Miércoles 3 de enero: miembros de la PNP, bomberos y personal del Indeci en las labores de recuperación de cuerpos. (Foto: Mininter)
Miércoles 3 de enero: miembros de la PNP, bomberos y personal del Indeci en las labores de recuperación de cuerpos. (Foto: Mininter)

“Cuando recuerdo lo que vi ese día... Todo era terrible. ¡Y las expresiones de pánico! Eso siempre se queda en la mente”, dice el comandante Óscar Ruiz, director de Gestión de Riesgo y Desastres de los bomberos, quien participó en la recuperación de las 52 víctimas y el rescate de los seis sobrevivientes del accidente ocurrido en el serpentín de , en el kilómetro 75 de la Panamericana Norte.
Llegó el mismo 2 de enero llevando equipos hidráulicos para trabajar desde la orilla. “Pero la posición donde cayó el bus era de muy difícil acceso. Había muchos peñascos y al final tuvimos que descender al abismo con cuerdas”, explica Ruiz.

Al bajar lo esperaban una pila de cuerpos casi sin ropa y el bus volteado de la empresa de transporte San Martín de Porres. Parecía una escena de guerra.

“Muchos salieron despedidos, pero la mayor cantidad de cadáveres estaba debajo del vehículo. Se habían quedado aferrados a sus cinturones”, señala Juan Luis Arce, jefe de Operaciones de Sanidad del Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú.

Arce cuenta que los bomberos tuvieron que usar sierras y tenazas gigantes para forzar el metal del carro y retirar a las víctimas.
Lo que vio entonces fue una multitud de cuerpos aplastados, con traumatismo encefalocraneano, de pelvis y tórax. “No había posibilidad de sobrevivencia para ellos. No sé si sirva de paliativo para los familiares, pero la mayoría de las víctimas murió al instante. No sufrieron”, añade.

Arce también es médico emergencista de Essalud y está acostumbrado a lidiar con traumatismos severos. “Pero lo que vi ese día me impresionó, especialmente los cuerpos de los niños”, relata.

“Lo más chocante para mí es el dolor de las familias que días atrás vieron felices y sanos a sus parientes y en ese momento los encuentran sin vida o muy malheridos”, dice el bombero Miguel Ángel Ugaz, de la compañía Lima 1, de Lince.

Ese martes, una mujer se le acercó suplicando por información. Su niño era uno de los pasajeros del ómnibus y ella presumía que la desgracia lo había alcanzado. Para entonces, ya se habían llevado a los seis sobrevivientes y ninguno era menor de edad. “Imaginaba que el niño estaba muerto, pero no sabía qué decirle. ¿Cómo consuelas a una madre?”, se pregunta. La mujer le insistía: “Es mi hijo. Tiene 3 años. ¿Qué hago?”.

El niño había salido despedido del vehículo y quedó en uno de los peñascos. Fue uno de los primeros cuerpos que los agentes de la policía divisaron. Lo sacaron con ayuda de un helicóptero.
Entre la policía y los bomberos recuperaron 26 cuerpos el martes. “El trabajo fue muy duro. Tuve que pedirle a un chico que parara las labores porque tenía las piernas hinchadas y ocho bomberos sufrieron golpes de calor ese día”, cuenta Arce.

Entre el 2 y el 4 de enero, 120 bomberos acudieron al serpentín a prestar apoyo.

—Solidaridad—
El Batallón de Ingeniería de Infantería de la Marina llegó con dos pelotones de rescate (sesenta hombres en total), dos vehículos tácticos modelo Lav II (los llamados anfibios) y un portatropas para apoyo logístico.

“Llevamos, además, botes Zodiac para entrar por el mar, pero las piedras y rompeolas no permitían que nos acerquemos lo suficiente”, indica el teniente Omar Vicente, jefe del batallón.

Miembros del Batallón de Ingeniería de Infantería de la Marina vistiendo el equipo de protección personal  y posando delante del vehículo anfibio Lav II en la base de Ancón. (Foto: Anthony Niño de Guzmán / El Comercio)
Miembros del Batallón de Ingeniería de Infantería de la Marina vistiendo el equipo de protección personal y posando delante del vehículo anfibio Lav II en la base de Ancón. (Foto: Anthony Niño de Guzmán / El Comercio)

El técnico 2 Pedro Chávez cuenta que diez pescadores los guiaron para bajar la pendiente de manera más rápida y segura. “Los pescadores conocían los accesos. Nos mostraron una ruta que nos dejaba a solo cuarenta metros del bus. Les agradezco”, dice.

Desde esa altura hicieron maniobras de cuerdas y anclaje con los vehículos anfibios y lograron liberar 11 cuerpos más. La mayoría sufrió golpes fuertes en la cabeza, recuerda el teniente Vicente.
Su grupo trabajó hasta las ocho de la noche y fue sorprendido por vecinos que aparecieron con ollas de comida. “Nos trajeron aguadito, tallarines y agua de cebada. Me emocionó eso”, cuenta el teniente Vicente.

El miércoles 3 volvieron a las 6:30 a.m. y recuperaron otros 14 cuerpos durante la jornada. “No podía creer que familias enteras habían fallecido ahí”, dice el técnico Chávez.

—En paz—
Dos víctimas continuaban desaparecidas el 4 de enero: Indira Díaz Pasache, una estudiante de Contabilidad de 21 años, y Ada Burga, una turista de 79. Los familiares de la joven seguían al pie de la carretera, con un ramo de rosas blancas y rosadas, rogando a los socorristas que no abandonaran la búsqueda.

A las 9:45 a.m., un grupo de policías divisó los cuerpos desde un helicóptero. La noticia llegó a los padres de la joven y Marco Díaz, el papá, corrió a abrazar a uno de los agentes. “Solo quería recuperarla –le dijo– Era todo lo que quería”.

Y mientras los policías subían el cadáver de Indira, otros familiares apilaron unas piedras a modo de altar, cortaron una botella de agua para que sirviera de florero y dejaron las rosas.

Ese mismo día, Indira fue velada en el domicilio de sus abuelos, en Comas. La última víctima de quien sería un chofer irresponsable y de una curva traicionera, como dice la canción, había vuelto a casa.

LEE TAMBIÉN...

Contenido sugerido

Contenido GEC