvió nuevamente su vida. Se enamoró y se casó a los 31 años.
“Yo solito tuve que ir a pedir la mano de Clara. Mi señora trabajaba en la tienda Monterrey, donde era contadora. Fui a la casa, me presenté, no le caí bien a mi suegra, pero sí a mi suegro y mis dos cuñados. Me llegué a casar en 1964. Tuvimos una hija. Carla. Me salió blanca y con ojos azules. Algo curioso porque yo soy de tez oscura, pero bueno, mi papá era italiano”, recuerda.
El flamante matrimonio se fue a vivir cerca de San Felipe, en Jesús María. Sin embargo, la vida le deparaba el mayor golpe que sufrido. Cuando su hija, que tenía 16 años, falleció a causa de un accidente. Ese mismo día, su esposa se quitó la vida. Don Carlos recuerda lo bien que se llevaba con su hija, sus actuaciones en el colegio, cómo le gustaba bailar y ver juntos deportes en la televisión.
“Guardo recuerdos muy bonitos. Cuando salía de viaje llevaba a mi hijita. A partir de ese episodio quedé un poco mal, como es lógico. No estaba en mis cabales. Me internaron en el hospital del Empleado, donde me veía un psiquiatra. Estuve un año y al salir regresé a La Victoria, a Luna Pizarro. A un callejón que era frecuentado por el Zambo Cavero y Ramón Avilés. Se formaban buenas jaranas”, detalla.
Los años pasaron y el paso del tiempo causó estragos en la salud de Don Carlos. Llegó a perder la vista, lo que complicó su rutina diaria. Cuenta que cruzaba la pista corriendo para no ser atropellado. Los vecinos, al advertir su situación, lo ayudaban, le alcanzaban comida y permanecían pendientes de él. Una de las vecinas que se preocupaba por él, con engaños, lo llevó a hacerse un chequeo a una clínica y luego coordinó su traslado al albergue.
Don Carlos ya lleva 4 años en el hogar San Lucas, donde siente que lo tratan muy bien y le brindan una calidad de vida que no hubiera podido obtener bajos las condiciones en que vivía. A pesar de los momentos complicados que ha atravesado en su arduo camino, agradece a Dios haber conocido la felicidad de tener una familia y anhela volver a reencontrarse con ella cuando le llegue el momento.
Los duros caminos de la vida
Para Oswaldo Campos Céspedes la vida ha sido, y sigue siendo, un sinfín de aventuras y experiencias de las más diversas. Ha navegado por aguas bravas y mansas en ciertos momentos. Ha conocido lo duro de la calle, la pobreza, el abandono, el sentirse solo. Pero también ha conocido el amor, la familia y la solidaridad. Su vida es el retrato de quien bien podría ser un personaje de Julio Ramon Ribeyro. Su vida bien podría ser un cuento, pero no lo es.
Don Oswaldo, de padre chiclayano y madre chalaca, nació en Barrios Altos el 3 enero de 1947. A sus 77 años, cuenta que siempre fue una persona independiente. Le gustaba buscarse la vida él solo. Sus padres eran cantantes de música criolla muy reconocidos y viajaban mucho por varias partes del Perú, por lo que lo dejaban en casa de amigos. Ya a los 9 años comenzó a viajar con sus padres y se gana sus primeras propinas anunciando las presentaciones con megáfono en mano.
“Fue en esos viajes que conocí a mi primer amor. Ella era de Sullana. Yo tenía 12 años. Nos veíamos y al volver a Lima nos escribíamos. Fue una historia muy bonita de amor. Prometí regresar algún día”, cuenta.
En tanto, en Lima Don Oswaldo se fue de casa a los 13 años. Vivió un tiempo en lo que hoy se conoce como “La Parada”. Dormía debajo de mostradores de loseta, donde vendían pescado, y formó un grupo de amigos con los que ayudaba a cargar mercadería, bultos, a cambio de propinas, comida, frazadas para el frío. Así estuvo un año y medio, para luego emprender un viaje por todo el país como como mochilero y acompañado de un perro que le habían regalado.
Al volver de su travesía, decidió enlistarse en la FAP a los 17 años. Diez años después, ya de alférez, lo primero que hizo fue ir a Sullana en busca de su amada Rosa. Al llegar a su casa, lo invitaron a almorzar, pero se dio cuenta que Rosa ya se había casado con otro hombre. Le dijo que se había demorado mucho y que en todo ese tiempo nunca la volvió a contactar. Don Oswaldo le deseó que sea feliz, se dio media vuelta y retornó llorando a Lima.
Superado este episodio, recibió instrucción para pertenecer a los servicios especiales y luego pasó a desempeñar varios cargos en el Congreso, durante el gobierno de Fernando Belaunde Terry. Asimismo, Don Oswaldo se llegó a casar tres veces. Dos de sus esposas se murieron, en diferentes año claro está, pero el miso día: 24 de diciembre.
“Tengo 5 hijos. Uno está en Europa, en Mallorca. Otro en el Cusco. De las tres mujeres, a dos las he criado desde que tenían 7 y 9 años. La verdad, no fui un buen padre, no estaba preparado para ellas. Gracias a dios hicieron sus vidas muy bien, pero se hicieron muy duras. La mayor está en Estados Unidos. Con la menor y mis nietos viví unos 10 años”, detalla.
