NIKITZA CANO SEMINARIO
@Nikitzacs
No importa lo que Mariella, Rosa, Giulliana hayan hecho en un pasado. Sólo importan sus ganas de salir adelante. Regla número uno: “No preguntes, confía”. Así fluyen las cosas en Vernácula, una galería de arte que tiene un compromiso social con las adolescentes que salen de centros penitenciarios o casas hogares. En un mundo caótico como el actual, este espacio te invita a quitarte de la piel los prejuicios y volver a creer.
Claudia Ruiz Palacios es una de las socias que están sacando adelante esta iniciativa. Nos cuenta que hace mucho dejó de creer en los políticos y que esa despedida súbita la hizo pensar en la alianza entre la empresa privada y la sociedad civil para contribuir a cambios positivos que combatan la realidad violenta e injusta en la que muchas personas están atrapadas.
“Hace mucho, les dije chao a los políticos. Creo que necesitamos tener más iniciativas desde la empresa privada y la sociedad civil para cambiar nuestra realidad, muchas veces, impregnada de violencia e injusticias. Es cuestión de volver a confiar y atreverse a dar el primer paso”, dice Claudia.
— ¿Cómo nació la galería de arte “Vernácula”?
Todo empezó porque decidimos visitar estos espacios, tanto la casa hogar Ermelinda Carrera como el centro correccional Margarita. Nosotras buscábamos enseñarles costura y bordado. Pero al llegar nos dimos con la sorpresa que ellas tenían más conocimientos que dar que nosotras a ellas. Entonces nos dijimos “Si ya tienen el producto y un gran talento, ¿qué es lo que pasa?”
— Y ¿Qué es lo que sucede?
El problema es que ninguna tienda les da vitrina para que expongan lo que producen. Su arte es desconocido. Eso sumado a su condición carcelaria que les marca el currículo y estropea su futuro laboral, complican más las cosas. Vernácula nació en medio de esta problemática. No solo exponen su arte acá, sino que es un lugar para que laboren.
— ¿Cómo funcionan aquí las cosas?
Una de las reglas básicas es “No preguntar qué hicieron. Sólo confía en que lo harán bien”. Queremos darle la oportunidad y no es que te doy el chance pero en el fondo siento miedo de que me puedas hacer algo. Nosotros decidimos darles el trabajo a ojos cerrados. Es como que nos desnudamos y dejamos los prejuicios de lado. No nos importa qué hicieron antes, sólo nos enfocamos en qué harán de aquí en adelante. Les damos las herramientas para que desarrollen sus capacidades y, al mismo tiempo, conocen gente. Esto dura un periodo de seis meses.
— Cuando llegaron al centro penitenciario Santa Margarita, ¿Qué les dijeron y qué percibiste?
Nos dijeron que las chicas tenían delitos desde el hurto más pequeño hasta parricidio. Puedes ver cómo intentan hacer amena su rutina a pesar de su encierro. Hace mucho tiempo no sentía tanta amabilidad en un lugar, educación. Todos saludan. ¡Recibí tantos “Buenos días” como nunca antes!
— ¿Cómo es el proceso de selección de las chicas?
Nos entrevistamos con la directora del centro de rehabilitación. Ella nos facilita el contacto con las profesoras y las jóvenes. Después de eso, la directora hace el vínculo con aquellas que están en la cuarta fase. Es decir que ya están listas para reinsertarse a la sociedad. Queremos que ellas vean que no “todo es negro” y hay personas dispuestas a ayudarlas.
— ¿Cuál es el compromiso?
La iniciativa camina porque ambas partes colaboran. Así como nosotras les damos la confianza y el puesto; ellas tienes que demostrar que son capaces y están aptas para empezar de nuevo y dejar el pasado atrás. Son ellas las que abren las puertas a sus compañeras que vienen detrás y recuperarán la confianza negada de los demás.
— ¿Qué ha sido lo más difícil de emprender “Vernácula”?
La lucha constante contra los prejuicios y lo peor es que los comentarios provenían de nuestro entorno cercano. Muchos nos dijeron ¿Qué pasa si les hacen algo? Los “qué pasa” te hacen retroceder y pensar mucho las cosas. Por suerte, estábamos seguras a lo que queríamos llegar.
— ¿Cuál es la meta de esta carrera?
Puede ser imposible que muchas personas “crean” en esta iniciativa, pero nos basta con que una o dos de ese grupo lo hagan y lo practiquen. Esperamos contagiar a otras empresas y que estas digan “Es verdad, por qué nos rescatamos a la juventud”. No acabaremos con la delincuencia en Lima, pero ayudamos un poquito. Apuntamos a cambiar la mentalidad tanto de las empresas como de quienes salen de los centros de rehabilitación. Los primeros para que den empleos; los otros para que recuperen las ganas de continuar.
— ¿En qué estamos fallando como sociedad?
Hay una carencia de valores, hay ausencia de Estado, falta de oportunidades, educación. Tenemos que tratar de revertir eso. Hay que sensibilizar a las nuevas generaciones desde casa para que no crezcan impregnados de prejuicios y hay que luchar por romper con los escenarios de violencia en que se viven los hogares y que los pequeños asimilan como algo normal.
— ¿Qué les deja esta experiencia?
Ellas vuelven a creer en sí mismas y en la sociedad. Nosotras nos quedamos con esa sensación de que estamos haciendo las cosas bien y eso nos alimenta el espíritu.