"El comunicado de Jorge Muñoz después de que las empresas amenazaran con suspender su servicio fue desafortunado". (Foto: El Comercio)
"El comunicado de Jorge Muñoz después de que las empresas amenazaran con suspender su servicio fue desafortunado". (Foto: El Comercio)
/ KELVIN GARCIA
Pedro Ortiz Bisso

Parte del frondoso legado que el mejor alcalde de la historia dejara a los limeños tras su último mandato es la transformación de un importante tramo de la avenida Benavides, en Surco, en un territorio de guerra.

El asfalto destrozado y los pedazos de vereda cubiertos por tierra generan reminiscencias de calles bombardeadas. Pero provocan, por encima de todo, indignación. Ver arruinada una de las vías más importantes de la capital por la pretensión absurda de aumentar un carril a la calzada, sin tomar el mínimo recaudo técnico, más que desidia y dispendio, representa un atentado contra la ciudad y quienes viven en ella.

La reacción del vecino es exigirle al municipio distrital que haga algo para cambiar ese panorama infeliz. Cuando se le dice que es una vía “metropolitana” y la comuna local no puede mover un dedo –y, efectivamente, no lo hace–, se queda con el mismo desconcierto con que algunos congresistas disueltos mirarían un ejemplar de la Constitución.

Parte de sentirse representados significa que las autoridades muestren interés en buscar soluciones, más allá de alguna respuesta legalista o que busque salir del paso. En otras palabras, tener empatía. Así se construye la representación.

La reforma del transporte, impulsada durante la gestión Villarán, se quedó estancada porque su sucesor no movió un dedo. Por el contrario, como recordó este Diario, permitió que más de 4.600 unidades de transporte –entre combis, coasters y buses– se sumaran a las calles, agravando el desorden que nos tiene del cogote.

Hoy, colectiveros y motociclistas reinan en los corredores a sus anchas, mientras las empresas que invirtieron en adquirir buses y pagar planillas pierden dinero y la autoridad mira para un costado.

El comunicado de Jorge Muñoz después de que las empresas amenazaran con suspender su servicio fue desafortunado. Apuntó a los formales, obvió a los que causan la congestión y olvidó a la gente. Mientras la ATU no asuma la totalidad de sus funciones, el transporte público sigue bajo encargo de la Municipalidad de Lima.

Luego bajó un cambio y habló de “empresas comprometidas” y “autoridad”, pero la sensación de que quiso evadir su responsabilidad no se diluyó. Ha sido el punto más bajo de su gestión.

En enero, en este rincón le pedí al señor Muñoz “que no se bajara de la bicicleta”. Hoy le pido que lo haga y que intente tomar un bus en el corredor Javier Prado, sobreviva a una de las avenidas donde no hay ‘pico y placa’ o haga su cola a las 7 a.m. en la estación Naranjal.

Lo peor que puede sucederle a un alcalde es olvidar que su trabajo es ponerse en los zapatos del ciudadano. Los limeños lo sabemos de sobra.

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