En ese desbarajuste del destino que son las coincidencias, el mismo día en que comienza la vacunación de unos 150.000 profesionales de la salud en el Perú, se cumplen diez meses del primer fallecimiento de un médico peruano por el COVID-19: Waymer Benites. Un especialista que laboraba en un centro de salud de San Juan de Lurigancho, y cuyo nombre y apellido iniciaron una larga lista de 306 doctores que –a la fecha– han perdido la vida debido a la pandemia.
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Según la Confederación Médica Latino Iberoamericana (Confemel), que reúne a los distintos gremios profesionales de la región, con esta cifra el Perú es el tercer país de Iberoamérica con el mayor número de médicos fallecidos por el COVID-19; solo detrás de México (1.151) y Brasil (465), y muy por delante de naciones como España (107), Colombia (75), Argentina (40) y Chile (19).
Del total de 306 doctores víctimas del virus en el Perú, casi la mitad atendía en establecimientos de salud de Lima: 151 (49%), según el Observatorio del Colegio Médico del Perú (CMP). En el ranking le siguen las regiones Arequipa con 30 (10%), Loreto con 21 (7%), Puno con 13 (4%), La Libertad con 13 (4%), Lambayeque con 12 (3%), e Ica con 12 (3%). Asimismo, actualmente hay 50 médicos peruanos en unidades de cuidados intensivos (UCI) y 12,465 contagiados.
Miguel Palacios Celi, decano nacional del CMP y paciente recuperado del COVID-19, ha atribuido esta alta mortalidad en su gremio a deficiencias en las medidas de bioseguridad en los centros médicos del país por parte del Ministerio de Salud (Minsa), así como a una insuficiente distribución de equipos de protección personal (EPP) para los profesionales.
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Waymer Benites: padre, médico y héroe
La heroicidad, dice Roxana Benites, no solo está en las gestas militares de siglos pasados, o en taquilleras películas de ciencia ficción. Está también en aquel hombre de 65 años que se levantaba temprano para acudir puntualmente al centro médico Santa Rosa de Lima, en San Juan de Lurigancho. Su padre, Waymer Benites Cerna, dirigía este establecimiento de salud cuando la pandemia más letal de los últimos tiempos llegó al distrito más poblado del país.
En marzo del año pasado, él informó a su familia que a su centro de trabajo había acudido un paciente con todos los síntomas del COVID-19. “Le pregunté si tenía el equipo de protección requerido. Me dijo que sí, porque contaba con mandilón y mascarilla. Lo que más me preocupaba era su hipertensión y obesidad, pero él no podía dejar de trabajar pese a que ya era un adulto mayor. No solo faltaba personal médico en Santa Rosa, sino que la vocación lo llamaba”, cuenta Roxana.
Ella recuerda que Waymer atendió ese caso sospechoso un lunes. Cuatro días después, empezó a sentirse mal. Como nunca se enfermaba, en casa pensaron que era una gripe; hasta que se presentó una fiebre alta. Por precaución, se aisló en el dormitorio. Apareció luego una tos constante, y entonces fue trasladado al hospital Rebagliati. Era médico, pero no por ello tenía privilegios: ante la falta de camas fue atendido en una carpa, donde le realizaron la prueba de descarte del coronavirus. El resultado: positivo.
“De allí en adelante, su estado de salud decayó progresivamente. Ingresó a UCI y fue conectado a un ventilador mecánico. La saturación de oxígeno llegó a sus niveles más bajos, y le diagnosticaron principios de neumonía. Así se le iba la vida”, dice Roxana. Aunque resistió una semana en cuidados intensivos, el médico generalista –natural de Santiago de Chuco (La Libertad), y querido por todos sus colegas– murió en abril del 2020.
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