La muestra, que celebra los 100 años del diplomático, a cumplirse el próximo 19 de enero,  reúne 65 fotografías que dan testimonio, en gran parte, de su papel como secretario general de las Naciones Unidas entre 1982 y 1991.
La muestra, que celebra los 100 años del diplomático, a cumplirse el próximo 19 de enero, reúne 65 fotografías que dan testimonio, en gran parte, de su papel como secretario general de las Naciones Unidas entre 1982 y 1991.
Enrique Planas


Marcada por la frivolidad de la guerra de las gaseosas –entre Coca-Cola y Pepsi– y una verdadera “guerra de las galaxias” de Ronald Reagan para atizar la Guerra Fría, la década de los ochenta tuvo a un peruano como protagonista decisivo. “Embajador Javier Pérez de Cuéllar: tributo a los 100 años de un diplomático ejemplar” es el título de la muestra que el Centro Cultural Inca Garcilaso acogerá desde el 22 de enero hasta el 23 de febrero.

Con Mijaíl Gorbachov​, en sus años como jefe de Estado de la Unión Soviética, de 1988 a 1991.
Con Mijaíl Gorbachov​, en sus años como jefe de Estado de la Unión Soviética, de 1988 a 1991.

Su importancia, como señala el director del centro, Alejandro Neyra, está en que los ciudadanos descubrirán el recorrido vital de un hombre que puso su conocimiento y su talento para enfrentar los principales problemas del mundo en un decenio de definiciones globales.

La muestra, que celebra los 100 años del diplomático el próximo 19 de enero, reúne 65 fotografías que dan testimonio, en gran parte, de su papel como secretario general de las Naciones Unidas entre 1982 y 1991.

Con Nelson Mandela, Presidente de Sudáfrica, en 1990.
Con Nelson Mandela, Presidente de Sudáfrica, en 1990.

—El cargo más difícil—

Como señala el canciller Gustavo Meza-Cuadra a El Comercio, el embajador Javier Pérez de Cuéllar significó la recuperación del rol del secretario general de la ONU como mediador y promotor de la paz y la seguridad internacional, en el complejo contexto del fin de la Guerra Fría.

“Su imparcialidad y perseverancia le permitieron ganarse la confianza de los principales líderes, lo que dio pie a un ciclo excepcional de conflictos resueltos bajo los auspicios de la ONU, y favoreció el fin de la Guerra Fría”, señala.

Con la Madre Teresa de Calcuta, en 1987.
Con la Madre Teresa de Calcuta, en 1987.

—La voz de los ochenta—

Como señala Carlos Herrera, embajador del Perú en los Países Bajos, Pérez de Cuéllar asumió el liderazgo de la mayor organización internacional en medio de una grave crisis. “La llegada de Ronald Reagan, un viejo cowboy republicano a la Casa Blanca solo podía agudizar la confrontación con la gerontocracia de Moscú, presidida por un Brezhnev tan embalsamado como Lenin”, afirma.

“Por otro lado, Europa vivía, a ambos lados de la cortina de hierro, bajo la tenebrosa sombra de los euromisiles. La experiencia libertaria de Solidaridad en Polonia fue aplastada. América Latina había iniciado tímidamente su camino a la democratización. En Centroamérica la violencia había estallado. El Líbano se desangraba desde 1975 e Iraq e Irán habían comenzado a destriparse el año precedente. En Sudáfrica imperaba aún el abominable régimen del apartheid. Sadat fue asesinado y el Papa, casi”, recuerda el diplomático y escritor.

Noviembre, 1984. Pérez de Cuéllar y su esposa, Marcela Temple, en la localidad de Korem, Etiopía, donde la ONU desplegó una operación para atender a las víctimas de la sequía.
Noviembre, 1984. Pérez de Cuéllar y su esposa, Marcela Temple, en la localidad de Korem, Etiopía, donde la ONU desplegó una operación para atender a las víctimas de la sequía.

A fines de 1981 y en un ambiente internacional ominoso, la Asamblea General de la ONU elegía a un diplomático peruano desconocido para el gran público como secretario general. “Había sido una solución de emergencia, ante el ‘impasse’ creado por la oposición china a la rereelección de Kurt Waldheim y el veto americano al candidato tanzano Salim Ahmed Salim. El candidato peruano no tenía anticuerpos y era apreciado en el seno de la organización”, señala Herrera.