LEER TAMBIÉN: ¿Cómo es gobernar un distrito en “quiebra”? Rímac, Breña, SMP, Ancón y La Victoria se declaran en insolvencia
Un día, de un momento a otro, esta hija con la que vivía le dijo que se iría de viaje junto su hijo. Pasaron los días, y a la semana lo llama por teléfono contándole que está en el aeropuerto. “Se despidió de mi y, me dijo que las llaves de la casa se las entregue a la dueña. Cuando colgué el celular me quedé en blanco. Me quedé sin un sol en efectivo, sin casa, sin nada. Pero no le dije a nadie. El problema que siempre he tenido es que no me gusta que las personas sepan que estoy mal”, cuenta.
A los dos días de lo ocurrido, Don Oswaldo dormía en la calle, en uno de los recovecos debajo de un puente en San Juan de Miraflores. Con un poco de dinero alquiló un pequeño cuarto, pero al poco tiempo llegó la pandemia. Estuvo casi un año y medio encerrado, salía solo para hacer compras. Hasta que finalmente se quedó sin un sol.
“Los vecinos me llevaban comida, víveres. La municipalidad también. Vinieron a verme un policía, una enfermera y un médico para ver si estaba bien. Además, conocí a una señora que fue muy buena conmigo, fuimos como pareja, nos acompañábamos, íbamos juntos a la Casa del Adulto Mayor. Veía por mi y me compró algunas cosas para mi cuarto. Sin embargo, tras la pandemia ya no podría ayudarme. Todo se complicó y vivía prácticamente en la indigencia”, recuerda.
Entonces, un día lo llevaron a almorzar y con engaños terminaron llevándolo al albergue, donde lo recibieron con las puertas abiertas. Ya lleva 4 años de cuidados y una mejor calidad de vida. “De todos los años que tengo de vida nunca he conocido seres humanos como las personas que aquí nos cuidan. Se preocupan por nosotros, son como ángeles. Tengo ese agradecimiento para con ellas, vivo feliz con ellas”, expresa.
Don Oswaldo también cuenta que sus hijas le escriben todos los días preguntándole cómo está. En cuanto a la hija que se fue de viaje, señala que le pidió perdón.
Apadrina un Abuelito
Solidaridad en Marcha (SEM), organización sin fines de lucro que promueve condiciones de vida más dignas, ha lanzado ya hace unas semanas su iniciativa “Apadrina un Abuelito”, con la que busca concientizar sobre la importancia de la ayuda social a los adultos mayores.
La campaña busca obtener recursos para optimizar la labor que realiza SEM en los hogares San Lucas del Callao y San Vicente de Paúl de Arequipa, en los que tiene a su cargo el cuidado de más de 40 personas de la tercera edad.
Para participar de esta iniciativa solidaria de padrinazgo, es necesario completar el formulario disponible en www.solidaridadenmarcha.org.pe/padrinazgo, mediante el cual se podrá establecer un compromiso de colaboración ya sea por única vez o de manera periódica.
Los abuelitos que viven en los hogares de Arequipa y Callao son acogidos por SEM Perú luego de ser encontrados en situación de abandono. Según indicó Fabiola Avilés, coordinadora de SEM Lima, en muchos casos estas personas no tienen familiares que cuiden ellos o son personas que viven en extrema pobreza y en estado de abandono.
“Tenemos 22 abuelitos en Lima y otros 22 en el hogar de Arequipa. Todos tienen 70 años a más. El 99% fue hallado en estado de abandono, sin familia directa, solteros, sin hijos, o con algún familiar que ya no podía cuidar de ellos. También hay abuelitos recogidos en la calle, indigentes, de hospitales. En el hogar de Lima hay hombres y 10 mujeres”, indicó.
Los hogares cuentan con equipos conformados por técnicas en enfermería, cuidadoras, cocineras y personal de mantenimiento, que día a día dedican su tiempo y esfuerzo a cada uno de los abuelitos. La campaña “Apadrina un Abuelito” apunta a poder obtener recursos que ayuden a mejorar más la vida de los residentes.
Cabe precisar que los hogares de SEM se mantienen gracias a las donaciones de personas generosas, quienes durante todo el año colaboran de diferentes maneras para cubrir con las necesidades de los adultos mayores. Toda contribución, sin importar su tamaño, genera un impacto significativo en la vida de ellos.
LEER TAMBIÉN: El plan de los infractores al salir de centros juveniles: El 70% anhela seguir con sus estudios y encontrar un empleo
“En el 2023, esta campaña de padrinazgo nos pudo ayudar en un 30% con el presupuesto para solventar los alimentos, conseguir cuidadoras, mejorar la infraestructura y darles a los abuelos la calidad de vida que merecen. Gracias a Dios y a las personas muy solidarias que nos colaboran siempre en el transcurso de todos los años. Siempre vamos hacer los esfuerzos necesarios para que los residentes estén bien física, psicológica y espiritualmente, ya que cargan con una historia muy triste. Tratamos de que vivan en familia y que puedan reconciliarse con su pasado”, expresó Avilés.
Las personas que quieran obtener más información sobre “Apadrina un Abuelito” y explorar otras maneras de colaborar con esta iniciativa solidaria pueden escribir al correo electrónico padrinazgo.solidario@solidaridadenmarcha.org o contactarse vía WhatsApp al 922 730 301.