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Víctimas del rumor y la rabia
Jorge Malpartida Tabuchi

El celular de César Augusto Alva Mendoza no deja de vibrar por los cientos de notificaciones que llegan a su cuenta de Facebook. En solo unos días, las fotografías y publicaciones de su muro se han llenado de infinidad de comentarios y mensajes en los que lo insultan e, incluso, amenazan de muerte.

Ser el homónimo del sujeto que confesó haber violado y asesinado a una niña de 11 años en San Juan de Lurigancho ha expuesto a César Augusto, un albañil que vive con su esposa y sus dos hijos menores en el distrito de Asia, a un linchamiento en redes sociales.

Desde la mañana del último domingo, cuando la Policía Nacional anunció la captura del asesino de la menor en Ica, los usuarios de Facebook comenzaron a entrar al perfil de César Augusto y, creyendo que se comunicaban con el criminal, han escrito frases cargadas de odio y ferocidad. “Me han dicho que van a encontrarme y meterme bala o quemarme vivo. En los primeros días no quería ni salir a la calle porque tenía miedo. El golpe psicológico ha sido muy fuerte”, cuenta el homónimo.

Al inicio, César Augusto trataba de aclarar a quienes lo atacaban que él no era el victimario de la niña. Pero la ola de mensajes era imparable. Tuvo que cambiar su foto de perfil, dejar de publicar sus trabajos de albañilería por unos días y apagar su celular para ya no martirizarse.

“No cerré mi cuenta o cambié mi nombre en las redes porque tengo la conciencia tranquila, pero el daño que le han hecho a mi honor y mi familia es irreparable”, dice.

Pese a que Alva Mendoza ya fue capturado y está en custodia de las autoridades en Lima, César Augusto, el homónimo, sigue recibiendo insultos y amenazas en su cuenta. Algunos parecen estar convencidos de que él es el atacante de la niña. Uno de los comentarios dice: “Ahora ya no escribe nada porque está en manos de la policía”. Otros, simplemente, tienen ganas de burlarse de su desgracia y difamar a un inocente.

—Odios sin fundamento—
En tiempos digitales, los rumores se propagan mucho más rápido y sirven de combustible para acciones violentas como las narradas por César Augusto. Para el sociólogo Javier Díaz-Albertini, esto sucede debido a que el nivel de reflexión en espacios como Facebook o Twitter es muy limitado. “Se actúa con gran irresponsabilidad: recibimos una información y la propagamos entre nuestros contactos sin importar si estamos afectando la vida de otra persona”, señala.

Díaz-Albertini explica que las reacciones violentas también están relacionadas con odios infundados que, generalmente, se sustentan en prejuicios y estereotipos racistas o xenófobos.

Esto puede verse reflejado en el episodio de los dueños de un chifa en Independencia, quienes el 18 de enero pasado fueron detenidos luego de que se los acusara de vender carne de perro en su negocio. A raíz de estos rumores, difundidos inicialmente por la página de Facebook de la comuna del distrito y luego publicados por un sinnúmero de medios de comunicación (en muchos casos dando por cierto que la carne incautada era de perro), un grupo de vecinos quiso linchar a los ciudadanos chinos Liu Xiunhuan y Li Fang Min. Les gritaron “asesinos” y que mejor “vuelvan a su país”. Incluso, activistas que defienden a los animales entraron a su local y amenazaron con incendiarlo.

Dos semanas después, luego de que se hizo un análisis toxicológico, la policía informó que la carne que se vendía en el local era de res.

Aunque las acusaciones resultaron ser falsas, continúan las hostilidades. Hace unos días, Liu contó en una entrevista a este Diario que hay taxistas que no quieren recogerlo y que le gritan que “mejor venda carne de chino”.

—Miedo y frustración—
Los rumores también sacan a relucir los temores y frustraciones de las personas. Según la presidenta de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis (SPP), María Pía Costa, una vez que el miedo se apodera de un grupo de personas, en cualquier momento pueden actuar con rabia y violencia para defenderse de una amenaza que, muchas veces, no existe.

“La gente percibe que no hay autoridad y que las instituciones no funcionan. En ese clima de desconfianza están esperando que surja cualquier pretexto para atacar al otro o tomar la justicia por sus propias manos”, explica Costa.

El descontrol que se desató en Huaycán (Ate) en diciembre del 2016 ejemplifica lo que dice la especialista. Aquella vez una turba atacó la comisaría y destruyó carros en la vía pública porque creía que la policía estaba protegiendo a los integrantes de una supuesta banda de traficantes de órganos.

En realidad, Luis Enrique Núñez y Emiling Paola Cerrón trabajaban para una encuestadora y recababan datos en las casas para un estudio; pero los vecinos los acusaron de ser secuestradores de niños, basándose en mensajes falsos que circulaban en Internet desde hacía 15 días. Esto sucedió pese a que en las dependencias policiales de la zona no existían denuncias de menores desaparecidos. Antes de que los agentes rescataran a los encuestadores, estos fueron golpeados e insultados. También les robaron sus pertenencias. “Lo que han hecho con nosotros es una brutalidad”, dijo Cerrón luego de la agresión.

La jornada dejó un muerto y una veintena de heridos. Además, durante los enfrentamientos con la policía se detuvo a 40 personas y se dañaron 24 vehículos, entre ellos 8 patrulleros. Algunos fueron incendiados. “Cuando uno está solo, se puede sentir incómodo y temeroso de atacar a alguien. Pero dentro de una multitud se facilita la expresión de impulsos primitivos”, explica Costa.

Aquel día en Huaycán, la masa optó por desfogarse en medio de la sinrazón. Esto nos hace recordar la frase que Alfredo le dice a Totó en “Cinema Paradiso”, citando una línea del filme “Furia” (1936): “Una multitud no piensa, no sabe lo que hace”.

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