Imagino que tengo que asistir a un evento en el nuevo Centro de Convenciones de Lima, en el Teatro Nacional o quizás en el Museo de la Nación, todos ubicados cerca del cruce de las avenidas Aviación y Javier Prado. Son las 7 p.m., plena hora punta para dirigirse a uno de los destinos más congestionados en Lima. Como no vivo cerca del metro, voy en taxi o en vehículo privado, y uso la aplicación para smartphones Waze, con el objetivo de llegar más rápido.
La ruta por la que Waze me dirige atraviesa diversas calles residenciales de pequeña escala en La Victoria, entre las avenidas Canadá y Javier Prado. En una calle, unos jóvenes que están tratando de jugar fútbol en la pista son interrumpidos por una procesión de autos guiados por Waze. En otra calle, vecinos sentados en pleno espacio público sufren los efectos nocivos de una caravana de camionetas 4x4: sus conductores siguen ciegamente la voz de la aplicación.
A diferencia de otros tipos de aplicaciones de navegación, Waze es interactivo, utiliza datos del tráfico en tiempo real para que sus usuarios puedan evitar la congestión o reportar accidentes u otros riesgos que encuentren en su ruta de viaje.
Para los usuarios, el beneficio es claro: la aplicación reduce el tiempo de viaje en un promedio de 15% (según Waze), y con ello reduce el estrés de estar atrapado en el tráfico. Pero el beneficio individual viene con externalidades negativas. Según el Atlantic City Lab, “los residentes están pagando los costos sociales de la congestión, contaminación, ruido e inseguridad vial que ni Waze ni sus conductores pagan”.
Para el caso de Lima, es cierto que Waze está redireccionando el tráfico hacia zonas cada vez más alejadas de las vías arteriales, contribuyendo aún más a la disminución de la vida pública en las calles.
La intención no es culpar a Waze, pero sí advertir a las municipalidades distritales para que sean conscientes de lo que está pasando y desarrollen estrategias paliativas al respecto. Con una visión clara de los roles de sus calles –cuáles son arterias y cuáles son lugares más residenciales– las municipalidades podrían empezar a introducir estrategias para calmar y desviar el tráfico de paso fuera de ciertas zonas. Ello con la intención de proteger la vida pública.
A nivel metropolitano, si es que la municipalidad tuviera un sistema de tráfico integrado, con semáforos conectados a un centro de control, el “big data” de Waze podría ayudar enormemente a reducir los tiempos de viaje.
Río de Janeiro y Ciudad de México, por ejemplo, ya tienen convenios con Waze para usar sus datos para la planificación del tráfico. En lugar de confiar en videocámaras ubicadas en las principales avenidas, se podría contar con el acceso a la base de datos de miles de usuarios de Waze en tiempo real.
Waze representa una gran oportunidad para Lima, siempre y cuando las municipalidades puedan controlar las implicancias espaciales de forma integrada, para que el tráfico no ocupe y domine las calles de pequeña escala y con carácter barrial.