Carlos Amézaga, jefe de cancillería en la Embajada del Perú en Francia, afirma que fue en esos difíciles años cuando Pérez de Cuéllar nos brindó un ejemplo de imparcialidad, independencia y trabajo intenso en la penumbra, fuera de las luces del éxito fácil. “Su trabajo, en primer lugar, fue cumplir con el primer artículo de la Carta de la ONU, que señala el propósito de la organización: el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales”, explica.

Un abrazo con el presidente Valentín Paniagua, tras ser elegido por el Congreso como presidente del Perú de manera transitoria en el 2000.
Un abrazo con el presidente Valentín Paniagua, tras ser elegido por el Congreso como presidente del Perú de manera transitoria en el 2000.

—Un mundo en cambio—

Para 1990, como aprecia Herrera, el mundo había cambiado radicalmente. La caída del Muro de Berlín fue sin duda el evento mayor que dio fin a la Guerra Fría. Pero otros muros habían caído antes. En efecto: el conflicto Irán-Iraq había llegado a su fin. El ‘apartheid’ fue abolido y Namibia se independizó. Las tropas soviéticas se retiraron de Afganistán. Se firmó la paz en Camboya. Terminó la guerra civil libanesa. Centroamérica inició el camino de la pacificación. “Hasta Argentina y el Reino Unido, enfrentados el 82 en el cruento conflicto de las Malvinas, retomaron sus relaciones diplomáticas, mientras que se promovía el diálogo en otros añejos conflictos como los de Marruecos-RASD o Chipre”, afirma.

“No quiere decir esto que Pérez de Cuéllar haya sido responsable de todos estos logros; pero sí que dirigió o participó en estos procesos con una inagotable voluntad de buscar el diálogo y trabajar por la paz. Su contribución esforzada y sabia ha sido apreciada por todos los estadistas con los que trató en una década de materias delicadas y situaciones incandescentes, al punto que le propusieron desempeñar un tercer mandato”, añade Herrera.

Javier Pérez de Cuéllar cumplirá 100 años el próximo 19 de enero.
Javier Pérez de Cuéllar cumplirá 100 años el próximo 19 de enero.

Para Amézaga, todo este silencioso trabajo fue reconocido indirectamente con el Premio Nobel de la Paz, quefue entregado en 1988 a las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas, los llamados cascos azules. Otra simbólica recompensa fue haber logrado la firma del acuerdo entre el gobierno de El Salvador y el FMLN tras un difícil proceso de negociaciones, a las doce de la noche del 31 de diciembre de 1991, su último acto como secretario general.

“Que los peruanos hayamos tenido a Pérez de Cuéllar como el más alto representante de la diplomacia mundial, y haber gozado junto con él de sus triunfos en la búsqueda de la paz mundial, significó un aliciente en los difíciles momentos que vivíamos en el Perú”, señala Amézaga. “Fue un estímulo para entender que no todo estaba perdido, que los peruanos podíamos sobreponernos a nuestro destino y enrumbarnos hacia un mejor país, con una nueva esperanza. Un anhelo que finalmente logramos”, destaca el diplomático.

Allan Wagner, director de la Academia Diplomática Javier Pérez de Cuéllar, lo resume: “La puesta en acción de sus valores personales y profesionales y su incansable labor diplomática como parte activa en cada uno de los conflictos internacionales que se presentaron en su mandato, fueron piezas claves no sólo para la solución de estos, sino también, para que la ONU pasara de ser una organización marginal en cuestiones de paz y seguridad, a ser una de las que depende cada vez más la seguridad mundial”.

“Llevar su nombre representa para la Academia Diplomática, un ejemplo de vida de compromiso con el país y con la lucha por la paz, la tolerancia, el dialogo entre las culturas, la diversidad y la libertad, como fuente permanente de inspiración y ejemplo para cada uno de los miembros del Servicio Diplomático, para los aspirantes a formar parte de él y para todo peruano comprometido con la búsqueda de la paz y el desarrollo”, añade el destacado diplomático.


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