Campo de batalla y cloaca a la vez, las redes sociales suelen ser escenario de virulentas discusiones, la mayoría absurdas, aunque las hay también interesantes por los argumentos que esgrimen quienes participan en esos ardorosos debates virtuales. Una recurrente, que desata apasionadas discusiones, tiene que ver sobre si nuestro país debe ser considerado “un país de violadores”.
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La tragedia de Camilita, abusada y luego asesinada por un salvaje que, esperamos, sea atrapado pronto por la policía, ha sacado a la luz estadísticas espantosas que le dan sustento a quienes consideran que dicha frase se ajusta a la realidad.
Solo en enero de este año, los centros de emergencia mujer atendieron 756 denuncias de violaciones, de las cuales 464 era a menores de edad. El año pasado el número fue menor, aunque en el ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables aclaran que eso no indica que los abusos hayan aumentado. La diferencia respondería a que ahora existen mayores canales para denunciar.
Existe, de todos modos, un número no establecido de ataques que no llega a oídos de las autoridades porque el miedo y la vergüenza mantienen su efecto paralizante entre las víctimas.
Hay otra cifra tan espeluznante como las anteriores: 448 adolescentes están internados en centros juveniles acusados de violación sexual.
Más que indignación, estos números aterran. Y obligan a replantear la pregunta inicial: ¿Existen dudas de que el Perú es un país de violadores?