Antes que su honor fuese manchado, el señor Kitsutani acurrucó a la muerte en su cuello. Con una navaja atada a su mano izquierda, surcó el último recorrido que haría su mano, desde un extremo hasta su “manzana de Adán”. Seiguma Kitsutani, huésped del chalet N°3 de la Quinta Heeren, había acabado su vida con el ritual del ‘seppuku’.
Era el viernes 24 de febrero de 1928 cuando la edición de la tarde de El Comercio informaba un hecho poco usual:
"Suicidio del Sr. Kitsutani
En la mañana de hoy se quitó la vida cortándose el cuello
Dejó varias cartas escritas en japonés”