Tras el asesinato de Jesica Tejeda y tres de sus cuatro hijos, todos los vecinos de su edificio han huido del inmueble. Los recuerdos de la madrugada del 22 de diciembre, cuando la pareja de Jesica, Juan Huaripata Rosales, atacó a la familia a cuchillazos e incendió el departamento, atormentaban a los demás residentes, quienes no pudieron salvar ni a Jesica ni a sus niños a pesar de sus esfuerzos. A diario les venían a la mente los gritos de ella y el horror en los ojos de su hijo de 9 años, el único sobreviviente.
“Ya se retiraron todos. El 24 de diciembre me avisaron que se iban”, cuenta Julio, dueño del predio, ubicado en la cuadra dos del jirón La Mar, en El Agustino, a solo dos cuadras de la comisaría de San Cayetano.
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Las cosas de Jesica no se las ha podido entregar a su familia. Han quedado como detenidas en el tiempo. “Todavía no han hecho la reconstrucción de los hechos. El Ministerio Público no me ha dicho cuándo será eso y no tengo ningún documento que me avale para hacer la entrega de las cosas de ella a su familia”, dice el hombre.
Menos aún ha podido llevar a un albañil para que evalúe los daños en el inmueble y le haga un estimado de cuánto le costaría arreglarlo.Tampoco ha podido pintar la fachada, sobre la cual permanecen las huellas del fuego, que han formado figuras similares a lágrimas enormes.
En el tercer piso, donde vivía Jesica, han quedado los restos de dos velas blancas que Nelly, la vecina del segundo nivel, encendió por las alma de las víctimas. Cuando terminaron de derretirse, la mujer creyó ver en la cera la figura de una paloma y se sintió más aliviada. Aun así, no pudo permanecer en el edificio. Estar ahí la hacía sentir vulnerable.
El día del crimen, Nelly corrió a la comisaría de San Cayetano a pedirle a los agentes que la ayudaran a derribar la puerta para rescatar a Jesica. Como ninguno de los uniformados se movió, Nelly volvió al edificio. Vio que salía humo del departamento de Jesica y subió para intentar rescatarla. Al llegar al tercer piso la encontró en el pasillo, hasta donde la mujer se había arrastrado para pedir que cuiden de sus hijos. Agonizaba.
Rebeca, quien vivía en el tercer piso, al lado de Jesica, y auxilió al único sobreviviente del ataque, tuvo que irse temporalmente de Lima. Tenía flashbakcs constantes de la desgracia y cada vez que escuchaba el llanto de un niño se asustaba pensando que la escena se iba a repetir.
Su hermana, que vive en Chanchamayo, le insistió que se fuera con ella unas semanas. “No soportaba estar en mi casa. En un momento creí que me iba a volver loca. Mis tres hijos y yo estamos horrorizados. Necesitamos ayuda”, dice.
El resto del barrio ve el edificio de lejos. Nadie se asoma. “¿Quién va a querer vivir ahí?”, dicen dos hombres que han comenzado con la cerveza y la chicha de jora a las 10 a.m. “Para mí que se le metió el diablo al hombre”, balbucea uno de ellos.
Estrés postraumático
Yuri Cutipé, director de Salud Mental del Minsa, explica que los testigos de un hecho trágico o traumático pueden desarrollar cambios anímicos, ansiedades, pérdida del apetito, insomnio y aversión a ciertas situaciones que le recuerden el evento. En los niños también puede generarse problemas de incontinencia. “A menor edad, mayor el riesgo”, dice el especialista.
Por eso, cuenta, desde inicios de este mes los profesionales del Centro Comunitario de Salud Mental de El Agustino comenzaron a visitar el vecindario de Jesica para ofrecer soporte psicológico a quienes necesitaran ayuda para procesar lo ocurrido. Por el momento, cinco personas han aceptado la intervención.
Mapa de la criminalidad
El parque de San Cayetano, frente al cual vivían Jesica Tejeda y sus hijos, era, a pesar de estar a unos pasos de la comisaría, un punto crítico en el distrito. Para inicios del 2019, el Comité Distrital de Seguridad Ciudadana (Codisec) de El Agustino –que reúne a jefes policiales, gerentes municipales, representantes del Ministerio Público, Demuna, etc.– había advertido, además, que esta era una zona donde el Serenazgo no patrullaba.
Solo en el 2018 la comisaría de San Cayetano recibió 1,199 denuncias. Más del 50% de ellas (658), por delitos contra el patrimonio. Por violencia familiar, el segundo delito con más incidencia, hubo 270 reportes. La situación era similar en todo El Agustino. “La Violencia Familiar representa el 17,3% los delitos contra la vida, el cuerpo y la salud. Representa el 10,9% del total de denuncias, siendo necesario adoptar una serie de medidas”, señaló el Codisec en el plan de trabajo del 2019.
“Ahora sí patrullan. Pasan por acá, se estacionan ahí –dice María, la dueña de la bodega de la segunda cuadra del jirón La Mar, señalando el ingreso al edificio donde vivía Jesica–, se amanecen”. Y si bien esto hace que la población se sienta más segura, el barrio no necesariamente ha vuelto a confiar en el personal policial.
En el vecindario hay once carteles y pintas que claman “Justicia para Jesica”. Están distribuidos en la cuadra donde vivía ella y en la calle Mariscal Sucre, donde está ubicada la comisaría.
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