Cómo Sarhua contó su lucha contra Sendero Luminoso a través del arte
Cómo Sarhua contó su lucha contra Sendero Luminoso a través del arte
Pedro Ortiz Bisso

Subirnos a la vorágine de la inmediatez, encarnada en un tuit, hizo que los periodistas evidenciáramos cuánto hemos olvidado la esencia de este hermoso oficio y cometiésemos diversos crímenes que, gracias a la benevolencia del señor Jack Dorsey, ahora pueden perpetrarse en 280 caracteres.

Matamos –y rematamos– a punta de clics. Cerati, Bon Jovi y Jagger hace unos años, Julio Meléndez hace poquito, son algunas de las víctimas de la impaciencia, esa que no se rinde a pesar del cúmulo de evidencias y nos hace olvidar que aunque el mundo vive con el pie en el acelerador, el valor de una noticia no reside en quien la da primero.

Entre troleadas y otras vergüenzas, los periodistas estamos aprendiendo a controlarnos. Bueno, no todos.

Pero ahora resulta que entre quienes fungen de nuestros cancerberos, esgrimen sus índices amenazantes y reniegan por la falta de rigor, abundan los que no predican con el ejemplo.

Burdos montajes de dos fotografías en las que aparece Natalia Maj-luf, directora del Museo de Arte de Lima, se hicieron tendencia en las redes sociales. Ambos fueron viralizados por salivantes y –seguramente– bien pagados ‘trolls’, y por distinguidas personalidades, las mismas que suelen actuar en redes como furiosos guardianes de eso que llaman “valores y buenas costumbres”.

Sabido es que el concepto de “personalidad” se ha pervertido en nuestro país, y tener un título profesional o un cargo ampuloso no garantiza que quien lo ostente sea mejor o peor persona. Sin embargo, uno supondría –perdonen este arrebato de ingenuidad– que estos baluartes de la moralidad al menos tuvieran el IQ suficiente para distinguir una imagen toscamente modificada o, seamos piadosos, cierta capacidad de duda.

Porque, ¿a qué extraviada mente se le ocurriría que Maljuf podría retratarse con la terrorista Maritza Garrido Lecca, cargando entre las dos un cuadro con la hoz y el martillo?

El pulgar es demasiado sensible cuando se trata de ideologías. Y la posverdad es un estupendo aliado para darle a ciertos actos un disfraz de verosimilitud.

Las tablas de Sarhua, el detonador de este coctel de maledicencia, estupidez y fascismo, son un vehículo de arte popular que recrea los duros momentos vividos por esta población con el fin de que la memoria no se pierda.

Pero a estos cruzados digitales eso no les interesa. Ven una bandera roja y aúllan. No les importa conocer la historia completa si esta perturba su pensamiento. Un puño alzado –¡ay– es un terrorista en potencia.

Muchachos, ¿por qué no se sinceran? Pidan de una vez que se quemen libros y películas, eliminen cómics y blogs. En suma, que desaparezca todo lo que no concuerda con su pensamiento. Porque, finalmente, es eso, ¿no? 

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